Gran cocinero era el “Cangrejo Albornoz”. Poseía una virtud enorme para la elaboración de platos con base de pescado y mariscos.
Fue famosa una “tallarineada” con tuco de atún para numerosos comensales en el club de pesca “El mejillón feliz”. Muchos quisieron “bicicletear” el pago del ticket al turco Harut, que era el cantinero, pero este no mordió el anzuelo.
Dicho sea de paso, Harut no era turco, era nacido en Mariscala, hijo de un armenio y una criolla. Sabemos que en el Río de la Plata, todo ser humano que tenga nombre o apellido que no sea de origen latino, es irremediablemente turco, judío o ruso.
Volviendo a la “tallarineada”, todos se preguntaban cómo podía hacer tanta cantidad de fideos caseros a punta de cuchillo. En verdad estaban hechos en una máquina, como esas que destruyen documentos en las oficinas públicas, pero girada a mano.
Un día nos sorprendió con un plato de mariscos a la provenzal, en el que el perejil, el ajo y el vino se combinaban con zanahorias, puerro, apio, cebolla, morrones rojos, verdes y amarillos, haciendo más vistoso aquel exquisito plato.
Todo acompañado con un buen vino blanco.
Tenía un ayudante de cocina, más bien un cómplice, que no podía hacer otra cosa que limpiar los trapos sucios, hacer mandados y tirar la basura.
Este era el “pulpo Antelo”; famoso porque sus manos eran como tentáculos para quedarse con lo ajeno y por el tamaño de la cabeza, que era desproporcionada con respecto al cuerpo.
Su mayor virtud era la fidelidad al cocinero, pues nadie debía saber el secreto de la elaboración de los platos y de este no salía una palabra.
Las recetas estaban guardadas celosamente como en un cofre con cuatro llaves, aunque realmente estaban en una carpeta, debajo de las bolsas de harina.
Un buen día, el pulpo Antelo estaba haciendo compras y robó de un puesto del Buceo, como buen “descuidista” que era. No conocía el bicho que se llevó, solo sabía que era del agua, de color rojizo y grandote; resultó ser una centolla.
Lo metió en una mochila junto a la merluza y se la llevó a su patrón. A este le contó lo que creyó era una avivada, que había “afanado” el crustáceo y el chef, ni lerdo ni perezoso, entendió que debía hacerlo desaparecer rápidamente.
Se le ocurrió ofrecer un menú especial de sorrentinos rellenos de pulpa de centolla. Para desgracia del cocinero, rápidamente se sospechó de la ilegal procedencia del relleno y por los nervios vividos, los sorrentinos le quedaron muy mal.
Dada la situación, el turco Harut los expulsó del club en forma inmediata, pero quiso quedarse con la carpeta de recetas para seguir ofreciendo el servicio de cocina con un menú similar.
Pero como contamos unas líneas más arriba, el pulpo siempre era fiel al cangrejo, y decidió pasar por la máquina de hacer tallarines la carpeta con las recetas secretas.
Ni los sorrentinos, ni la centolla, ni el cangrejo y tampoco el pulpo tuvieron un final feliz.
La justicia aún sigue investigando el asunto de sorrentinos y centolla.
No tiene buen olor.
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