Llovía a cántaros aquel 21 de mayo de 1885 a las cinco de la tarde y, sin embargo, una muchedumbre se congregaba en el puerto de Montevideo. A poca distancia se veían fondeadas las cañoneras Artigas y Rivera. La primera llevaría a la comisión designada para devolver los trofeos de guerra al Paraguay. La segunda obraría como escolta «hasta la boca del Guazú» dado las condiciones del tiempo: una fuerte sudestada azotaba las aguas del Plata. Ambas habían sido botadas en 1884. La Gral. Rivera, construida en los talleres de la Escuela de Artes y Oficios. La Gral. Artigas procedía de los talleres navales de Trieste.
Los trofeos fueron conducidos con la solemnidad del caso. No eran solo banderas. Un inventario de 1881 incluye lanzas, tercerolas, sables, fusiles, clarines, estribos, espuelas, una fusta, un revólver…
Embarcados en un pequeño vapor junto con el Gral. Santos, la delegación arribó a la cañonera. «El Presidente rodeado de sus edecanes, quedó junto al portalón de la escalera. Allí recibió él mismo de manos de los oficiales que las traían, las banderas paraguayas y cargado con ellas se dirigió al sitio que ocupaba la Comisión, depositándolas en sus manos junto con las orientales que las acompañaban», relata Nicolás Granada en De Patria a Patria. Mientras, la banda del 5º ejecutaba el Himno Nacional seguido de los cañonazos de honor desde la Fortaleza del Cerro.
Es de hacer notar que la banda ya estaba a bordo junto con un piquete de cien hombres del mismo batallón, lo que sumado a la tripulación y a los miembros de la delegación hacía un volumen de gente respetable dentro del estrecho espacio disponible. También viajaba el Encargado de Negocios del Paraguay, otros agregados y «el pintor Corssetti, el bachiller Garabelli, el fotógrafo Dánessi y algunos jóvenes paraguayos de la Escuela de Artes y Oficios que aprovechaban la oportunidad para hacer una visita a sus familias».
A todo esto, la tempestad arreciaba y los viajaros andaban: «Como beodos que tientan en el vacío, imaginarios puntos de apoyo, tambaleándonos, entrechocándonos los unos con los otros, escurriéndonos sobre la resbaladiza superficie de la cubierta, rodando algunos y magullándonos no pocos…».
Es interesante la lectura de este texto no solo por su valor histórico, sino por el estilo de este buen escritor que fue Granada, que logra una narración fluida y condimentada por un señalado sentido del humor.
Perfiles
Más allá del relato del viaje en sí, el autor introduce una serie de perfiles de los miembros de la comisión. Aclara que no es su objetivo «hacer biografías pesadas y generalmente aduladoras». Esto está relacionado con una de las observaciones que le hace el historiador José M. Fernández Saldaña al texto de Granada: que es una creación a la mayor gloria de Santos.
Es cierto que Granada no pretende ser objetivo. «Mi amistad dibuja con el alma sus bocetos predilectos», dice. También es cierto que se había generado una atmósfera especial. Todos tenían la convicción de estar cumpliendo una misión sagrada. En medio de ese clima, al que se había asociado el tiempo, pasada la tormenta, vuelta la calma, escribe:
«El más joven de todos era el General Tajes […] un hombre que, al revés de muchas otras entidades políticas que, según el dicho ya vulgar, “como las estatuas ganan con ser vistas de lejos”, adquiere ventajas reales con ser tratado en la intimidad […] un militar de linaje [y de] carácter franco y sencillo. Su fisonomía se ha caracterizado bajo el influjo de la disciplina y su mirada […] es suave e inteligente, acostumbrada a fijarse al frente».
«Camina rítmica y mesuradamente con pasos exactos de 608 milímetros como le demarcan las instrucciones militares: calla generalmente, ríe poco (en público y sobre todo ante superiores en edad, dignidad y gobierno) …». La sequedad fría, y reservada de su tipo exterior, es una corteza; menos que una corteza, una epidermis. A poco frotar sobre ella, se ponen de manifiesto sus bellísimas condiciones de carácter».
«El General Tajes habla conceptuosamente, y con facilidad y elegancia, exornando su discurso con imágenes bellas y originales. Tanto en su carácter público, como en el privado, es culto, digno, atento y benévolo. Dos grandes condiciones he observado en él, haciéndomelo más simpático si cabe que por las muchas otras que lo adornan: no lo he oído jamás hablar mal de nadie, ni fuera de los actos de servicio tratar de imponer a nadie tampoco, la superioridad de su jerarquía militar, ni de su investidura política».
¿Intuía Granada que Tajes sería el próximo presidente de la República y en un muy breve plazo? Esta elogiosa pintura, ¿se explicaría por un interés mezquino?
Los hechos posteriores: el tiro de Ortiz, la afección cardíaca descubierta, la ley de imprenta, la renuncia de los ministros (menos la del Gral. Tajes), el ministerio de la Conciliación, la renuncia del capitán general Santos a la presidencia del Senado, su ida del país y la elección del teniente general Tajes como presidente de la República, en rápida sucesión, eran de previsión imposible.
…rey puesto
Pero la historia vuelve a repetirse. Del mismo que Santos se despegó de Latorre. Tajes lo haría de Santos.
El 16 de enero de 1887, la revista El Álbum Platense publica en su primer número una imagen de Tajes que ocupa toda la portada. Los redactores afirman que no los mueve ningún interés personal para la inclusión del retrato, porque el medio no se ocupará de política. Pero reconocen las simpatías de la ciudadanía hacia el novel presidente. Recuerdan que fue el vencedor del Quebracho, una revolución que se inició «para dar participación en el Gobierno a todos los elementos sanos del país». Y que, cuando derrotados militarmente los revolucionarios se aprontaban para la peor de las suertes, Tajes les garantizó sus vidas. Que eso fortificó políticamente al general que inmediatamente recogió las simpatías del pueblo y que después con sus actos continuó por un sendero que aseguraba la libertad de los ciudadanos sin distinción de partidos, paz interna, administración honesta y pleno goce de los derechos que reconoce la Constitución.
En esta narrativa, no aparece Santos, nada más que cuando se habla de que las leyes fueron proscritas durante diez años y que ahora rigen en todo su esplendor. Es comprensible, si tenemos en cuenta que el director de la publicación, don Saturnino Álvarez Cortés fue uno de los perdonados del Quebracho. Por otra parte «esa palabra magnánima» la escuchó de labios del Gral. Tajes. ¿A quién interesaba en ese entonces que la orden hubiera venido de Santos? A nadie. Santos estaba fuera de combate. El presidente Tajes, con la participación de su ministro de Gobierno Julio Herrera y Obes se encargó de desantificar al ejército. Disolvió el 5° de Cazadores y otros cuerpos. Y cuando Santos quiso regresar de su viaje europeo, Tajes envió un mensaje al Parlamento para que votara una ley de “extrañamiento” que, recuerda Reyes Abadie, fue aprobada por un voto. La medida, totalmente inconstitucional, sin embargo, fue puesta en práctica. No conocemos que El Álbum Platense haya alzado su voz para señalar que se estaban violando derechos fundamentales de un ciudadano que era capitán general y senador de la República. Agrega Reyes Abadie que el diario El día aplaudió la medida porque de haberse dado el retorno de Santos: «Cada oriental sería un Ortiz».
Cuando poco después Latorre quiso retornar, bajo el influjo de Herrera y Obes, se le aplicó la misma medicina que al capitán general. Latorre no se sorprendió. Después de todo, ya le había pasado lo mismo con Santos.
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