En tu pequeño universo/no solo hubo sitio para el verso:/juntaste en admirable confusión/el elemento más diverso/bajo una idéntica pasión./Junto a la gente rubia y roja de Baviera,/el escritor anónimo de larga cabellera,/el dandy de sociedad,/el comerciante y el hortera…/Tu alma hacía con ellos una alegre unidad/tu alma que era toda fraternidad, escribe Héctor Castillo en la revista Martín Fierro el 15/07/1929. Los versos pertenecen a su «Elegía del Aue’s Keller», una cervecería bonaerense que cerraba sus puertas. Esos sitios, que a fines del XIX y principios del XX reunían a los que Zum Felde llamó «intelectuales de café», proveían el humus fermental de distintas expresiones literarias. Al caso particular de esta casa ubicada en el 650 de la bonaerense calle Piedad, está vinculado el nacimiento (o renacimiento) de la revista Caras y caretas.
En una nota anterior nos referíamos a la infancia uruguaya de Caras y caretas y, particularmente, a la vinculación de Rodó con la publicación que había fundado en Montevideo Eustaquio Pellicer. Rodó colaboraba con la revista en la sección Teatros, bajo el seudónimo de CALIBAN (así, sin tildar). Y señalábamos que no había sido ese el medio que llevara a Rodó a Europa, sino su versión porteña. El mismo Pellicer, ya radicado en la capital argentina, asociado al dibujante español Manuel Mayol y a Bartolito Mitre, lanzó a fines de 1898 una nueva etapa que se extendió hasta 1939 publicando un total de 2.142 ejemplares. Mitre, que aparecía como director, pronto dejó su lugar a José Sixto Álvarez, conocido con el seudónimo de Fray Mocho.
El programa de la revista, que no venía a llenar un vacío sino muchos, dice Pellicer en el primer número, no existe. Lo único que destaca es el coraje para dar este primer paso/en la escabrosa senda/por donde han ido/todos los editores que se han fundido. Pero, por otra parte, una publicación que se presenta como «festiva, literaria, artística y de actualidades», no necesita explicitar un programa. Reinvindica de inmediato su origen uruguayo: «fiel a su honrosa tradición (y si no que lo digan nuestros vecinos los orientales)», el medio aspira a que lo llamen «culto más que jovial» pues el buen humor no es incompatible con «la buena crianza».
Una revista a alcance
En vez de la módica expresión uruguaya de ocho páginas, el primer número tenía veinticuatro, cantidad que había duplicado hacia 1900. Salió a la venta por suscripción. La trimestral, al precio de 3 y 3,50 pesos para capital e interior. Para el exterior costaba 2 pesos oro. Es interesante que para el número 14, los precios habían bajado a 2,50, 3 y 1,80 respectivamente.
Para mediados de 1916 la publicación oscilaba entre las 90 y las 110 páginas, lo que hablaba de su buena salud económica. Contaba con colaboradores de talla, a los que remuneraba justamente, y numerosos avisadores. Entre los patrocinadores de la revista al 29 de julio de 1916 estaban los distribuidores de Té Hornimans y Lipton; Nestlé; Malta Palermo; Leche Malteada de Horlick; Whisky Buchanan, Oporto Dom Luiz, Vermouth Glauda, The Vera American Shoe, Gath & Chaves, Tienda A la Ciudad de Londres; Parfumerie L. T. Piver; Good Year; Bocinas Stewart; Mueblería Casa Amarilla; Mappin & Webb objetos de arte; Jarabe de Roche; cigarrillos Éxito argentino; Triunfales el mejor cigarro y al lado, Pastillas del Dr. Andreu para la tos; Ligas Boston para caballeros; la insoslayable Faja Eléctrica del Dr. T. A. Sanden para volver a ser «el hombre de antes»… Además, hacía publicidad de sus talleres gráficos.
Ese mismo ejemplar incluye un artículo del escritor, periodista y docente uruguayo Eduardo Ferreira titulado «El alejamiento del maestro».
Un par de números después, la publicación se jactaría de imprimir semanalmente «cien mil o más miles de ejemplares». Para ese entonces, los precios de la suscripción trimestral eran de 2,50 y 3 pesos para capital e interior y de 2 pesos oro para exterior. Habían pasado diecisiete años y solo se incrementó mínimamente la tarifa para el exterior. Al precio de 20 centavos la unidad, la revista logró rápidamente una gran difusión.
Un corresponsal de lujo
Esa fue la revista que llevó a Rodó a Europa. La misma que había solicitado y pagado las memorias de Rubén Darío –fallecido en febrero de ese año de 1916–. Según la redacción de Caras y caretas, el monto abonado hizo decir a Darío: «Nunca se ha dado tanto por un original en castellano».
El artículo de Ferreira ahonda en las motivaciones que impulsaron a Rodó. Maltrato que, dice: «el maestro olvidará y hasta perdonará, que el olvido y el perdón son señal de fortaleza».
Mientras Rodó era compelido al exilio, la revista bonaerense anunciaba que: «al ofrecer a sus lectores la valiosa colaboración de Rodó, no hace sino pagar el favor que le dispensa el público, y queda agradecida al maestro que ha elegido sus columnas para difundir sus altos pensamientos».
Y el 16 de setiembre anunciaba orgullosamente para el próximo número el primer envío de Rodó. Se trata de «Cielo y agua (A bordo del Amazon)», que dará inicio a una serie de veintidós notas que se irán publicando ya en la revista o en su suplemento mensual Plus Ultra que había comenzado a editar ese mismo año.
El mismo número da cuenta de la huelga de operarios de talleres dispuesta por la Federación Gráfica y resuelta por 41 votos en una asamblea que nucleó a 72 de los 193 empleados en plantilla (nihil novum sub sole…).
De duelo
Y cuando ya se estaban acostumbrando los lectores a contar con Rodó aparece una convidada de piedra. Unos días después Caras y caretas está de duelo, «…un doble duelo … porque con Rodó ha desaparecido uno de los escritores que más honraban a la América española, y porque… no podrá ya ofrecer a sus lectores las brillantes páginas que para nosotros escribía».
«Nuestro amigo, dice, era recto, generoso, modesto. No creía que el talento es patente para la pereza. No pensaba que el estudio es incompatible con las más brillantes cualidades literarias».
Rodó es una presencia constante en Caras y caretas hasta su cierre en 1939. Se escribe sobre él, se publican fragmentos de sus obras, se le cita.
Basten unos pocos ejemplos. En 1932, con motivo de la publicación de escritos póstumos de Rodó, Arturo Giménez Pastor realiza una semblanza del escritor. Desde el desmañando veinteañero que no andaba en tranvía «porque no sabía asirse del coche en marcha (tranvías de caballos)» hasta el hombre maduro que se atreve a contradecir a Batlle y Ordóñez. El hombre que fallecido solo y en tierra extraña «sobrevive, sin embargo, en una singular popularidad local que se despliega a los ojos del forastero desde su primer contacto con el panorama montevideano».
Sobrevive también en los escritos de una misteriosa señora, que oculta bajo el calderoniano seudónimo de «La dama duende», ilustra todas sus notas con citas del admirado maestro.
«Era Rodó el pensador elegante, magistral, y puso cátedra en este semanario, cuya ayuda no le faltó nunca, hasta la muerte. A su celebridad hemos contribuido. Y él nos quería con sincero afecto», recuerda el Semanario en su edición N°1935 en 1935. Dos años después, para celebrar la edición N°2000, se incluye la publicación de «La respuesta de Leucónoe».
La trayectoria de esta segunda época de Caras y caretas es, también, la historia de un afecto correspondido.
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