En tal vez la más famosa obra de teatro jamás escrita, Hamlet le dice a Ofelia: “Así seas tan casta como el hielo y tan pura como la nieve no te librarás de la calumnia. ¡Vete a un convento, vete!”. A sor Juana, pasaron tres siglos y a su memoria la alcanzó la calumnia. Como bien dice Fattoruso en su obra citada en la primera parte de esta nota, se trata del “más antiguo y eficaz de los recursos de la guerra psicológica, a saber: producir realidad donde no existe; si no hay se inventa; si el enemigo no deja flancos se le crean símiles; si su sombra se escabulle, se dibuja una sombra lo suficientemente siniestra capaz de legitimar los ataques y tranquilizar la moral de los impávidos a los que se les pedirá adhesión o complicidad en la cruzada; se fabrica una especie de doppelganger con algunas ligeras modificaciones funcionales a las necesidades de la calumnia”.
La pregunta que surge, de inmediato, es por qué la invención de ese “gemelo malvado” y cuándo. Vayamos hacia los especialistas en busca de respuestas.
Alejandro Soriano Vallés (México, 1960) es poeta, ensayista, graduado en Letras por la Universidad Nacional de México y, sobre todo, un especialista en la vida y la obra de sor Juana Inés de la Cruz. Sobre la que dio en llamarse “Décima Musa”, ha escrito seis libros, uno de ellos Premio Nacional de Ensayo 1995 en su país. Los últimos treinta años se ha dedicado a refutar las calumnias vertidas desde ciertas visiones filosóficas y políticas sobre la monja jerónima, gloria de las letras hispanas, no solo de México, ni de España: de todos nosotros.
Las revelaciones de este especialista sobre el tema son esclarecedoras. Se le ha creado la imagen de rebelde, incomprendida, sometida al despotismo eclesiástico, feminista y hasta lesbiana.
¿Cuándo?
Siguiendo a Soriano Vallés, en un reportaje realizado por el medio mexicano El Observador de la actualidad, en noviembre de 2021, tenemos una respuesta. Censores ha tenido siempre. Es habitual que cuando alguien se destaca con un brillo como el de sor Juana, se generen envidias y recelos con sus consecuentes maledicencias. Pero empezaron a arreciar durante el siglo pasado, y eclosionaron en el presente.
En determinado momento la Iglesia de México analizaba iniciar el proceso de beatificación de sor Juana. En 2009, consultaron la opinión de Soriano Vallés desde la Arquidiócesis de México. Sus argumentos para expedirse en forma favorable a la consulta son, dice, los mismos que expone, particularmente en su Sor Juana Inés de la Cruz, Doncella del Verbo (2010), y que, por otra parte, se pueden encontrar dispersos por toda su obra.
Por algún motivo el asunto no se prosiguió. No obstante, cuando los “librepensadores” (jacobinos, diría Rodó) tomaron conocimiento de la intención de la Arquidiócesis, presentaron una iniciativa propia: incorporarla al “altar laico de la Rotonda de las Personas ilustres”. En 2018, por estar ellos “incrustados en el gobierno”, así se hizo.
Juana se hizo monja por la salvación de su alma y no para poder estudiar, como algunos afirman. Así, señala Soriano que, en su testamento escrito en 1669, expresa: “Siempre he sido inclinada al estado de religiosa”, y “Dios me haga santa”.
En cuanto a las “persecuciones de la Iglesia”, se concentran en dos hechos puntuales un intercambio epistolar con su amigo el obispo de Puebla y la venta de los libros de su biblioteca. Según algunos autores, el arzobispo de México le pidió al P. José de Lombeyda, amigo de sor Juana, que se ocupara de vender los libros de la monja, aparentemente como una suerte de censura. El documento a que refiere Soriano es contundente: el testamento del sacerdote, donde dice que fue sor Juana quien le pidió que vendiera su biblioteca para destinar el dinero a caridad, no el arzobispo, y que, se trata de un “desvergonzado bulo”, “narrativa volteriana”. Esa misma narrativa que, intentando demostrar una inexistente persecución, pretende que ella quería ser sabia y no santa. Acota Soriano con impecable lógica que no hay impedimento alguno entre ser sabio y ser santo.
Octavio Paz
Otro poeta, ensayista, escritor y diplomático mexicano, Octavio Irineo Paz Lozano (1914-1998), considerado uno de los más grandes del siglo pasado, Premio Nacional de Ciencias y Artes (1977), Premio Cervantes (1981), Premio Nobel de Literatura…, ha escrito su ensayo Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982).
El intelectual mexicano Jorge Gutiérrez Reyna hace notar que, “Al igual que la figura de sor Juana, la de Octavio Paz despierta entre nosotros acaloradas discusiones. Ante su obra, somos incapaces de permanecer indiferentes: el comentario se mueve entre el más desvergonzado panegírico y la más enérgica de las condenas”. Soriano Vallés no vacila en inscribirse dentro de la segunda categoría. Es que, más allá de la intención de Paz, ese trabajo contribuyó a consolidar la leyenda negra sobre sor Juana. Dice que lo que hizo el entonces reciente Premio Cervantes fue proyectarse sobre la figura de la religiosa para hacer coincidir su propia ideología con la de Sor Juana. Que la usó y que, por eso, “no podía admitir que ella creyera en algo que él no compartía”. De ahí que creara un trabajo basado en “trampas y artificios”. En esa imagen está utilizando el profesor mexicano la expresión “trampas de la fe”, para transferirla a su contrario: “las trampas de la falta de fe”.
Si se trata de un trabajo “tan lleno de errores” no debería ser tan difícil refutarlo… Pero “por desgracia se ha popularizado”, dice Vallés. Es cierto, en el mundo de la desinformación que nos acosa, donde verdad y mentira vienen envueltas para regalo, después que algo se instala en la conciencia colectiva, no es fácil de erradicar. La obra de “vestir a Juana de Asbaje con los harapos de nuestro tiempo, acomodándola a personales agendas culturales y políticas” está hecha.
Como señala, el profesor de la UNAM, Jorge E. Traslosheros, los dos pecados capitales del historiador so “el anacronismo y el teleologismo. En el caso del cual se ocupa Soriano los estudiosos sorjuaninos cayeron en los dos. En anacronismo porque se dieron a la tarea de juzgar el pasado por el presente; en teleologismo, porque supusieron que todo el pasado se ordena a justificar nuestro presente”.
La realidad de sor Juana la resume admirablemente don Marcelino Menéndez Pelayo en una frase: “Su muerte fue corona de su vida: murió en una epidemia asistiendo a sus hermanas”. Es obra santa salir a rescatar su memoria.
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