Según los relatos bíblicos, Herodes I fue el Rey de Judea Samaria, Idumea y Galilea.
Fue conocido por la construcción de obras colosales y por las conquistas territoriales. Y a pesar de que no hay registros en las fuentes contemporáneas, también se lo conoce por ordenar la matanza de niños menores de dos años en la época de Jesús, ante el temor del nacimiento del Mesías. Si bien no hay respaldo literario técnico del hecho, por los antecedentes de Herodes es muy posible que así haya sido porque él sí fue culpable del asesinato de su mujer y de dos de sus hijos.
En mi pueblo había un Erodes Inocencio; Erodes, pero sin hache, de apellido Perdigón. No tenía nada que ver con el bíblico y tampoco era una bala.
Era muy leal con sus amigos y siempre iba a visitarlos con algún mate o una botellita de caña en mano, para charlar y pasar un buen rato intercambiando información de lo que pasaba en el pueblo. Chismeros inocentes nomás.
Le gustaba charlar y era un buen amigo de sus amigos. Nunca faltaba a ninguna reunión y se lo veía siempre en los eventos sociales de todos los colores políticos o futbolísticos, porque a los amigos no se los juzga por su preferencia política o futbolera, según afirmaba.
Claro que eso no estaba bien visto en todos los ámbitos.
En el espacio del fútbol -una de sus pasiones- no gustaba para nada. No caía bien que fuera a tomar mate con el director técnico del cuadro visitante -que también era amigo- después de compartir un asado o guiso con el técnico y el plantel del equipo local.
Se levantaron calumnias sobre su persona y sospechas a partir de una derrota por goleada que sufrió el cuadro local a manos del visitante, que parecía saber que el local quería adelantar las líneas para favorecerse de la “ley del offside”. Pero los visitantes practicaron el autopase, evitando caer en la trampa futbolística y así conseguir enfrentarse solos al golero y convertir más de media docena de goles.
—O los visitantes supieron leer muy bien el partido o alguien les contó la táctica —repetían con enojo, llenos de sospechas, los hinchas fanatizados.
Erodes Inocencio Perdigón trabajaba en una pollería llamada “Doble pechuga”. Siempre ponía ofertas, pero por alguna extraña razón la competencia (“El pollo Culeco”) siempre le ganaba de mano poniendo un peso más barato toda la oferta.
Cuando empezaron las campañas electorales, daba la casualidad que todos los actos coincidían en zona geográfica y horario, nadie se daba un milímetro de ventaja. Era mucha casualidad.
Pero todo tiene un límite. Fue radiado y empezaron a hacerle el “boicot”.
Le tocaron la “polca del espiante” en la pollería, no le permitieron la entrada a las instalaciones del club y le dijeron que no se podía ser de todos los partidos.
La respuesta de Erodes Inocencio no se hizo esperar.
—Yo soy y seré leal.
—A todos.
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