Rodó y la economía
La relación de Rodó y los aspectos económicos puede observarse, en primer lugar, desde el punto de vista biográfico. En 1891 se desempeñó como empleado del Banco de Cobranzas donde trabajó por un período. Adicionalmente, intentó iniciar diversos emprendimientos comerciales. Sabemos, por ejemplo, que en 1897 participó en el proyecto de fundación de una empresa llamada Amambay, dedicada a la importación de yerba mate, té y café del Paraguay, entre otras. Si bien estos proyectos (que no llegaron a prosperar) no lo convirtieron en un empresario, al menos son indicios de que sus intereses no fueron ajenos a lo económico.
Por otra parte, es posible encontrar iniciativas y opiniones vinculadas con temas económicos durante su segundo período como parlamentario (1908-1911). Una de ellas fue la propuesta de exoneración de impuestos a los libros importados. Otras dos estuvieron relacionadas con su participación en la Comisión de Trabajo, en la cual estudió dos proyectos de ley; uno referente a los accidentes laborales y otro a la duración de la jornada laboral. Este último fue particularmente importante para Rodó, ya que el estudio fue redactado íntegramente por él e incluso decidió incorporarlo en su obra El mirador de Próspero.
En cuanto a su obra propiamente literaria, su relación con lo económico se comprende al observar el contexto filosófico de la época. Rodó se encontró con el problema de sintetizar dos posiciones en conflicto: el espiritualismo ecléctico y el positivismo evolucionista. Ambas no sólo representaban dos formas diferentes de concebir el mundo, sino que también justificaban dos direcciones distintas de construcción de país. Entre fuertes disputas, la preponderancia de lo ideal de la posición espiritualita y de lo económico-material de la posición positivista, mostraron sus insuficiencias. La obra de Rodó intentó superar ambas, sintetizándolas. Por eso, propuso abrazar un nuevo idealismo que no fuese una restauración. Rodó afirmó: “nuestro idealismo no se parece al idealismo de nuestros abuelos, los espiritualistas y románticos de 1830, los revolucionarios y utopistas de 1848. Se interpone, entre ambos caracteres de idealidad, el positivismo de nuestros padres”.
Este nuevo idealismo debía contemplar la importancia de lo material sin olvidar los ideales. El olvido de estos últimos, según Rodó, contribuía a generar sociedades e individuos mediocres que valoraban el dinero y la utilidad perdiendo la capacidad de formarse como seres humanos. En esta idea se basa buena parte de su crítica a los Estados Unidos, a ese pueblo que admira pero que no ama, y que no debía convertirse en un ejemplo a seguir para Hispanoamérica. Por el contrario, para Rodó, nuestras naciones debían incorporar ideales que pudiesen guiar el progreso material. Ideales que, partiendo de cada individuo, pudiesen plasmarse en la política como proyecto colectivo. Esto lo expresa en las figuras de Ariel y Calibán. En cada alma individual habita Ariel, como lo ideal, junto con Calibán, como lo instintivo y lo material. Ambas fuerzas son las que, mediante la educación, han de cultivarse en cada individuo para construir, en el conjunto, una sociedad democrática que resulte ser una aristarquía, esto es, un gobierno de los mejores. Esto se logra, únicamente, si se provee igualdad de oportunidades de educación a todos los miembros de la sociedad. Si se cultiva lo material y lo ideal en el alma de cada miembro, el resultado de ello no será puramente individual, sino colectivo.
