A fines de los 80, un severo telepastor estadounidense de fulminantes sermones había acusado a dos colegas de ser infieles a sus esposas. Hasta ahí, se encontraba dentro de lo propio de su ministerio: trasmitir la palabra de Dios. El problema se le presentó cuando fue fotografiado en un motel junto a una mujer de las que don Francisco Gómez clasificara como: «hermanitas de pecar». Y por aquello de que «el que esté libre de culpa…», el hombre salió a los medios a pedir perdón y debió suspender la pedrea, por un tiempo.
Don Francisco Gómez de Quevedo fue un escritor polifacético. Entre sus producciones puede leerse obras festivas, satíricas y serias. En todas ellas el prologuista de la edición de Aguilar, Madrid, 1961, advierte su carácter moralizador. Las festivas corresponden a los años juveniles de Quevedo, y están escritas con el ánimo de hacerlas «comprensibles para gentes no letradas». Así el título de una de ellas: Pragmática que han de guardar las hermanitas de pecar hecha por el fiel de las putas, es indudablemente democrático. Si tenemos en cuenta que pragmática o premática es una ley, lo demás es de alcance popular. Por otra parte, los investigadores afirman que el joven Francisco frecuentaba los ambientes prostibularios (aunque más no fuera para recabar material sobre qué escribir) y tenía cierta afición a la bebida.
No está de más advertir que esta obra no fue publicada hasta 1845, es decir doscientos veintitrés años después de ser escrita. A esta altura usted se preguntará qué relación tiene lo del pastor con la obra del genio del Siglo de Oro español. Es que los textos festivos (y bastante gruesos) de don Francisco solamente representan una minúscula parte de su obra. Aunque parecería que es lo único que se ha leído de su trabajo a juzgar por la cantidad de chistes groseros que lo tienen por personaje.
Además de escritor y poeta, Quevedo fue traductor. Entre los productos de esa actividad se encuentra Noventa epístolas de Séneca traducidas y anotadas. La edición de Aguilar citada aclara que, cuando fue hecho prisionero en el convento de San Marcos y embargados sus escritos, de las noventa Quevedo recuperó solo once. Y que esas que incluye la edición fueron «halladas en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid». Parece un recurso literario, pero se trata de un hecho real porque hay cantidad de traducciones de ese epistolario.
No hay varón bueno sin Dios
Lucio Anneo Séneca escribió esas cartas durante los tres últimos años de su vida. Dirigidas a Lucilio, un personaje de cuya existencia se duda bastante, parecen haber sido compuestas con miras a un público más extenso. De todos modos, en estos fragmentos sobrevivientes de la traducción quevediana, se puede constatar lo que dijo Séneca. Basta para ello transcribir algunos párrafos.
V: Quien entrare en nuestra casa, antes nos admire a nosotros que a nuestras alhajas: grande es aquel que usa del barro como de la plata, no es menor quien usa de la plata como del barro.
X: ¡Cuán grande es la ignorancia de los hombres!, entre dientes piden a Dios cosas que, si otro hombre aplica el oído, callan; y lo que no quieren que sepa el hombre, dicen a Dios. Vive así con los hombres como si Dios te viese; habla con Dios como si te oyesen los hombres.
XXXI: Hazte tú mismo dichoso. Lo conseguirás si entendieses que son bienes aquellos con que la virtud está mezclada y males los que acompaña la malicia […]. ¿Qué es pues el bien? La ciencia de las cosas. ¿Qué es el mal? La ignorancia de ellas. […] El dinero: Dios no tiene ninguno. Ni el vestido magnífico: Dios está desnudo. No la fama ni tu propia ostentación, ni derramada por los pueblos la noticia de tu nombre. […] No la multitud de tus criados, que llevan tu litera por las calles de la ciudad y por los caminos: aquel Dios grande y poderosísimo, él mismo lo lleva todo. Ni la hermosura ni las fuerzas te pueden hacer bienaventurado: ninguna cosa de estas deja de padecer la vejez.
XLI: Dios está cerca de ti, contigo está, está dentro, sagrado espíritu habita dentro de nosotros, observador y guarda de nuestros males y bienes. No hay varón bueno sin Dios. Alaba al hombre lo que ninguno puede quitarle o darle, lo que es propio del hombre. Ánimo; y en el ánimo la razón perfecta. Animal racional es el hombre; consumará su bien si cumple aquello para lo que nació. ¿qué es lo que la razón le pide? Cosa facilísima; vivir según su naturaleza; mas esto hace difícil la común locura. El uno al otro nos empujamos en los vicios.
XLIII: Si es honesto lo que haces, todos lo sepan; si torpe, ¿de qué sirve que no lo sepa alguno, si tú lo sabes? ¡Oh miserable si desprecias este testigo!
Dice Quevedo que, sin ánimo de hacer de Séneca un teólogo cristiano, los estoicos no ignoraron que todo el bien dependía de Dios. Claro que las similitudes entre el pensamiento estoico y el cristiano ya las habían marcado los teólogos cientos de años antes que naciera el famoso escritor.
Pero no lo que hago
Séneca (ca. 5 a.C-65 d.C.) compuso sus Epístolas Morales entre su retiro de la vida pública (62 d.C.) y su muerte. Estos escritos tienen la evidente intención de difundir la doctrina estoica sobre la vida y cómo vivirla. Y, además, hay un expreso propósito de justificarse frente a la posteridad. ¿Escribía, entonces, para Lucilio? En la epístola 8, que no está entre las once rescatadas por Quevedo, dice: «…me ocupo de los hombres del futuro. Redacto para ellos algunas cosas que podrían servirles; les mando por carta consejos saludables, como preparaciones de útiles medicamentos, tras haber probado que éstos son eficaces en mis úlceras, las cuales, aunque no han sanado completamente, han dejado de extenderse».
Pero, y en esto los historiadores no se ponen de acuerdo, ¿predicaba acaso con el ejemplo el filósofo cordobés? ¿Vivía según los consejos que dispensaba? ¿O era otro pastor mentiroso de los muchos que en el mundo han sido?
Empecemos por su vinculación con Nerón, un personaje al que la historiografía no lo ha tratado muy bien. Por lo menos Tácito y Suetonio no nos han legado una imagen favorable. Es cierto que la damnatio memoriae, (que no inventaron los romanos, aunque la usaron bastante como recurso) se aplicaba contra los enemigos del Estado (¿o del Senado?) y suponía la atribución de crímenes o el incremento de otros (llevaban, por ejemplo, la cifra de 9000 desaparecidos a 30.000).
No lo vamos a resolver nosotros el enigma. Si podemos extraer de todo esto alguna enseñanza, es que, si los consejos son buenos, quedémonos con ellos. De sus acciones, el que los emite tendrá que rendir cuentas al Creador.
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