Las “épocas” o los “periodos” históricos suelen ser, como decía mi querido profesor Rivas en historia de ciclo básico, unas franjas diagonales en una línea de tiempo gruesa. Aunque queramos, en la eterna ambición del hombre, crear maneras de clasificar y caracterizar todos los fenómenos que nos rodean, este intento no solo es reduccionista y positivista, es un error fatal.
Cuando nos preguntamos cosas de gran amplitud, como por qué surgió la música o por qué pasamos de la Edad Media al Renacimiento, no debemos buscar una respuesta definitiva y científicamente incuestionable, debemos ahondar en la investigación que genera la pregunta, en las ciencias sociales como la musicología o la historia. Muchas veces la respuesta a una pregunta que es quizás inalcanzable no es lo importante, sino la recopilación de evidencia y el criterio epistemológico que utilicemos para lograr al fin llegar a la creación de un nuevo conocimiento, es decir, el propósito mismo de la ciencia.
Los puntos de quiebre que encontramos entre época y época suelen ser simbolizados por un individuo o una serie de ellos, no que hayan creado la ruptura por sí mismos, sino que son los que logran sintetizar fenómenos que ya están sucediendo y los asientan como modelo para sus contemporáneos y para el futuro.
Antes del siglo XV la música escrita era interpretada en base a un sistema llamado “solmisación”. Es muy complicado poder explicar este método en pocas palabras, pero quiero dar una idea básica: en la solmisación existen tres tipos de hexacordios, es decir, series de 6 notas con distancias fijas entre ellas; dependiendo de los eventos que suceden dentro de la melodía o en la interacción de las distintas voces entran en juego las reglas y cláusulas del sistema, que obligan a cambiar de hexacordio y así generar “alteraciones” en las notas. Este sistema requiere un amplio conocimiento de la música y del sistema de solmisación. Por otro lado, genera una facilidad para los cantantes, solo existen seis nombres de notas, UT RE MI FA SOL LA, cuyas distancias son siempre idénticas, lo cual es un gran sistema nemotécnico para poder entonar las partituras.
Tomás Luis de Victoria y el paso a la polifonía
El padre Tomás Luis de Victoria fue un monje español nacido en 1548. Su obra no es tan vasta como la de sus contemporáneos, Lasso y Palestrina; él solo compuso música sacra: misas, motetes, himnos, salmos y magnificats. Sus profundas y sinceras convicciones religiosas otorgan un carácter especial a sus piezas, de una gran pureza técnica, una intensa calidad dramática y una expresión apasionada que algunos autores no han dudado en comparar con la que transmiten los poemas de sus contemporáneos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
De Victoria fue quien creó nuevos estándares para la escritura, tanto el escribir las alteraciones de manera que nunca pudiera haber confusión o segundas interpretaciones sobre sus obras, sino que también dio un excelente ejemplo de lo que buscó el Concilio de Trento, lograr crear polifonías, donde la letra y la discriminación de las voces es exquisitamente notable y diferenciable. Otra característica que hace de este compositor un gran ejemplo para el estudio de la música sacra es que sus obras, talladas con las alteraciones correctas, fueron publicadas mientras él seguía con vida, por lo que tenemos una gran seguridad de que fueron revisadas y republicadas en caso de ser necesario por el mismo autor. En 1585 se publica la más ambiciosa y magistral creación de Victoria: el “Officium hebdomadae Sanctae”, una colección que incluye 18 responsorios, nueve lamentaciones, dos coros de pasiones, un miserere, improperios, motetes, himnos y salmos para la celebración de toda la Semana Santa.
No podía ser sino de un monje que la exquisitez de la polifonía, que quería ser prohibida, fuera aprovechada a favor de lo solicitado por el papa. Dentro de su nueva sistematización podemos encontrar también evidencias de las primeras búsquedas de la jerarquización tonal, dado que en sus misas encontramos cadencias extremadamente conclusivas y donde se puede apreciar la polaridad y la jerarquía de los acordes de una manera muy superior a la de sus contemporáneos, quizás siendo él el peldaño que dio paso al Barroco en la música.
Invito al lector a escuchar la breve pieza “Jesu Dulcis Memoria”.
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