Ciertos profesores y críticos tildan de “arielista” a quien practica una visión europeizante o estetizante de la cultura hispanoamericana. El adjetivo arielista lo toman de Ariel (Montevideo, 1900), un ensayo que inyectó de sangre nueva a Hispanoamérica desde un pequeño y repleto corazón. Pero aquellos profesores reprochan que en Ariel no se encuentre, por ejemplo, un discurso indigenista o de las negritudes. Asumen de mala gana que Rodó privilegió lo europeo o estético para contrarrestar la influencia angloamericana, la de Estados Unidos, entendida ésta como de masas y que, por ello, Rodó ignoró la reivindicación indigenista o de las negritudes. Para exculpar de tal falta a Rodó, por otra parte, tampoco serviría mucho el insistir –como quisieran los más apologistas– en que el ensayista uruguayo encontraba el indigenismo y las negritudes fusionadas en la latinidad católica inherente a Latinoamérica. Como sea, Rodó fue un liberal decimonónico y hasta cierto punto laico, para quien aquello de aislar en grupos étnicos (afros, latinos u orientales) a la población de Nuestra América significaba cohonestar con el apartheid. Dicho lo anterior, con más razón hace falta ponernos de acuerdo en qué entendió Rodó por estética y cuál fue su mensaje al respecto.
Para empezar, el amplio espectro de la estética no debería verse como un campo autónomo independiente de la vida social o política, sino justamente como lo que genera y presupone cualquier cambio sociopolítico. El concepto de “educación estética” remite a la célebre obra epistolar del alemán Friedrich Schiller, precisamente titulada Cartas sobre la educación estética del hombre (1795). Conviene adelantar que el ensayista uruguayo deseó inicialmente titular su célebre ensayo, en lugar de Ariel, “Cartas a…”. Esta variación del título llevó al crítico chileno Grinor Rojo (2008) a plantear un estudio comparatista entre Kant, Schiller y Rodó en torno al tema de la estética. Si, a juicio de Grinor, las guerras napoleónicas incitaron al poeta alemán a formular una pedagogía estética en contra de la dialéctica de la agresión abanderada por los imperios armamentísticos de la Ilustración, de la misma forma tanto la guerra de Cuba como el hundimiento del imperio español a manos del estadounidense en 1898 incitaron a Rodó a una pedagogía similar. Aunque todavía no había el despliegue iconográfico de Hollywood, motor del consumismo y del heroísmo racial y anti-intelectual, el Ariel de Rodó hasta cierto punto es un freno o llamada de atención.
Ariel, publicado en Montevideo en 1900, constituye la más importante obra fundacional hispanoamericana sobre la educación estética. Bien afirma Belén Castro que se trata de una particular paideia o lo que en alemán se llamaría Bildung, es decir, formación cultural e intelectual. La tesis de Schiller sobre la pedagogía estética aparece de manera explícita en Ariel a partir del tercer apartado. En él, para introducir a Schiller, Rodó se remonta al Evangelio de Juan (XII, 5-6) en pos de denunciar cómo Judas Iscariote, bajo la falacia de ayudar a los pobres, se lamenta del dinero gastado por María en el bello acto de perfumar los pies de Jesús. Con ello Rodó previene a la juventud latinoamericana contra la “regresión vulgarizadora” de cierto dogma populista, según el cual el arte no vale nada para la masa y si acaso éste le merece respeto es porque lo confunde con algún culto esotérico.
“Y, sin embargo, entre todos los elementos de educación humana que pueden contribuir a formar un amplio y noble concepto de la vida, ninguno justificaría más que el arte un interés universal, porque ninguno encierra –según la tesis desenvuelta en elocuentes páginas de Schiller– la virtualidad de una cultura más extensa y completa, en el sentido de prestarse a un acordado estímulo de todas las facultades del alma”.