Asimismo, lo económico no solo opera para Rodó como complemento de ese perfeccionamiento individual, sino que es condición de posibilidad de éste en un sentido que excede la mera supervivencia. En otras palabras, en el proyecto rodoniano, el perfeccionamiento moral es posible en relación al grado de avance material a nivel social. Para comprender esta idea es necesario seguir unos pasos de razonamiento a partir de los conceptos de su obra. Para Rodó, la formación humana se logra mediante la reforma moral, un trabajo interno, íntimo, que cada individuo realiza sobre sí mismo para poder conducir el cambio de su propia existencia. Esta reforma moral es posible a partir de la voluntad, la cual permite al individuo superar diversos obstáculos y hallar su vocación, la cual Rodó define como “la conciencia de una aptitud determinada” o “el sentimiento íntimo de una aptitud”. La aptitud es, por lo tanto, aquello que permite que la vocación pueda surgir y que el individuo pueda reformarse. Pero Rodó señala que para que esa aptitud pueda desarrollarse en el individuo, es necesario que haya una sociedad cuyos progresos materiales las hagan posibles. En otras palabras, si hay quien tiene aptitud para alfarero, o para astrónomo, o para abogado, esa aptitud podrá prosperar solo si el desarrollo de la sociedad hace que esas actividades resulten necesarias y posibles, de acuerdo a su grado de crecimiento material. Rodó señala en Motivos de Proteo que:
…al compás que las necesidades de las generaciones aumentan, aumentan con ellas los modos de aptitud; y con los modos de aptitud […] la tendencia en trocarse en vocación verdadera, cada nueva y más prolija variedad que el natural progreso determina en el desenvolvimiento de las aptitudes humanas.
Es de este modo que lo económico, en la obra de Rodó, no sólo aparece como aspecto complementario a los ideales, sino también como condición de posibilidad para que esos ideales puedan desarrollarse en los individuos.
Rodó y el símbolo
Esto en cuanto al aspecto económico. ¿Qué decir del aspecto simbólico? Si bien podría escribirse un análisis extenso, bastará con recordar la importancia que para Rodó tuvieron los símbolos. Ejemplo de ello es su polémica con Pedro Díaz por el retiro de crucifijos de los hospitales, la cual recogió en Liberalismo y Jacobinismo. Rodó, siendo agnóstico, defendió la idea de conservarlos, pues consideraba que, más allá de su valor religioso, poseían un valor moral: eran el símbolo por excelencia de la caridad que Jesús había traído a la cultura y que debían estar presente como ejemplo palpable.
Más allá de profundizar en los detalles de aquel suceso, es necesario destacar que esa importancia que dio Rodó a los símbolos, a más de cien años de aquella polémica y de su fallecimiento, nos interroga en la actualidad al observar la moneda en su carácter simbólico. Hoy es el propio Rodó un símbolo para nosotros. En la moneda con su figura, con un fragmento del manuscrito su obra Ariel, y una invitación a hacernos una pregunta: ¿qué simboliza Rodó hoy?
A mi entender, al menos dos cosas. En primer lugar, simboliza la necesidad que, en calidad de seres humanos, tenemos de reflexionar, de trabajar sobre nosotros mismos, de perfeccionarnos moralmente, no ya por una pura cuestión individual, sino para hallar aquello a partir de lo cual podemos ser capaces de darnos amorosamente a los otros a través de nuestras aptitudes. Y, en segundo lugar, Rodó es símbolo de un modelo de democracia, de un gobierno de los mejores que de ninguna manera es una plutocracia o una dinastía de poderosos. Es símbolo de un alto ideal político; de una democracia noble.
Baste mencionar, para finalizar, un pasaje que se halla en un lugar clave de la obra rodoniana, en el cual Rodó habla de Ariel como símbolo y también nos propone la imagen de una moneda. Dice Prospero, ya al final de su discurso:
“Aún más que para mi palabra, yo exijo de vosotros un dulce e indeleble recuerdo para mi estatua de Ariel. Yo quiero que la imagen leve y graciosa de este bronce se imprima desde ahora en la más segura intimidad de vuestro espíritu. Recuerdo que, una vez que observaba el monetario de un museo, provocó mi atención en la leyenda de una vieja moneda la palabra Esperanza, medio borrada sobre la palidez decrépita del oro. Considerando la apagada inscripción, yo meditaba en la posible realidad de su influencia. ¿Quién sabe qué activa y noble parte sería justo atribuir, en la formación del carácter, y en la vida de algunas generaciones humanas, a ese lema sencillo actuando sobre los ánimos como una insistente sugestión?”
Sirva la moneda conmemorativa como renovación de esa Esperanza que el mensaje de Rodó inspira aun entre nosotros.
(*) Escritor y filósofo uruguayo