La triste y larga historia de la traición no ha estado exenta de curiosas apologías, algunas de ellas cercanas la propia traición.
Si un héroe es un varón ilustre por sus hazañas o virtudes, ¿qué relación tiene con el traidor? La pregunta es de fácil respuesta: el traidor es quien lo traiciona. El diccionario de la Real Academia Española dice que una traición es una “Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”. Y agrega: “Delito cometido por civil o militar que atenta contra la seguridad de la patria”. Se deduce llanamente que el traidor representa lo contrario al héroe, es el antihéroe. Su némesis, la peor de todas, porque reviste en sus propias filas. Solamente alguien en quien confiamos puede traicionarnos. El antiguo refrán español refleja fielmente el concepto: “Dios me libre de mis amigos que de mis enemigos me libro yo”. Es la traición lo que provoca mayor dolor al destinatario: la mujer que engaña a su marido –o a la inversa–, el hermano a su hermano, el ahijado al padrino.
El caso más emblemático de traición es el que relata la Historia Sagrada. “¡Desdichado de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!; mejor le hubiera sido a ese no haber nacido! Tomó la palabra Judas, el que iba a entregarle, y dijo: ¿Soy, acaso, yo, Rabbí? Y Él respondió: Tú lo has dicho” (Mateo 26, 24). Y después, para tocar el fondo de la abyección, señalará al Cristo con un beso: “Acercándose a Jesús, dijo: Salve, Rabbí. Y le besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes?”.
Es tan incuestionable la pintura bíblica, que nadie le niega a Judas el calificativo de más grande traidor y, teniendo en cuenta que toma parte activa en el deicidio, parece bien ganado. Cuando Dante escribe su obra cumbre, le encuentra su ubicación, de dudoso privilegio, en el noveno círculo del infierno. Allí, junto con otros dos traidores, encontrará su lugar en un espacio atendido por su propio dueño. Está en el punto álgido del infierno, término válido en sus dos sentidos: como punto culminante y como helado. Allí será recibido, a pedir de boca, por el monarca del doloroso reino del hielo. El maligno está representado por un monstruoso ser con una cabeza con tres caras. Cada boca hería con los dientes a un pecador, atormentándolos simultáneamente.
A fines del siglo XIX, la traducción de Bartolomé Mitre rima: “En cada boca un pecador devora, / con sus colmillos, de espadilla a guisa: / de un alma es cada boca torcedora. / La del frente, algo menos martiriza, / pero su garra, cual de acero dura, / la piel hace pedazos triza a triza. / ‘Aquel que sufre la mayor tortura’, / dijo el maestro, ‘es Judas Iscariote, / cabeza adentro y piernas en soltura’”.
Compartiendo podio
¿Y los otros dos? “De esos cabeza abajo, en otro lote, /el que pende del negro befo, es Bruto, / que sufre sin que el labio queja brote. / El otro es Casio, fuerte como enjuto”.De modo que la descripción también incluye a estos dos avocados al tratamiento del superior. Esos dos señores, a un paso de distancia del deicida, eran ubicados allí por Dante a causa de haber traicionado y dado muerte a Julio César. Puede discutirse si el lugar es el que les hubiera correspondido, pero en mi opinión personal, están adecuadamente incluidos en el contexto. Se les excusa por algunos autores, alegando que cometieron tiranicidio. Pero aquí lo que hubo fue una doble traición: al amigo y al superior.
Entre los defensores se encuentran Acuña de Figueroa y don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, caballero del Hábito de Santiago y señor de la Torre de Juan Abad. Traductor de Plutarco, dice don Francisco que cuando los conjurados se acercaron a Julio César para matarlo: “Le tocaban los pies y el pecho, le asían las manos y con besos le tapaban los ojos”. Luego lo empezaron a apuñalar. “Y como ya fuesen muchos los que lo acometían a César […] viendo que Bruto desnudaba su espada contra él […] cubriéndose la cabeza con la toga dejó su cuerpo libre a los homicidas”. Téngase en cuenta que Plutarco (46 o 50-120 d. C.) nació después de la muerte de César (100-44 a. C.).
