No es posible interpretar la personalidad y la obra de José Enrique Rodó sin prestar constante atención a sus vínculos con la prensa. Destacan estos vínculos tanto en la biografía como en la producción textual del pensador, crítico, ensayista y político uruguayo. No olvidemos, entretanto, que Rodó vivió entre 1871 y 1917, período inmediatamente anterior a la radio y la televisión, inmediatamente posterior a la extensión mundial del telégrafo y correspondiente a la masificación de los diarios y periódicos (compuestos mediante uso de los linotipos y con cierta expansión de las ilustraciones fotográficas y “gráficas” o dibujadas). En su época, la prensa periódica constituía la comunicación de masas por excelencia, complementada por el folleto y la hoja suelta. En tales términos, los sistemas políticos democráticos, por ejemplo, pasaron a sustentarse en una estructura parlamentario-periodística, novedosa y de impactos sociales amplísimos.
Tan temprana y constante es la labor periodística en la vida de Rodó que tiene sentido afirmar que nació y murió como periodista. Simplemente hay que entender “nació” en el sentido de “nació a la plena conciencia”. Porque Rodó, en efecto, se hizo periodista de niño: a los diez años escribió, a mano, un par de hojas “periódicas” a las que llamó El Plata y a los once, en el Elbio Fernández y con Milo Beretta, editó Los Primeros Albores, algunos de cuyos ejemplares se conservan hasta hoy en su Archivo. Y falleció en la capital de Sicilia, en gira por Europa en cumplimiento de una corresponsalía que le había contratado la revista entonces argentina “Caras y Caretas”.
Tan temprana y constante es la labor periodística en la vida de Rodó que tiene sentido afirmar que nació y murió como periodista
Entre uno y otro de esos dos quehaceres, fundó a los veintitrés años, con tres amigos de edades similares, en Montevideo, la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, un periódico mensual que apareció durante tres años y del cual Rodó se erigió en el principal redactor. Publicó allí sus primeros textos importantes (antecedidos tan sólo por un poema y un artículo de crítica brindados al suplemento de Montevideo Noticioso, apenas antes del número inicial de la Revista). Fue luego editorialista de El Orden, redactor de El Día, El Telégrafo y otros diarios montevideanos, corresponsal de La Nación de Buenos Aires y colaborador de múltiples órganos de la prensa hispanoamericana. Su firma, de 1900 en adelante, fue reclamada desde distintos países en virtud del prestigio que confería; él, por su parte, apreció mucho la llegada a vastos y heterogéneos públicos que tales solicitudes le ofrecían.
Hizo también gremialismo en calidad de periodista. Fue el primer Presidente del Círculo de la Prensa montevideano, elegido para el cargo el 14 de abril de 1909, mientras comenzaba a circular Motivos de Proteo, su obra más ambiciosa. Y no se debe en absoluto soslayar el hecho, muy significativo, de haber sido en un órgano de prensa, La Razón de Montevideo, que en 1906 dio a conocer los trascendentes artículos polémicos reunidos de inmediato en folleto para constituir Liberalismo y Jacobinismo.
Habría que agregar que buena parte de El Mirador de Próspero se nutre de artículos y ensayos destinados inicialmente a diarios y revistas. Y que su libro póstumo, El Camino de Paros, recoge sus envíos a Caras y Caretas, una revista de información general y también de cultura, leída por amplios sectores de la sociedad rioplatense y que ostentaba al mismo tiempo un elevado nivel de calidad textual y plástica.
Hacemos hincapié en El Camino de Paros para señalar un rasgo de radicalismo democrático que Rodó había mostrado muchas veces, a lo largo de su producción textual. Un rasgo que acredita esa cabal adhesión a la democracia que algunos no han sabido y otros no han querido ver. Su corresponsalía desde Europa contiene en plenitud los más altos valores del pensamiento, el estilo y la sensibilidad rodonianos. De factura refinada, esos artículos destilan observación, reflexiones, análisis y descripciones de singular hondura. Están canalizados hacia el gran público tanto como desafían la capacidad receptiva del más culto y exigente de los lectores. Ponen al alcance de todos los estratos sociales las más calificadas vivencias de un pensador soberbio y un prosista eximio.
Enviar a una revista de gran difusión piezas como “Diálogo de Bronce y Mármol”, “Nápoles la Española” o “La Impresión de Roma” (¡y todas las demás de ese libro!) es tejer democracia, cultural y política, es igualar, es promover, es cambiar sociedades. Es, en definitiva, actuar conforme a la aspiración, proclamada varias veces por Rodó, de realizar la soberanía de los mejores pero no de una minoría de mejores sino de un pueblo de óptimos.
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