El 17 de abril de 2025 se cumplirán los trescientos treinta años de la desaparición física de sor Juana Inés de la Cruz. Como no estoy proponiendo contratar juglares amigos para celebrar la fecha, pero dicen que “lo que es moda no incomoda”, no tengo reservas morales en adelantar la ocasión para referirme a ella.
¿Qué tiene de particular esta religiosa jerónima para recordarla? Es que no ella, sino su memoria, es víctima de la leyenda negra. La primera mención en prensa, que surge de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España, es de la publicación catalana Diario curioso, histórico, erudito, comercial, civil y económico (17 de agosto de 1772). Como no podía ser de otra manera, es una redondilla:
De Alabarda vencedora
Un tal Sargento se armó
Mas luego él y ella paró
En lo que cantaré ahora:
A ella una A se desvanece,
Porque la Albarda suceda;
A él el sar en sarna queda,
Y el Argento no parece.
En 1775 otro medio español la recuerda como una “religiosa ilustre en virtud y letras”.
Por su parte, el poeta, escritor, periodista y diplomático mexicano Amado Nervo le dedica su obra Juana de Asbaje (1910), tal cual era el apellido de la religiosa. Se trata de un ensayo biográfico sobre la vida y obra de sor Juana en el que resalta con admiración su espiritualidad, su interés científico en la astronomía y sus inclinaciones estéticas.
Dice Nervo que los conventos mexicanos del siglo XVII no eran “habitáculos de tristeza”. La mojigatería, tan ajena al temperamento español, fue importada del norte. Presumiblemente, dice, del jansenismo, y no aplicaba “ni en la Nueva ni en la Vieja España”. Con relación al jansenismo, movimiento censurado por la Iglesia, algunos autores afirman que la censura se debió a calumnias jesuíticas, dado que el pensamiento de Jansenio nada tenía de herético. Rodolfo Fattoruso en su obra Maestros de la Gracia, la Abadía de Port-Royal en el siglo XVII (Editorial Académica Española, 2016) aporta un interesante y bien documentado trabajo sobre el tema.
Sin perjuicio de la opinión de Nervo sobre el origen de la mojigatería conventual, la médula de la apreciación del poeta es que “la virtud tenía cara alegre”. Compara el buen humor de sor Juana con santa Teresa de Jesús diciendo, que es similar y que ambas deben ser leídas “siempre con amor”. Así, la santa de Ávila, según María de San José, priora de Sevilla, “no era amiga de la gente triste”. En su Libro de las Fundaciones, santa Teresa dedica un capítulo a las melancólicas, porque, dice, “a una monja descontenta yo le temo más que a muchos demonios”.
Redondillas
Entre los ejemplos del humorismo de sor Juana, cita Nervo la misma redondilla de más arriba, titulada Que muestran a un sargento las circunstancias que le faltaban, y agrega otra:
Que dan el colirio merecido a un soberbio:
El no ser de padre honrado
fuera defecto a mi ver
si como recibí el ser,
de él, se lo hubiera yo dado.
Más piadosa que tu madre,
que hizo que a muchos sucedas,
para que entre tantos puedas
tomar el que más te cuadre.
Concluye Amado Nervo que no tuvo sor Juana “el mal de la tristeza”. Ni se fastidió jamás, porque “los cerebros eminentes no se fastidiaban”. Y termina diciendo: “De la obra de la monja resbala una noble sonrisa, que era como la suave claridad de aquella alma elegida”.
El eminente Marcelino Menéndez Pelayo incluye en su Antología de poetas hispanoamericanos (1856) elogiosos conceptos sobre la monja mexicana.
Dice Menéndez Pelayo: “En tal atmósfera de pedantería y de aberración literaria vivió sor Juana de la Cruz, [que] por eso tiene su aparición algo de sobrenatural y milagroso [por] su vivo ingenio, su aguda fantasía, su varia y caudalosa, aunque no muy selecta, doctrina, y, sobre todo, el ímpetu y ardor del sentimiento, así en lo profano como en lo místico…”.
Sus versos fueron publicados en 1689 en Madrid bajo los auspicios de la condesa de Paredes, que había sido virreina de México y gran protectora de sor Juana. Pero las únicas composiciones profanas que a mediados del siglo XIX eran populares en España “son sus ingeniosas redondillas, particularmente aquella en defensa de las mujeres contra las detracciones de los hombres”.
Y sin duda lo es, esa que comienza:
Hombres necios que acusáis/ a la mujer, sin razón, / sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis. Y culmina: Dejad de solicitar, / y después, con más razón, / acusaréis la afición / de la que os fuere a rogar. / Bien con muchas armas fundo / que lidia vuestra arrogancia, / pues en promesa e instancia / juntáis diablo, carne y mundo.
Esa redondilla tiene trescientos años y aún vive. Otro aspecto que señala el erudito español, que es importante para engarzar lo que más adelante se desarrollará, es que fue mujer hermosísima y apasionada en sus afectos, “sin necesidad de dar asenso a ridículas invenciones románticas ni forjar ofensas a su decoro”. Así, resalta la sinceridad de su poesía afectiva, la que también encuentra en sus versos místicos.
La leyenda
¿A qué se refiere Menéndez Pelayo cuando habla de “ridículas invenciones románticas” y de “forjar ofensas a su decoro”? El ilustre santanderino juzga sobre la belleza de sor Juana a partir de su retrato y entiende que antes de ingresar en el convento ha de haber tenido amores y sido amada. Esto surge de su obra. Cree que no es posible escribir poesía romántica sin haber experimentado el sentimiento. Basta leer estos resignados versos:
Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.
Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.
Su principio, su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia, que otro tiempo bien te quiso?
¿Qué razón hay de que dolor te cueste?
Pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso.
En el próximo número veremos cómo, a partir de sus poemas y de la malversación de algunas situaciones de su vida, se comenzó una campaña para dañar la memoria de sor Juana y, a su través, desacreditar la imagen de la institución a la que dedicó su vida: la Iglesia católica.
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