Hace unos 30 años fuimos con mi hijo, pequeño en ese entonces, a las cataratas del Iguazú. Cuando el ómnibus en que viajábamos llegó a Asunción, un guía local nos condujo al Panteón de los Héroes. Por supuesto que yo tenía el conocimiento libresco de esa tragedia que fue la guerra del Paraguay. Pero escuchar frente al majestuoso túmulo el relato de ese genocidio es una experiencia distinta. Nunca me había sentido tan abochornado. Cuando el hombre terminó su oratoria y el grupo emprendía el regreso hacia el bus me acerqué y le pedí perdón. Le dije que era uruguayo, que obviamente no había tenido nada que ver con esa guerra, pero que sentía la responsabilidad de disculparme por los que no lo habían hecho, porque no habían podido o no habían querido. Me estrechó la mano en agradecido silencio.
En la edición de La Mañana del 7/12/2022 se dedica la página tres al recuerdo de esa contienda que terminó con el «99.50% de los hombres adultos».
Se trató de una guerra cuidadosamente preparada. El 1º de mayo de 1865 se había firmado el Tratado de la Triple Alianza. Un documento secreto que en su Anexo establecía «que los trofeos y botín que fueren tomados al enemigo, se dividan entre los aliados que hayan hecho la captura». Se entiende que no es este el artículo más importante, pero lo que le quedó al Uruguay de esa tragedia donde murieron muchos orientales, fue la indemnización de guerra que debía servir el exangüe pueblo guaraní y unos trofeos exhibidos en el Museo Histórico Nacional.
El 20 de abril de 1883 se firmó el Tratado de Paz, Amistad y Reconocimiento de Deuda con la República del Paraguay, por el cual Uruguay condonaba la deuda de guerra (3.690.000 según Fernández Saldaña).
La vanidad de la victoria
Pero aún guardaba el Museo Nacional los trofeos. Más que valiosas preseas, mudos testigos de algo que no debió suceder.
El escritor, poeta, político, militar y diplomático Nicolás Granada, en su obra De Patria a Patria (Montevideo, 1886),nos relata cómo se gestó el reintegro de esos trofeos al Paraguay.
Es una narración que Fernández Saldaña relativiza, calificando el libro de estar «escrito con manifiesto espíritu de complacencia, para honra de Santos, su alto protector político y su amigo». Lo de siempre: la oposición entre el historiador y el protagonista. El historiador es un especialista presuntamente objetivo. El otro fue un actor. ¿A quién le creemos? Y al caso es una cuestión de detalle. Saldaña no cree que la idea de la devolución haya sido de Santos. Granada no solo afirma lo contrario sino especifica con claridad el momento en que Santos tomó la decisión.
Fue en abril de 1885, dos años después de la firma de Tratado. Parece inspirador abril… Por ese entonces había llegado a Montevideo el ministro de RR.EE. de Paraguay, don José Decoud. Estaba de paso porque su destino era Inglaterra en misión oficial. De todos modos, permaneció unos días en nuestro país. El presidente Santos dedicó su atención personal al ministro paraguayo y lo acompañó a visitar diversos lugares. Dice Granada que venían de la Escuela de Artes y Oficios y el ministro le expresó al presidente su interés en visitar el museo Nacional. Santos le indicó de inmediato al cochero que los llevara al Museo. Cuando llegaron a la puerta del establecimiento, que estaba en una de las alas del Teatro Solis, Santos se acordó de los trofeos. No era buena la idea de acompañar al ilustre visitante en un recorrido que incluía algo que le resultaría tan poco grato. Entonces, dice Granada que el presidente: «Detuvo suavemente, al Sr. Decoud y le dijo: -Pensándolo bien, la hora no es apropiada para esta visita. Hay poca luz en los salones y no podríamos examinar bien los objetos. Dejémoslo para otro día más temprano. Por otra parte, recuerdo que hoy tengo que hacer algo a esta hora. Me están esperando. Mañana … otro día visitaremos el Museo. -Es que. General. Vd. no recuerda que mis días son contados en su linda y hospitalaria ciudad. Tendría mucho gusto en hacer con Vd. esta visita; pero no tiene por qué molestarse, la haré solo y así no interrumpirá Vd. sus quehaceres. No, no; tengo especial interés en que visitemos juntos el Museo. Siempre tendremos un momento para, dedicarle antes de su partida. -Como Vd. guste, General».
Dice Granada que Santos le comentó, al contarle esta situación, que en ese momento decidió devolver los trofeos. Es verosímil. Póngase el lector en el lugar del general. Además, era la consecuencia lógica de un proceso que había comenzado con la condonación de la deuda. «¿Podíamos pronunciar la palabra “olvido,”[…] cuando aún flameaban en nuestro espíritu, en presencia de esos trofeos, los relámpagos siniestros de la vanidad de la victoria?», se pregunta Granada con justicia.
Un homenaje a la civilización
Poco después Santos imponía al ministro Decoud de la acción que iba a realizar, lo que fue recibido con el agrado comprensible por el jerarca paraguayo.
El 13 de abril de 1885 se cursó a la Honorable Asamblea Legislativa un mensaje recordando que la guerra había sido contra el «tirano López» para «libertar al pueblo del Paraguay» y que la participación uruguaya no tuvo más remedio «dados los sucesos y la situación en que se hallaba el país». Agregaba que por «dolorosa que fuera la lucha con nuestros hermanos del Paraguay, ella se impuso por los sucesos, por la conservación de nuestra independencia contra la prepotencia del nuevo Rosas…».
Se alegaba que ya se había condonado la deuda, pero aún restaba el asunto de los trofeos de guerra: «… arrancados de las manos de los héroes moribundos, cuyos semblantes reflejaban en vez del rencor y el odio al hermano vencedor, la conciencia del cumplimiento del deber impuesto por la fatalidad, esos trofeos no tienen colocación posible en nuestros Museos y deben ser devueltos al noble pueblo que los sostuvo con gloria inmarcesible, aun en la hora suprema de su agonía».
Al día siguiente, Santos oficiaba al presidente paraguayo: «Grande es mi satisfacción al llevar a conocimiento de V. E. que las Honorables Cámaras, han sancionado por aclamación el proyecto de Ley enviado por mí, pidiendo que le fueran devueltos al noble Pueblo Paraguayo las banderas y trofeos de guerra que un día puso en nuestras manos la suerte de las armas».
«Vuelven a donde nacieron esos girones que tan alto hablan del valor de un pueblo viril, y si el Dios de la guerra los separó de su suelo, el cariño de un pueblo hermano unido por lazos fuertes de amor y amistad los devuelve, enviando en ellos su sinceridad y sus respetos».
Para dotar la devolución de los trofeos de la solemnidad adecuada se nombró una comisión integrada por el senador Dr. Carlos de Castro, el diputado Clodomiro de Arteaga, el presidente del Superior Tribunal de Justicia Dr. Lindoro Forteza. La comisión sería presidida por el ministro de Guerra y Marina, el Gral. Máximo Tajes, y actuaría en secretaría don Nicolás Granada.
El día antes de partir fueron los integrantes a saludar al presidente. El diario La Nación cubriendo la noticia hace decir al general Santos: «La entrega de estos trofeos, no es tan solamente un homenaje a nuestra buena amistad con el Paraguay ni a la solidaridad de nuestra raza: es un homenaje a la civilización».
La comisión embarcó en la cañonera General Artigas un 21 de mayo lluvioso y frío. Pero esa, es otra historia.
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