La obra de José Enrique Rodó busca el enriquecimiento del ser humano tanto a nivel colectivo como individual. Lejos de ser aspiraciones contrapuestas, ambas son complementarias. La defensa de los valores democráticos y de la justicia social van de la mano con la construcción del espacio interior que cada individuo necesita para desarrollar su autenticidad. Conocerse a sí mismo es, para Rodó, saber desde qué lugar se parte y hacia dónde se aspira a dirigir la acción en el mundo social y cotidiano.
Rodó ilustró su profundo pensamiento filosófico a través de parábolas o cuentos simbólicos. En Ariel (1900), el profesor Próspero -protagonista de la obra- cuenta a sus discípulos la “Parábola del rey hospitalario” que muestra la integración del mundo social con la necesidad del conocimiento de sí mismo.
La historia sucedió, tal vez, en un tiempo remoto. Hubo un rey hospitalario que vivía en el Oriente -narra Próspero-. Su hospitalidad albergaba tanto al hombre pobre en busca de pan, como aquel otro deseoso de una palabra amiga. A su palacio acudían personas de diversas procedencias, profesiones y posiciones sociales. Era la casa del pueblo. Todo era libertad y camaradería dentro de ese lugar admirable y nunca hubo guardias que vedasen su entrada. En los pórticos abiertos, el rey recibía a todos los visitantes. Había allí una libertad paradisíaca, una inmensa reciprocidad de confianzas que mantenían la animación de una fiesta inextinguible.
Pero dentro, muy dentro en el palacio, oculta a la mirada de los visitantes se hallaba una misteriosa sala en la que a nadie le era permitido ingresar, a excepción del mismo rey. La rodeaban muros espesos. No se oía ni un eco del bullicio exterior; había en ella un silencio profundo. Aunque sus puertas estaban cerradas para todo visitante, el rey aseguraba que su hospitalidad seguía siendo tan generosa y grande como siempre. En la sala soñaba, se liberaba de la realidad, en ella sus miradas se volvían a lo interior y se hundían en la meditación. Así se comportó durante el resto de sus días, siendo hospitalario y guardando absoluta privacidad en la sala. Él dijo, al final de sus días: solo he sido un huésped más en mi palacio.
El reino interior
Hasta aquí la anécdota de la parábola. Rodó explica, a través de Próspero, que la historia simboliza el escenario del reino interior de cada uno. Ese reino debe ser abierto como el palacio del rey, confiado a todas las corrientes del mundo. Pero no debe reducirse únicamente a la pura interacción. También debe poseer la sala escondida y misteriosa que no pertenezca a nadie más que a la razón serena. Próspero culmina diciendo a sus discípulos: solo cuando logren penetrar dentro del inviolable espacio de la reflexión, podrán considerarse hombres libres.
Rodó advertía ya al inicio del siglo XX que, en las sociedades contemporáneas, una de las mutilaciones más comunes y silenciosas es aquella que priva a los seres humanos de su vida interior. Por eso exhorta a cuidar ese espacio. Lejos de significar un repliegue individualista, superfluo o utilitario, la sala oculta es el lugar que hace posible que la hospitalidad en el palacio sea fructífera para todos. Solo se puede interactuar y comprometerse con el mundo social si se conserva un espacio resguardado, íntimo, absolutamente vedado para esa sociedad con la que se interactúa.
Y, por otra parte, solo se puede reflexionar profundamente en soledad si antes se ha escuchado diferentes voces, necesidades, anécdotas, si se ha compartido emociones involucrándose con la realidad y con los otros, pues si así no fuese no habría sobre qué meditar. A lo largo de la obra de Rodó, esa preocupación complementaria por lo social y lo individual será una constante y de ella puede extraerse lecciones sumamente enriquecedoras.
Autoconstrucción necesaria
La primera frase de Motivos de Proteo (1909) es “Reformarse es vivir”. Filosóficamente, Rodó parte de la concepción de que el mundo es puro cambio, porque no hay nada que pueda escapar a la transformación (sutil o abrupta) que ocurre día a día. Los objetos, los seres vivos, los astros, todo está sujeto al cambio en el tiempo. Cada ser humano también, pero puede dirigir el cambio sobre sí mismo. Re-formarse quiere decir volver a darse forma. No hay para el hombre un destino escrito a nivel cósmico o impuesto en la Tierra por causas naturales inalterables. Cada individuo posee la voluntad para actuar sobre sí y trabajar para construir su personalidad, para darse forma. Pero el primer paso para dirigir ese cambio es conocerse a sí mismo, saber en dónde se está situado en el aquí y ahora, y hallar una vocación con la que se desee participar en el mundo de la vida.
Para ello es necesario meditar, reflexionar, dedicarse a tareas que, aparentemente, no tienen finalidad concreta alguna. En aquello que parece inútil, sin embargo, se juegan las decisiones fundamentales de todo ser humano. Por eso Próspero, al culminar de explicar la parábola del rey hospitalario les pide a sus discípulos que no permitan que su vida quede reducida a la pura utilidad. Que siempre exista en ustedes un espacio para la meditación desinteresada, la contemplación ideal, para el ocio noble. ¡Que siempre haya un espacio interior, impenetrable, de reflexión como en la sala de mi cuento!
Rodó nos recuerda que el autoconocimiento importa a nivel individual y colectivo. Tener la oportunidad de conquistar ese espacio interior es una tarea propiamente humana. Una tarea necesaria a ser defendida y reivindicada.
*Lic. y Magíster en Filosofía. Contador Público. Docente y escritor. Miembro de la Sociedad Rodoniana. Asesor en Asuntos Culturales de Presidencia del CODICEN de la ANEP. Coordinador del Plan Educativo-Cultural de la ANEP.
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