No obstante, escribe cuando se refiere a ese hecho de sangre: “Todavía hay muchos de quienes se puede oír que un agorero le anunció aguardarle un gran peligro en el día del mes de marzo que los romanos llamaban los Idus. Llegó el día, y yendo César al Senado, saludó al agorero y como por burla le dijo: Ya han llegado los Idus de marzo, a lo que le contestó con gran reposo: Han llegado, sí, pero no han pasado”. “Muchos de quienes se puede oír…”.
The rest is Shakespeare. Él le hace decir en La tragedia de Julio César al presunto augur: “Cuídate de los Idus de marzo”. Toma el escritor inglés el relato de Plutarco, quien, a su vez, lo recogió de relatos de otros. Lo que queda claro es que el beso de Judas también está presente en esta versión de la historia. Le agrega –es su derecho literario–, entre otros, este condimento. Después de haber asesinado a César, Bruto y Casio reflexionan sobre el hecho.
Bruto: ¡Sabemos que hemos de morir! ¡Solo el instante y los días que restan es lo que importa al hombre!
Casio: ¡Bah! Quien merma veinte años de su vida, esos suprime de estar temiendo a la muerte.
Bruto: Convenid en eso, y la muerte resulta entones un beneficio. ¡De este modo somos amigos de César pues hemos abreviado sui tiempo de temer a la muerte!
Curiosa apología de la eutanasia…
Borges, National Geographic
De Shakespeare lo toma Borges para su Tema del héroe y del traidor. Este cuento fue publicado por primera vez en 1944 (cumplió sus ochenta años el pasado 3 de enero). Tuvo una nueva versión en 1956. Para esta ocasión tomamos solamente el título. Más que comentarlo, lo que hay que hacer con Borges es leerlo.
Si como dice Saúl Soskoswi, con Pío Baroja, “la historia es construida para otorgarle sentido a guerras y conflictos; también, para forjar una malla cohesiva que se llamará pueblo o nación”, tampoco está lejos Zum Felde cuando, con afán localista, observa: “En el Uruguay la historia no existe, todo es política”. ¿No es eso lo que hace Borges? Reducirlo a un mero ejercicio intelectual para matizar las desveladas noches parece demasiado mezquino.
¿Cuál el héroe y cuál el traidor? Bruto y Casio, ensalzados por Quevedo mientras el satán los mastica sin cesar. El único que parece estar a salvo de la duda es Judas. Su papel es claro. Además, forma parte de la Historia Sagrada, que como tal es inmutable. A pesar de que no está a salvo de los intentos revisionistas, como lo atestiguan las crónicas y la realidad actual.
Durante los años setenta se encontró en Egipto un códice, o más bien, los fragmentos de un código. Resguardado durante años en Nueva York, el papiro requirió un complejísimo trabajo de restauración. Armar ese rompecabezas llevó mucho tiempo. En los primeros años del corriente siglo, el carbono 14 determinó su antigüedad: entre el 220 y el 340 d. C. Se trataba de lo que dio en llamarse Evangelio de Judas. El traidor, según este documento, pasaba a ser héroe.
National Geographic salió inmediatamente a dar la noticia de la autenticidad del documento. Muchas personas que leen solo titulares consideraron que la Biblia había sido revisada y que, de ahora en más, Judas pasaba a ser bueno. En realidad, el documento, sí era auténtico: había sido escrito en Egipto entre esas fechas. Pero que un documento sea auténtico no lo hace sustancialmente verdadero. Dante sigue firme.
Estos no son los únicos traidores. Cuando violamos nuestras convicciones, cuando actuamos contradiciendo los principios que predicamos no solo traicionamos a un tercero, sino a nosotros mismos. Cuidémonos de esos Idus de marzo.
TE PUEDE INTERESAR: