Aunque más conocido como intérprete de sus propias canciones, la infatigable creatividad de Aute ha sabido utilizar sabiamente diferentes lenguajes artísticos.
Si bien la poesía está presente tanto en su pintura como en sus películas y en las letras de sus canciones, su labor específica como poeta, reunida a lo largo de su vida en varios libros de su autoría, es digna de especial atención.
Después de su infancia en Filipinas en que la pintura aparece netamente como su primera vocación, es en los años sesenta, durante su estancia en París, que la poesía entra de lleno en el quehacer artístico de Luis Eduardo Aute.
Son los años en que se escuchan las canciones de Bob Dylan, con letras cargadas de contenido, y las de Leonard Cohen, otro de los grandes admirados por Aute. La canción francesa, y la “Nova Canzó”, con la que se familiariza en Barcelona, también concurren en la importancia de las letras, y en el sostenido intento de conciliar música y poesía.
Luis Eduardo obtiene en Madrid un temprano reconocimiento como pintor, pero también escribe poemas y es con uno de ellos, “Aleluya”, un largo recitativo acompañado de una melodía sencilla, que logra un inesperado éxito en el mundo de la canción. Sin que esto debilite su sostenido quehacer pictórico, a lo largo de toda su vida continúa componiendo canciones en que letra y música están en total acuerdo sin que ninguna prevalezca sobre la otra, en un raro equilibrio no tan frecuente entre los llamados “cantautores”.
Sin embargo, Luis Eduardo reconocía un espacio especial de la poesía independiente de la canción, que le permitió afirmar que sus propias canciones “No son poemas, pero intento que tengan una dimensión poética”. Intento por cierto que muy bien logrado, porque en casi todas sus canciones la poesía está presente, junto a una profunda introspección que las universaliza, sustrayéndolas de toda circunstancia.
Aute no cantaba, como lo han hecho Juan Manuel Serrat y Paco Ibáñez, poemas de otros autores. Aunque autor de letras que son poemas en sí mismos, nunca ha dejado de reconocer el espacio específico del poema, sin duda motivo de que haya escrito poemarios como “La matemática del espejo” publicado en 1975, “La liturgia del desorden” (1976) y “Templo de carne” (1986), tres obras que después serán reunidas en “Volver al agua”, que obtiene el III Premio Internacional de Poesía Ciudad de Cartago.
Los poemas del primero de estos libros, en los que abundan imágenes surrealistas y algo de humor negro, fueron musicalizados por Aute para el disco “Sarcófago” (1976), que integra junto con “Rito” y “Espuma”, una memorable trilogía, siendo que en estos últimos abundan canciones de marcado lirismo, pero con una temática diferente centrada en el amor, la sensualidad, y el paso del tiempo, con inevitables alusiones a la muerte.
Si bien Aute no se ha sentido nunca próximo a la canción combativa y política, y su discurso es marcadamente intimista, no por ello deja de mostrarse muy crítico al mundo que le rodea. Buen ejemplo de ello son, entre muchas otras, las estrofas de “La Belleza” y de “Prefiero amar”.
Al igual que en su pintura, en la poesía de Aute la iconografía religiosa es muy frecuentemente aludida, en particular en los dieciocho poemas que integran las letras de “Templo” (1987) en que lo místico y lo erótico se unen de manera tan indisoluble como respetuosa. Resulta impactante cómo de manera profunda y sincera, reutiliza elementos de la liturgia y también vocabulario de la tradición cristiana. Cáliz, transfiguración, sacrificio, corona de espinas, crucifixión, incluso frases bíblicas como “encomendaré mi espíritu” “no soy digno de entrar en tu morada” o la palabra “tentación”, son retomadas con un sentido que sugiere más una elevación de lo carnal que una profanación de lo religioso.
Sus poetas más admirados fueron García Lorca, Miguel Hernández, César Vallejo, Paul Éluard, Vicente Aleixandre y el franco uruguayo Lautreamont, pero ninguno de ellos parece haber influido demasiado en la personalísima poesía de Aute, que se reinventa constantemente, llegando hasta concebir un sub género nuevo que llama “poemigas”, breves juegos de palabras que con apariencia lúdica aluden a temas muy serios, reunidos en “El sexto animal”, (2016), que culmina una serie de libros divertidos y transgresores llamados animalarios.
Bienvenida entonces la resolución del Ayuntamiento de Madrid de que una placa con un poema de Luis Eduardo Aute honre su memoria en el parque de la Fuente del Berro, muy cercano a su casa, por el que paseaba a diario y donde sin duda más de una vez habrá sentido el llamado sutil de la poesía.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid
TE PUEDE INTERESAR