Robert Schumann (1810-1856) –no confundir con el Siervo de Dios Robert Schuman– fue otro de esos atormentados músicos y poetas que produjo el siglo XIX.
Como buen romántico, sufrió por amor, padeció de demencia, intentó suicidarse y murió en un asilo.
Apenas había aún cumplido los diez años cuando ya tocaba con toda perfección el piano. Pese a que esta realidad indicaba claramente su vocación, su madre quería que estudiara derecho. Una historia común. Su contemporáneo Héctor Berlioz (1803-1869) también tuvo que luchar contra la incomprensión parental: su padre quería que fuera médico.
Pero sin duda lo que trastocó su vida no fue esa frustración infantil que pudo corregir a tiempo. Tampoco fue su largo y sufriente asedio a la pianista y compositora Clara Wieck (1819-1896), hija del prestigioso maestro Friedrich Wieck (1765-1873), que como buen romántico originó varias de sus obras.
Los críticos suelen señalar dos etapas en la producción de Schumann. El medio madrileño La Lectura describe la vida de Schumann como «una novela en dos partes […], totalmente diferenciadas: la primera, hecha de amarguras, desesperaciones y lamentos, le inspiró las más fogosas composiciones pianísticas; la segunda […] le inspiró las más exaltadas o las más tiernas melodías para canto». AC y DC que, en este caso, significan antes y después de casarse con Clara.
Un noviazgo complicado
Cuando empezó a estudiar con el padre de la chica, Clara tenía doce años y Robert veintiuno. Hubo que esperar hasta 1840 para que un tribunal contrariara la pertinaz negativa de don Friedrich a las pretensiones de los novios. Desde mayo del año 1839, Schumann había contratado a un abogado berlinés y tras largos trámites, el Tribunal de Apelación de Leipzig autorizó la boda, que se celebró en la iglesia de Schönefeld el 12 de septiembre de 1840. Clara iba a cumplir veintiuno y Robert tenía 30. El disgustado Wieck no asistió a la ceremonia.
La relación está documentada por numerosa correspondencia entre los jóvenes que Clara dio a luz hacia 1893. Pueden rastrearse citas de trozos de estas catas en la prensa española. Así, el periódico Ilustración Musical hispano-americana de fines de 1893 transcribe: «La primera pieza de mi Fantasía es una de las cosas más apasionadas que he escrito en mi vida: es un grito doloroso que te dirige mi alma… He notado que mi imaginación se excita más y más cuando con mayor vehemencia mi alma siente todo el influjo del ansia vivísima en la inspiración». Y a la vez le dedica «… los Mirtos, como tímida recompensa a tus últimas cartas. Son los primeros lieder que me atrevo a publicar. No los critiques. Recuerda a menudo que he inspirado esa música en la cual he querido cantar a la mujer tiernamente amada».
Schumann no veía a su amada solo como musa inspiradora sino como una igual con la cual se discute las cuestiones de arte. «Escribiendo anteayer en el periódico un artículo sobre la ouverture de Berlioz, he tenido el presentimiento de que tú no estarías de acuerdo conmigo y, sin embargo, he tenido valor y no he modificado mi opinión, contraria a la tuya. Tengo miedo de que las disputas sobre cuestiones de gusto musical puedan turbar la dicha de nuestras relaciones. Si llegamos a tal extremo sé indulgente conmigo», le dice.
«Oye, Clara, dime de verdad hasta qué punto te gustan mis, Fantasías…». Y como quiere su verdadera opinión, agrega: «pero dímelo como si fuera tu marido, no tu novio ¿comprendes?».
Una mujer poco común
Clara había llegado por sus indudables méritos y esfuerzos a ser (sin cuota de género) de niña prodigio a una mujer admirada por los grandes músicos y compositores de su época.
No es extraño que Schumann la considerara como su par. Y como se somete a su crítica también retribuye con la misma moneda con respecto a las obras de su prometida. «Hay rasgos muy preciosos en tu concierto, pero si te he de decir la verdad no me ha producido lo que se llama una impresión completa. Cuando te juzgo como pianista y como compositora de piano procedo como si no te conociera. Así me lo exige mi carácter, y porque quiero juzgarte con independencia de juicio. ¿Por qué no estudias la fuga?». Se entiende que se refiere a la fuga como género musical y no a una propuesta para fugarse con él.
Acompaña su epístola con otro consejo: «Pienso a menudo que tú no das precio a aquellas cualidades de la música que es tan hermoso hallar en el temperamento musical de una joven tan inteligente como tú. Me refiero a aquella gracia seductora, íntima, y natural en lo que nada tiene que ver el arte. En música te inclinas a lo sobrenatural: solo te gusta aquella música en que estalla la tempestad y brillan los relámpagos: la preocupación de lo nuevo y lo imprevisto. Considera que hay sentimientos eternos que no perderán jamás su dominio sobre el alma humana. No consiste el romanticismo en la invención de formas y figuraciones extrañas: existe sin esas preocupaciones y esos delirios, si el músico es un poeta…».
Las espinas de las rosas
Aunque no todo eran sentidas dedicatorias y consejos amables. También le relata ciertas experiencias que estaba viviendo y que no fueron «invenciones de formas y figuraciones extrañas» sino un triste pronóstico de lo que sucedería después. Una noche: «…se apoderó de mí el más horroroso pensamiento que puede concebir una persona, el castigo más horrible que puede enviar el cielo: el temor de perder la razón. La angustia me perseguía por todas partes. No respiraba al imaginar que, si aquello ocurría, tú no podrías pensar más en mí. Impulsado por esta horrorosa idea, acudí a casa de un médico; le dije que a menudo sentía que me abandonaba la razón, sin saber hasta dónde me arrastraría el sufrimiento, y que en tal estado de inconsciencia podría llegar hasta poner fin a mi existencia», recoge a mediados de 1913 el periódico de información científica-profesional España Médica, analizando la enfermedad de Schumann.
De acuerdo con su bipolaridad Schumann se había inventado dos personajes: Eusebius, el moderado y melancólico y el exaltado y agresivo Florestán. Con uno u otro seudónimo firmaba sus escritos en su revista Neue Zeitschrift für Musik que reflejaban sus estados de ánimo.
Sus últimos años estuvieron signados por los episodios que hicieron realidad sus temores. De su frustrado intento de suicidio en 1855 en que fue rescatado por unos pescadores, se internó voluntariamente en el hospital siquiátrico de Endenich. Murió el 29 de julio de 1856.
El médico de Schumann atribuyó su muerte a una «parálisis progresiva causada por el exceso de trabajo». Luego se trataría de una patología hereditaria. Los nazis diagnosticaron una «demencia de origen vascular causada por hipertensión».
La verdadera causa parece haber sido la sífilis que se habría contagiado hacia 1831. Él lo sabía: lo había tratado su amigo el médico Christian Glock. Pero ni su esposa ni sus siete hijos sufrieron de esa enfermedad. Otros dirán que su zambullida en el Rin se debió a la sospecha de que Clara lo engañaba con Brahms.
Clara sobrevivió cuarenta años a Robert. Cumpliendo su voluntad yace en la misma tumba que su marido en el cementerio de Bonn.
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