La educación estética del hombre
Los acontecimientos históricos de la época del Terror o jacobina de la Revolución francesa, de inmediato llevaron a Schiller, en Cartas sobre la educación estética del hombre, a exigir una revolución sin violencia, puesto que la agresión nos aleja cada vez más del ideal. En la última y vigesimoséptima carta, incluso, Schiller propuso la idea de un Estado Estético, y afirmó: “Sólo la belleza la disfrutamos a la vez como individuos y como especie […] únicamente la belleza es capaz de hacer feliz a todo el mundo”. El hombre no puede ignorar que los problemas políticos también se resuelven por la vía estética, porque es a través de la belleza como se llega a la libertad. En la novena carta, decididamente, Schiller se aparta de la praxis agresiva de la política revolucionaria, al afirmar que la teoría no necesariamente origina la práctica; de lo contrario, ello sería admitir que en un determinado momento una Constitución política, redactada por políticos degenerados que se hayan tomado el poder, a fuerza formará pueblos degenerados. No. En la incoherencia de una constitución política, es decir, en la interpretación y en el sentido común de los jueces y de los críticos, y no en la letra fría de un código, reside la única garantía auténtica de libertad. Hay que buscar instrumentos más allá del Estado. Sobre el arte y la ciencia, por ejemplo, el legislador político no puede gobernar, con lo cual la sociedad tendrá una gran responsabilidad en no dejar morir de hambre a sus artistas y científicos.
Los límites kantianos entre razón pura y razón práctica, según los cuales el conocimiento disminuye si se confunden las fronteras de las ciencias o disciplinas, chocan profundamente con el espíritu neoplatónico de Rodó y antes con el de Schiller y el de Goethe. Basado en ellos, en el “Lema” de La vida Nueva, Rodó pide que basemos nuestra filosofía literaria en “la noble virtud de comprenderlo todo”. Y en el Ariel nos recuerda: “Nuestra capacidad de comprender sólo debe tener por límite la imposibilidad de comprender a los espíritus estrechos”. La mediocridad a menudo no tiene explicación.
Ahora bien, si las fuentes de la estética rodoniana hay que buscarlas en la mejor tradición humanística de la post-Ilustración, es decir, en el idealismo alemán, ¿en qué versiones asimiló Rodó a Schiller y Goethe o supo de Hegel y Kant y aun hasta de Juan Pablo Richter si no leía directamente en alemán? No hay que olvidar que el español Giner de los Ríos había traducido y anotado, entre 1874 y 1875, Compendio de estética (1837), una obra póstuma del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause, perteneciente a la escuela kantiana, aunque ya bajo el matiz de la estética de Hegel. De igual modo, a través de España, Rodó pudo haber conocido Principios de estética o de la Teoría de lo Bello (1857), de Manuel Milá y Fontanals, catedrático de la Universidad de Barcelona y profesor de Marcelino Menéndez Pelayo, este último autor de Historia de las ideas estéticas en España, un voluminoso ensayo escrito entre 1883 y 1891 y que abarca, en general, al empirismo inglés, al idealismo alemán y al positivismo francés. De hecho, Rodó leyó y hasta reseñó otra obra de Menéndez Pelayo, Estudios de crítica literaria (segunda serie, Madrid, 1985), en un artículo que salió publicado el 10 de septiembre de 1895 en la Revista Bibliográfica. Rodó se dio cuenta, gracias a Menéndez Pelayo, que el influjo del idealismo se había extendido por Francia e Inglaterra, y que varias originalidades de Carlyle o de Renan provenían de Hegel o Kant.
Rodó relacionó la estética con las ideas, es decir, el sentido de la moral con el sentido de lo bello. Aún más, según él, sin estética o belleza no hay religión o trascendencia posible. En el Ariel acude a dos postulados de Renan: 1) “la verdad de los dioses debe inferirse únicamente por la belleza de los templos que se le han levantado”. 2) “No hay refinada belleza sin algo extraño en sus proporciones”. De lo que deduce Rodó: “El Dios bueno es adorable, porque es hermoso; y será más verdadera aquella religión que nos lo haga imaginar más hermoso que las otras… y un poco raro, además. Le rare est le bon, dijo el maestro”.
Dicho por la voz del Ariel: “En el alma del redentor, del misionero, del filántropo, debe exigirse también entendimiento de hermosura” (219). Ello quiere decir que, para Rodó, las Iglesias nunca debieron haber renunciado a la gestualidad del Barroco. Lo Barroco se opone desde luego a la estrechez estética del protestantismo. De ahí que Rodó criticara a los enemigos del Barroco, es decir, a la “estética” que nació de la Reforma protestante:
“El puritanismo, que persiguió toda belleza y toda selección intelectual; que veló indignado la casta desnudez de las estatuas; que profesó la afectación de la fealdad en las maneras, en el traje, en los discursos; la secta triste que, imponiendo su espíritu desde el Parlamento inglés, mandó extinguir las fiestas que manifestasen alegría y segar los árboles que diesen flores”.
