En 1899 Rodó publica su estudio sobre Rubén Darío, el literato más importante de su tiempo. La evaluación es ambigua: el nicaragüense exhibe una extraordinaria habilidad técnica, pero le faltan la expresión del sentimiento, un mensaje moral profundo, y una voz latinoamericana autóctona. El ensayo está flanqueado por dos aseveraciones: al comienzo, que Darío “No es el poeta de América”; y al final, “Yo soy modernista también”. Esta última es programática: Rodó ha de proponer su propia versión del modernismo, sobre todo en Ariel, donde Próspero exhortará a la juventud de América a vivir según altos valores morales y estéticos y a fomentar activamente el desarrollo de su continente. En otras palabras: forjar el idealismo y el americanismo.
Mientras escribía y publicaba estas obras, desde 1898 a 1901 (en que fue elegido diputado), Rodó tuvo a su cargo la cátedra de literatura de la sección de secundaria de la Universidad, así haciendo de Próspero avant la lettre. Es interesante ver algunos de los indicios de lo que enseñó.
Tenemos tres registros de las clases. Uno es un libro de 560 páginas, Apuntes de historia literaria, publicado en Madrid en 1914, que recoge notas de las conferencias que escuchó el autor, Alfredo Vázquez Varela. Incluye definiciones del tema y comentarios de una gran selección de obras desde la Biblia a los tiempos modernos. El segundo documento es otro conjunto de apuntes, por el exalumno Hipólito M. Barbagelata, hermano de Hugo D., amigo y discípulo de Rodó que se los entregó al historiador Juan E. Pivel Devoto; más tarde, Pivel le pasó una copia a Pablo Rocca, quien publicó una selección en 2001.
La tercera fuente es una revista contemporánea editada por estudiantes universitarios, Los Debates, que representa lo más cercano a un registro oficial del programa de Rodó. Aunque mucho más breve que las otras dos, es coherente con ellas. Hay tres textos sobre la docencia de Rodó, todos de 1899. “Géneros literarios” son notas de estudiantes, aunque es de suponer que el profesor las aprobó; no es un material particularmente revelador, pero describe las metas objetivas y subjetivas de los géneros literarios.
El texto siguiente, firmado por Rodó y titulado “Consideraciones generales sobre literatura contemporánea”, es más interesante. Presenta el clasicismo francés y sus reglas de las “tres unidades” (lugar, tiempo y acción) que, como es de esperar, no agradan a Rodó por su dogmatismo, subordinación a viejas formas y falta de interés en las emociones. En cambio, le entusiasma Weimar, por haber inspirado un período deslumbrante en la historia de la humanidad. Cualesquiera sean las críticas al Romanticismo, Rodó es inequívoco sobre sus logros: “no puede desconocerse el inmenso servicio que prestó a la cultura intelectual y al progreso del arte”.
La verdad ideal
El artículo más importante es “‘Definiciones literarias’. Por José Enrique Rodó (Bolilla preliminar del primer curso de literatura)”. Aquí el profesor da la siguiente definición de la literatura: “El conjunto de las producciones del espíritu humano que tienen por objeto esencial o accidental la realización de la belleza por medio de la palabra”. Esto contrasta con la versión positivista de su predecesor Samuel Blixen, que no menciona la dimensión estética: “el estudio razonado y crítico de las producciones del pensamiento humano. […] el examen, a la vez analítico y sintético, de la vida intelectual de la humanidad”.
Rodó pasa a comparar el realismo y el idealismo de una manera que señala sus propias metas estéticas:
“Cuando la poesía de cualquier género, se propone imitar la realidad de las cosas tal cual ella es, sin modificarla con arreglo a determinada idea, se dice que la obra es realista. Cuando modifica la realidad, depurándola de sus imperfecciones, y persiguiendo la expresión de la verdad ideal, la obra literaria pertenece a la escuela idealista, dentro de la que está comprendida la romántica”.
Aunque “idealismo” es un término difícil de explicar de modo exhaustivo, la definición que propone Rodó concuerda con los significados convencionales del lexema “idea”, por ej., “ideal”, que en el DRAE es “Modelo perfecto que sirve de norma en cualquier dominio” y “Excelente, perfecto en su línea”.
El concepto, tan central a la concepción del arte y la ética en Rodó, ocupa bastante espacio en los Apuntes de Vázquez Varela. En una sección sobre términos literarios, se define como “el modo de narrar las cosas tal como debieran ser, alterándolas de manera que mejoren”. Más adelante hay un pasaje que comienza: “El idealismo es la escuela artística y literaria que se propone la manifestación de la verdad ideal, y no, como el realismo, la estricta imitación de la naturaleza”. La verdad ideal es la esencia más pura y más íntima de un objeto, que yace más allá de la apariencia de las cosas y constituye su realidad esencial y permanente; y es el artista o escritor idealista quien es capaz de revelarla.
El idealista, por lo tanto, no deja de lado la realidad: es consciente de las limitaciones del arte, pero de todos modos lucha por alcanzar la perfección. O sea, actúa en conformidad con las definiciones del diccionario, y vive y obra según los estándares más elevados: justo como les aconseja Próspero a sus alumnos.
La América ideal
En mayo de 1900 el rector de la universidad solicitó información sobre cambios en los programas de estudio. Al dar su opinión, Rodó define los tres propósitos de su curso –lo que hoy llamaríamos “objetivos del aprendizaje”–: la apreciación del buen arte (“formación de cierto gusto literario”); comprensión de ciertas obras capitales (“conocimiento general de los grandes modelos”); y el desarrollo de la capacidad de expresión escrita (“una mediana aptitud de composición de todo punto necesaria en las relaciones de la vida civilizada y culta”). Se trata de metas sin duda valederas, y todavía hoy apreciables, para un programa preuniversitario de literatura.
Esas ideas del joven catedrático Rodó son afines a la definición de la literatura como escritura hermosa que había manejado en sus clases; también coinciden con la meta del libro que publicó pocas semanas antes. Allí Próspero, portavoz del autor, se dirige a una clase de jóvenes, parecidos a sus alumnos en la universidad, en quienes ha intentado instilar los tres objetivos mencionados. En realidad, no son una clase cualquiera, y el propósito de la lección, que es la última del año académico, no es adquirir una “mediana aptitud”. Se trata de estudiantes ideales y Rodó va a hablarles de la América ideal que deben tener en mente cuando, al terminar la clase, salgan al mundo que con gran anhelo los aguarda.
Nota:
1 Extracto de José Enrique Rodó: una biografía intelectual. Editorial Planeta, 2021.
*Gustavo San Román. Nacido en Montevideo en 1956, terminó su formación en Inglaterra (Nottingham y Cambridge). Es catedrático en la Universidad de St. Andrews, Escocia.
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