Cumplido un año de la muerte de Garibaldi en 1883, el gobierno del general Santos decide hacerle diversos homenajes. Seguramente habrá influido en la propuesta cierto ingrato episodio con los italianos que tuvo en jaque al reciente presidente. Por lo menos así lo ve el diputado blanco David Buchelli, cuando el Poder Ejecutivo cursa al Parlamento un proyecto para erigir una estatua a Garibaldi.
De esta primera parte de la historia nos ocupamos en nuestra nota del 11/12/2019. (Amenazamos con seguirla y cumplimos).
El diputado rechaza el proyecto y critica a Garibaldi con vehemencia. No ignora que está en minoría y que, además, está enfrentando a «otras Corporaciones, cuyas opiniones respeto aunque disienta con ellas…», dice.
Buchelli era considerado un «ultramontano», calificativo que los «librepensadores» aplicaban a quienes no pensaban como ellos. El hombre hacía profesión de su fe católica en un período histórico en que la Constitución de la República seguía afirmando en su Art.5: «La religión del Estado es la Católica Apostólica Romana». Tampoco era ajeno el hecho de que el diputado fuera blanco, atento a que Garibaldi había militado en el bando contrario. Y con el agravante de ser extranjero. Buchelli, sin duda no consideraría extranjeros a los que formaban en las fuerzas sitiadoras de Montevideo, durante esa larga y desgastadora guerra que llaman «Grande»… Como fuere el diputado estaba en franca minoría. Le resultaba difícil hablar sin estar continuamente interrumpido con comentarios o risas burlonas.
Totó
Pero el problema vino de «afuera». Un italiano, masón y garibaldino, recién llegado y que dirigía desde hacía unos meses el periódico L’Indipendente, entra a terciar en la polémica. Desde las prensa asume la defensa de Garibaldi en un tono áspero y desafiante. La virulencia de los intercambios va creciendo. Hasta que el diputado considera el momento de enviar los padrinos al periodista.
Parece que este Totó Nicosia, natural de Sicilia, tenía una gran experiencia duelística. Los diarios de la época le adjudicaban diecisiete duelos. Más modestamente, él reconocía solo trece. De algún modo, alguien le hace ver a Buchelli que tiene un fuerte impedimento para batirse: es católico. Desde nuestra ignorancia y, tal vez, declinación moral, podríamos pensar: ¿Pero un legislador, no debería respetar el mandato legal? ¿No debe ser el legislador un ejemplo de obediencia a la Ley que él mismo está encargado de dictar?
El sabio refranero español nos sale al cruce con aquello de: «en casa de herrero…». A la vez, los sables no son de palo. Miden 90 cm. y tienen filo, contrafilo y punta. Pinchan y cortan.
La Iglesia
Las autoridades eclesiásticas declaran públicamente que el diputado no puede batirse. Es coherente. La Iglesia condena el duelo desde el Concilio de Trento. Excomunión para todos los involucrados. El sobreviviente es un homicida, y el muerto, fue al duelo con la intención de matar. No hay salida posible. Buchelli tiene que dar necesariamente marcha atrás.
Sus padrinos, el presidente de la Cámara don José Cándido Bustamante y el diputado Abdón Arosteguy, quien compartía la posición buchelliana, se sienten humillados. ¿Cómo es posible que los envíen a una misión que debió terminar en el terreno del honor y se dé esta contramarcha?
Debieron haber retado a duelo a su propio ahijado… Estos problemas se suscitan cuando hay tanta publicidad. La mejor manera de evitar un duelo es difundir la intención de realizarlo. En este caso la intervención de la Iglesia y no las autoridades civiles habían impedido la contienda.
Los legisladores están molestos con Buchelli. Hoy podríamos preguntarnos por qué. Hizo lo que mandan las leyes de Dios y las de los hombres. ¿Que no debió haber enviado los padrinos? Visto con los ojos de los caballeros que integraban la Cámara, era indigno de ocupar una banca. Y seguramente el caso se encuadraba en la tensión entre la Iglesia y las fuerzas secularizadoras.
Secreta
El 14 de setiembre de 1883, la Cámara de Representantes se reúne en sesión secreta. Anteriormente había existido una reunión privada para tratar el asunto Buchelli. Movidos por un «sentimiento de delicadeza propia y del decoro del Cuerpo», le habían mandado un grupo de representantes para obtener la renuncia a su banca. La renuncia era demandada en atención «a los cargos injuriantes que pesan públicamente», sobre Buchelli.
El resultado de la misión se lee ante la sorpresa de los presentes. Según el legislador informante, Buchelli aceptaría presentar su renuncia a cambio de la entrega de «dos mil quinientos pesos oro sellado». La cifra, según el expositor, surgiría del cálculo de lo que le quedaría para cobrar a Buchelli desde la fecha de renuncia al fin de su mandato. Tal cantidad tendría que ser aportada por los legisladores dado que, aparentemente, se trataba de un acuerdo privado. De haber sido esta la respuesta del diputado, habría que pagarle para que se fuera.
A la hora señalada
El «subsidio» planteado por el diputado debía ser puesto en conocimiento de la Cámara y respondido «a las doce del día de mañana» (15 de setiembre).
El informante no puede sino señalar su «justa indignación [ante] esta vergonzosa cuanto incalificable conducta». Las campanas doblaban por Buchelli.
El 15, continúa la reunión secreta del Cuerpo. Los antecedentes ya no importan. Pasaron a un espacio grisáceo y prescindible. Las condiciones están dadas para el disciplinamiento: cinco legisladores dan fe de la veracidad del informe: «desórdenes de conducta e impedimento moral».
Le aplican «el artículo 82 de la Constitución» [SIC], sin trepidar, por unanimidad, sin reparar siquiera en que el artículo que se refiere al tema es el 52.
No importaba demasiado. El molesto Buchelli había sido expulsado, la causa católica experimentado una dura derrota y Totó agregado otro lance a su haber, esta vez obtenido por walkover.
Pero la historia continúa.