Cualquiera que haya garabateado algunas líneas sabe que no puede escapar de su propia historia. Dickens en David Copperfield. Kipling, explícitamente autobiográfico en su Algo sobre mí mismo. Vargas Llosa en La tía Julia y el escribidor relata su historia de amor con su tía política Julia Urquidi. Un personaje tan real que le contesta con otro libro.
¿Qué nos dice la tía Julia? Varguitas la apodaba Negrita, mote por el cual la federación inglesa de fútbol lo hubiera suspendido por tres partidos y multado con 100.000 libras. Habla de los celos obsesivos de Varguitas, fruto de una inseguridad que lo llevaba a acusarla de “coquetear con todo hombre que se pusiera a mi alcance”. Esos celos sofocantes le producían constantes cambios de humor, enfermedad que ella consideraba herencia paterna del escritor peruano. Mientras ella, constante Penélope, aguardaba a que él retomara su conducta habitual, cocinaba, le planchaba las camisas y los pañuelos, ¿qué mayor muestra de amor?
Así, mientras ella hacía todo lo posible por demostrar su fidelidad, apareció en el horizonte familiar una interesante mejicana llamada Pilar, “que trajo mucha intranquilidad a nuestro hogar”. Ella, desesperada por la situación, tuvo la original idea de tomarse un frasco de píldoras. No fue la primera vez que intentó el recurso del suicidio. Hasta aquí el argumento podría ser de la pluma de Nené Cascallar (que, por otra parte, era la fuente por excelencia de telenovelas de la época).
El asunto se complicó más cuando apareció la prima Patricia, una muchacha quinceañera que se vino a vivir con la pareja a París. Ahora se invierten los términos de la ecuación, ya no se trata de la relación entre un joven de veinte y una mujer mayor, sino de la relación de un hombre de 25 con una adolescente diez años menor. Así, entre idas y venidas, mientras Mario progresaba en su carrera y andaba por el mundo, ante alejamientos y acercamientos a Patricia, Julia quedaba en París esperando cartas de este ingenioso Odiseo. Así, llegamos a la fecha fatal.
Infiel Mnemósine…
El 10 de mayo de 1964, la carta de Mario (hombre de familia, al fin) es mucho menos ambigua que las otras. Después de asegurarle en su extensa misiva que no había tenido sexo con Pilar ni con Patricia (con quien una vecina le acusó de besarse en la escalera de su vivienda) le dice que quiere divorciarse de ella para casarse con su amada prima Patricia.
El libro de Julia no tiene mayor originalidad. No es diferente a todas las desavenencias y rupturas de cualquier pareja. Aporta sí, datos como que fueron a esperar a la madre del Che a Orly y que la hospedaron en su casa. Que se reunieron con ella y unos revolucionarios peruanos que deseaban importar la revolución cubana a su país. Pero la intentona no prosperó y los mataron a todos.
Al final Julia se vuelve para Cochabamba y termina como secretaria de la esposa del general Hugo Banzer Suárez. Mientras tanto, Mario, “contra todos sus ideales y sus convicciones”, se casaba con Patricia por la Iglesia. Cómo cambian las cosas los años…
Julia se volvió a casar (algo tenía que hacer). El golpe de gracia le llegó cuando recibió una carta fechada a 15 de octubre de 1977 adjuntándole La tía Julia y el escribidor. Es cierto que con una muy fina atención: el libro estaba dedicado “a quien tanto debemos yo y esta novela”, es decir, a ella. Pero lo interesante de la carta (para el lector, se entiende) es que quiere explicar cuál fue su idea al escribir esa novela. Vale la pena transcribir algunos párrafos.
Le dice que ella podrá reconocer muchos episodios autobiográficos. Pero le agrega, hábil declarante, “con los cortes y adiciones que la memoria suele imponer”. Es cierto, la memoria selecciona, recorta, añade, pero la de cada uno obtiene, por lo menos en este caso, resultados diferentes.
Argumenta que el contraste entre el mundo real y el imaginario lo conseguiría mejor si él mismo se introdujera en la historia y daba testimonio de Pedro Camacho y su obra. “Así, insensiblemente” (en forma inocente, digamos), utiliza su propia experiencia con la pobre Julia. Intercaló los capítulos “irreales” con otros “absolutamente verdaderos”. Y si bien debió hacer algunas adecuaciones obligadas, “en lo esencial no he traicionado nada”, dice.
¿Y si ella no quería?
Con gran honestidad, fuerza es reconocerlo, admite que muchas veces pensó en comunicarle lo que estaba haciendo, porque sentía (un hombre tierno, sin duda) que estaba cometiendo “una profanación de la intimidad”. Pero no lo hizo (con gran fuera de voluntad) “por cobardía”. Y le plantea su dilema, que logró superar con indecible esfuerzo: “¿qué hubiera hecho si tomabas a mal la idea y me pedías que no perseverar en ella?”. Es una novela, “espero que no te cause irritación ni te ofendas”. Porque dice creer en que “a los lectores los episodios reales les parecerán tan imaginarios (y tal vez más) como los otros”.
Agrega un dato por demás interesante. El personaje de Pedro Camacho está basado en el dramaturgo, guionista, locutor radial, político y periodista boliviano Raúl Salmón de la Barra. Cuando Vargas Llosas así lo comentó en un reportaje, lo hizo porque pensó que “se había muerto, o seguía loco o perdido en el mundo”. Pero el finado estaba vivito y coleando (incluso llegó a ser alcalde de La Paz entre 1979 y 1982). Tal parece que don Raúl tomó a mal el comentario. Es que Pedro Camacho es un personaje realmente estrafalario que, además, termina sufriendo un deterioro mental que lo lleva a entreverar los personajes de sus radioteatros. Es cierto que es muy entretenido para el lector, salvo que usted sea un escritor boliviano con actividad radial y el autor diga que esa fue la fuente de su inspiración. Otro herido.
Vargas Llosa no se entrega. Intenta condimentar su comentario. “He tratado de darle explicaciones en múltiples reportajes”. Dice que una novela no “puede ser tomada como un documento fidedigno de personas o cosas de la realidad”. Pero Salmón seguía indignado “haciendo amenazas a diestra y siniestra”.
Termina su carta informando los viajes que hará con su esposa. Partirán hacia Inglaterra donde irá por nueve meses a la Universidad de Cambridge. Se alegra de viajar a la “tranquila Inglaterra”. Porque “en Lima vivo en una agitación terrible”, dice. Y para colmar la paciencia de la sufrida mujer, le agrega la posibilidad de que vayan a Bolivia y “sobre todo a Cochabamba, de donde tengo tantos buenos recuerdos”. Cierra con “un abrazo fuerte, con el cariño de Mario”.
Lo que no dijo
¿Qué hizo Julia cuando terminó de leer el libro a las seis y media de la mañana? Llorar desconsoladamente. El libro “me hizo mucho daño y me dio mucha cólera”, dice. Le contestó agradeciéndole la dedicatoria.
Y continuó con su “estúpido silencio” hasta que se enteró que iban a filmar una telenovela. Trató de evitarlo con sus escasos medios. Cartas, pedidos. Todo fue en vano. “Ya nada quise saber de Mario […] una persona tan egoísta, tan innoble”. Fue entonces cuando se decidió a publicar su verdad: Lo que Varguitas no dijo.
Es verdad que La tía Julia… nos hace admirar al escritor. Diferente es la cara de la persona.
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