Del trabajo obrero en el Uruguay
Por otro lado, frente al nacimiento de la internacional socialista, Renan concibe negativamente a la clase obrera –al pueblo asalariado o trabajador– y la llama la clase más interesada o utilitaria. Rodó, en cambio, acusó de ociosa, perversa y utilitarista a aquella aristocracia aburguesada, y el 14 de abril de 1909, en el discurso para la inauguración del Círculo de Prensa de Montevideo, en un discurso que tituló “La prensa de Montevideo” y que incluyó en El mirador de Próspero, aclaró:
“Cuando todos los títulos aristocráticos fundados en superioridades ficticias y caducas hayan volado en polvo vano, sólo quedará entre los hombres un título de superioridad, o de igualdad aristocrática, y ese título será el de obrero. Ésta es una aristocracia imprescriptible, porque el obrero es, por definición, «el hombre que trabaja», es decir, la única especie de hombre que merece vivir. Quien de algún modo no es obrero debe eliminarse, o ser eliminado, de la mesa del mundo; debe dejar la luz del sol y el aliento del aire y el jugo de la tierra, para que gocen de ellos los que trabajan y producen: ya los que desenvuelven los dones del vellón, de la espiga o de la veta; ya los que cuecen, con el fuego tenaz del pensamiento, el pan que nutre y fortifica las almas”.
Si efectivamente revisamos los escritos parlamentarios de Rodó, encontramos una defensa hacia los derechos de los trabajadores y de la libertad individual, junto a una crítica radical contra el dogmatismo socialista. Ya para aquel entonces, la Internacional propugnaba por la revolución y la violencia, no en defensa del obrero, sino en virtud de sojuzgar al burgués y controlar el poder, es decir, los medios de producción y de comunicación. En su ensayo “Del trabajo obrero en el Uruguay”, que Rodó escribió en 1906 y que más tarde publicó en El mirador de Próspero, sostuvo lo siguiente: “Los conflictos entre el capital, que defiende su superioridad, y el trabajo, que reclama su autonomía, no son el rasgo privativo de una sociedad o de una época: pertenecen al fondo de la historia humana”. Como vemos, sin citar y tal vez sin haber leído nunca a Marx, Rodó formuló la tesis marxista de que la historia debería también entenderse como una lucha de clases.
Lo que más consideró Rodó característico de su época (y que lo sigue siendo de la nuestra) fue el portentoso desenvolvimiento de la actividad industrial que no sólo modificó las condiciones del trabajador, sino que minimizó la labor mediadora del Estado por cuanto recrudeció, en palabras de Rodó, “la lucha entre una burguesía opulenta y un proletariado que se angustia en los extremos de la necesidad”. En esa disputa, Rodó naturalmente se inclinó por el obrero que trabaja y que crea, pues ello, y no otra cosa, es lo que él consideró propiamente como aristocracia espiritual.
Lo anterior ratifica que la conciencia idealista de Rodó –la aristocracia del espíritu expresada en su Ariel y en sus parábolas de Motivos de Proteo– no es lo que determina su pensamiento, sino, para decirlo en clave marxista, es su ser social –su conciencia sociohistórica– lo que insufla de sentido y da actualidad a su tipo de idealismo. Dicho de otra manera, el capitalismo resulta a ojos de Rodó más despiadado que la esclavitud antigua, que al menos solía consentir a sus víctimas con el beneficio de una cultura superior. ¿Qué superioridad moral, cultural o espiritual hay, visto así, entre los opulentos burgueses dueños de tales medios de producción y comunicación? Ahora bien: el diagnóstico de Rodó puede ser igual al de los socialistas y marxistas (avant la lettre), pero se diferencia de ellos en su alternativa o solución. Rodó nunca recomendó la violencia ni la combinación de las formas de lucha por cuanto ello implicaría someter igualmente la educación estética al fin de la dictadura del proletariado.
*Sebastián Pineda Buitrago. Profesor-investigador de la Universidad Iberoamericana Puebla, doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Recientemente ha sido galardonado en España con el Premio Juan Andrés de Ensayo e Investigación por su obra La crítica literaria hispanoamericana. Ha publicado, entre otros libros, Breve historia de la narrativa colombiana (2012), Tensión de ideas: el ensayo hispanoamericano de entreguerras (2016) y Reyes vanguardista. Técnica y fantasía (2021).
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