Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008) es suficientemente conocido. Baste recordar que, en 1941, enrolado en el ejército soviético participó de la guerra. Desempeñó su función valientemente, hasta que en 1945 fue detenido y condenado a trabajos forzados en el Gulag. Prisión y posterior confinamiento le dieron material de primera mano para su Un día en la vida de Ivan Denísovich, de 1962. Perseguido nuevamente tras el tímido deshielo de Kruschov, que tenía la sola pretensión de tomar distancia de Stalin, logró publicar en el extranjero. Exiliado en Estados Unidos, en junio de 1978 dirigió un discurso a los egresados de la Universidad de Harvard.
Sus palabras, 45 años después, conservan plena vigencia. Se trata de una exposición demasiado extensa para su publicación entera. Hemos seleccionado algunos trozos que nos han parecido los más significativos. Aun así, este material tendrá que fraccionarse en dos partes.
No es la primera vez que La Mañana se refiere al tema (verbigracia: Marcos Methol, N°48, pag.2, 3 de junio de 2020), pero vale la pena insistir, porque cada vez se hace más evidente su planteo.
Palabra de hombre
El lema de Harvard es Veritas. Muchos de ustedes ya han aprendido y otros lo aprenderán a lo largo de sus vidas que la verdad nos elude si no nos esforzamos plenamente en seguirla. […] Además, la verdad raramente es grata; casi siempre es amarga […]. Ya tenemos tres mundos. Indudablemente, sin embargo, el número es incluso mayor, solo que estamos demasiado lejos para verlo…
Hace relativamente poco tiempo el pequeño mundo de la Europa moderna fácilmente incautaba colonias por todo el globo, no solo sin ninguna resistencia, sino también, por lo general, con desprecio de los posibles valores de los pueblos conquistados hacia la vida. En este sentido, tuvo un éxito abrumador, no hubo fronteras geográficas para ello. La sociedad Occidental se expandió como un triunfo de humana independencia y poder. Y de repente, en el siglo XX, se descubre su fragilidad e inconsistencia. Ahora vemos que las conquistas probaron ser de corta y precaria vida, y este giro señala los defectos en la visión del mundo con que Occidente contemplaba dichas conquistas […].
Con todo, la ceguera de la superioridad continúa con molestia para todos y sostiene la creencia de que, por todas partes, vastas regiones de nuestro planeta deberían desarrollarse y madurar hasta alcanzar el nivel actual del sistema político occidental, que en teoría es el mejor y en la práctica el más atractivo […]. Esta concepción es el fruto de la incomprensión occidental de la esencia de los otros mundos; es un resultado de medirlos equivocadamente a todos con el mismo criterio occidental. [… ]Si yo estuviera hoy hablando en un auditorio en mi país, examinando el diseño general de la ruptura del mundo me habría concentrado en las calamidades del Este. Pero dado mi forzado exilio en el Oeste desde hace cuatro años, y ya que mi audiencia es occidental, pienso que puede ser de mayor interés concentrarme en ciertos aspectos del Occidente en nuestros días, tal como los veo.
La merma de coraje puede ser la característica más sobresaliente que un observador imparcial nota en Occidente en nuestros días. El mundo Occidental ha perdido en su vida civil el coraje, tanto global como individualmente, en cada país, en cada gobierno, cada partido político y por supuesto en las Naciones Unidas. Tal descenso de la valentía se nota particularmente en las élites gobernantes e intelectuales y causa una impresión de cobardía en toda la sociedad. […] ¿Habrá que señalar que, desde la más remota antigüedad, la pérdida de coraje ha sido considerada siempre como el principio del fin?
En carne propia
He pasado toda mi vida bajo un régimen comunista y les diré que una sociedad carente de un marco legal objetivo es algo terrible, en efecto. Pero una sociedad sin otra escala que la legal tampoco es completamente digna del hombre. Pero una sociedad basada sobre los códigos de la ley, y que nunca llega a algo más elevado, pierde la oportunidad de aprovechar a pleno todo el rango completo de las posibilidades humanas. Un código legal es algo demasiado frío y formal como para poder tener una influencia beneficiosa sobre la sociedad. Siempre que el fino tejido de la vida se teje de relaciones juridicistas, se crea una atmósfera de mediocridad moral, que paraliza los impulsos más nobles del hombre. Y será simplemente imposible enfrentar los conflictos de este amenazante siglo con tan solo el respaldo de una estructura legalista.
La sociedad occidental actual nos ha hecho ver la diferencia que hay entre una libertad para las buenas acciones y la libertad para las malas. Un estadista que quiera lograr algo importante y altamente constructivo para su país está obligado a moverse con mucha cautela y hasta con timidez. Miles de apresurados (e irresponsables) críticos estarán pendiente de él. Constantemente será desairado por el parlamento y por la prensa. Tendrá que demostrar que cada uno de sus pasos está bien fundamentado y es absolutamente impecable. El resultado final es que una gran persona, auténticamente extraordinaria, no tiene ninguna posibilidad de imponerse. Se le pondrán docenas de trampas desde el mismo inicio. Y de esta manera la mediocridad. En todas partes es posible, y hasta fácil, socavar el poder administrativo. De hecho, este poder ha sido drásticamente debilitado en todos los países occidentales. La defensa de los derechos individuales ha alcanzado tales extremos que deja a la sociedad totalmente indefensa contra ciertos individuos. Es hora, en Occidente, de defender no tanto los derechos humanos sino las obligaciones humanas. Por el otro lado, a la libertad destructiva e irresponsable se le ha concedido un espacio ilimitado.
Indefensos
La sociedad ha demostrado tener escasas defensas contra el abismo de la decadencia humana; por ejemplo, contra el abuso de la libertad que conduce a la violencia moral contra los jóvenes bajo la forma de películas repletas de pornografía, crimen y horror. Todo esto es considerado como parte integrante de la libertad, y se asume que está teóricamente equilibrado por el derecho de los jóvenes a no mirar y a no aceptar. De este modo, la vida organizada en forma legalista demuestra su incapacidad para defenderse de la corrosión de lo perverso.¿Y qué podemos decir de los oscuros ámbitos de la criminalidad? Los límites legales (especialmente en los Estados Unidos) son lo suficientemente amplios como para alentar no solo la libertad individual sino también el abuso de esta libertad. El culpable puede terminar sin castigo, o bien obtener una compasión inmerecida, todo ello con el apoyo de miles de defensores en la sociedad. Cuando un gobierno seriamente se pone a erradicar la subversión, la opinión pública inmediatamente lo acusa de violar los derechos civiles de los terroristas. Hay una buena cantidad de estos casos.
Continuará en el próximo número.
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