A fines de julio del año corriente se cumplió el centenario de la muerte de un periodista satírico, dramaturgo y poeta nacido en Lugo. Radicado en Uruguay hacia 1875, se transformó en lo que Zum Felde consideró el “máximo cultivador de la poesía ‘gauchesca’ posterior a los clásicos del género”. Hasta él, dice, había habido “gauchos domingueros”. Este autor, en cambio, que combinaba la poesía gauchesca con la nativista había logrado “consagrarse como uno de los más estimables valores de nuestra poesía nativa”. El hombre en cuestión había llevado una vida apacible como procurador judicial y lo que contaba seguramente era fruto de ese “mundo misterioso e ignorado que lleva(ba) dentro de sí”.
Como ya el lector habrá advertido, se trata de José Alonso y Trelles, el Viejo Pancho, autor que, como observa el profesor de la Universidad de Glasgow Gustavo San Román, “logró triunfar en una lengua […] el dialecto gaucho, distinta de la propia”.
En la misma línea, la publicación de la Biblioteca Nacional conmemorando su fallecimiento destaca: “Que un gallego se haya transformado en un destacado poeta criollista oriental habla de su capacidad de adaptación al medio, y de una sensibilidad muy fina para consustanciarse con el entorno”. Y, en verdad, es algo que siempre me llamó la atención. Siempre los escritores, sobre todo los más prolíficos, encuentran su inspiración en fuentes ajenas a sus propias experiencias. Puede que ayude hacer poesía cuando se es desgraciado en amores, pero no es imprescindible. El más que copioso Alejandro Dumas no inventó los personajes de Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan. Como él mismo lo explica, investigando en una biblioteca encontró un texto titulado Mémoires de Monsieur D’Artagnan y construyó su famosa novela. Hay distintos medios para llegar a la musa.
Un dato inesperado
Hace unos años emprendimos con el amigo Ricardo Cozzano la biografía de un músico con discografía propia, compositor, poeta, lutier y coleccionista de instrumentos, publicada en 2023 con el título de Hilario Pérez: Verdades a dos bocas. Un trabajo que insumió unos tres años y cientos de horas de grabación que se transformaron en un volumen de cuatrocientas hojas. Don Hilario Pérez, casi nonagenario, conserva una lucidez y una memoria sorprendentes. El texto contiene la experiencia de toda una vida, y específicamente con respecto a Alonso y Trelles hay un par de páginas referidas a él. Lo que sigue es trascripción del relato de Don Hilario.
“Le voy a contar una anécdota sobre el Ñato Pedreira [José María Pedreira futbolista uruguayo]. Tuve varias ocasiones de estar con él y tengo una foto inclusive. Era un hombre bárbaro para las reuniones haciendo cuentos y anécdotas, y le dije que me contara cuando estaba con [Américo] Chiriff [músico, compositor y poeta uruguayo] y fueron a ver a Gardel.
Estábamos haciendo tablado y me dice Chiriff que le habían comentado que estaban pagando en AGADU y que iba a ver si había algo de dinero. Gardel había grabado Insomnio: Es de noche, pasa rezongando el viento que dobla los sauces casi contra el suelo. Y había ido y le dijeron que tenía Insomnio para cobrar. Era buena plata, ahora es un robo, nadie paga nada. Y empezamos a buscar a Carlitos que había venido al Teatro Casino, luego denominado Teatro Artigas, con Aguilar y Barbieri”, dice el Ñato. Estaban en el Caudinquéy vieron venir un auto ante el murmullo de la gente. Cuando Gardel los vio les dijo: “¿Qué hay, Indio? ¿Tenés algo?Y ya nos calzó a los dos”, cuenta el Ñato Pedreira. Gardel le metió cinco pesos a cada uno en el bolsillo. ¡Cinco pesos en aquel tiempo!
Las tres veces que le pregunté me contó lo mismo. Mientras tanto los guitarristas querían amparar a Gardel de la gente que lo rodeaba y lo quería tocar. Gardel los hizo pasar al camarín, miró la letra y les dijo: “¿No me la cantás?” Le indicó a Barbieri que le prestara la guitarra a Chiriff y este cantó el tema. Gardel le pidió que le repitiera la canción hasta la mitad. Y después le dijo, que le cantara de la mitad hasta el final. Y le indicó a Aguilar que estuviera atento a lo que hacía Chiriff. (Hilario toma la guitarra y canta Misterio).
Era memoria linda / La memoria del viejo / Pa contar sucedidos / De quién sabe qué tiempo / Mientras corría el cimarrón la rueda / Y se enredaba en el ombú el pampero […] Pero caiban las chinas / Curiosiando el respeto / Con que los gauchos oían / Las locuras del cuento / Y, sin saber por qué, sobre los párpados / Del viejo historiador se echaba el sueño. / Y sus labios contraídos / Con un gesto e’ despecho / Hablaban de una trenza / Cortada rente al cuero / Y de un amor infortunado y triste / Y de un desdén inexplicable y terco.
Pidió repetición a Chiriff y después indicó que los acomodaran en la primera fila a los dos. Y me decía el Ñato que nadie lo anunciaba a Gardel, ni él tampoco lo hacía. Aparecía entre las dos mitades del telón una pizarra que decía el tema y los autores, nada más. Y cuando el telón empezaba a correrse ya las guitarras estaban sonando y Gardel cantando. ¿Qué hace este animal? Cantó la canción con la letra en el atril. Dice el Ñato que cuando apareció en la pizarra Misterio, de Trelles y Chiriff, no lo podían creer. Y lo cantó todo. Parece increíble, ¿no?
El Viejo Pancho
Ahora va a ver qué linda anécdota. Estábamos en la cantina Santucci. Todavía estaba Santucci ahí, y a veces venía, bajito con su traje marrón. Esperábamos a un muchacho llamado Samuel que era empleado de Casinos para irnos a una garufa con él, bandoneón, violín y las dos guitarras. Y me preguntan que quería tomar y mientras yo observaba la gran vitrina que había detrás del mostrador, me dice un veterano que estaba dando la espalda a la calle Blandengues: ‘Mire que las copas son malas consejeras, joven’. Lo miro, de moñita, el sombrero con el ala para arriba, la nariz bien quemada del consumo de alcohol, y le digo: Usted lo debe saber por experiencia. El tipo se rio. Tomó dos whiskies y se fue. Parece que esa era su costumbre. Cuando el hombre se había marchado viene el mozo y me pregunta si yo sabía quién era. Le dije que no. Era el hijo del Viejo Pancho que tenía el hábito de venir todos los días a eso de las 19:15. Al otro día yo estaba como fierro esperándolo. Cuando llega le digo que el mozo me había informado que él era el hijo de don José Alonso Trelles y quería saludarlo. Nos dimos la mano. Y le digo que deseaba hacerle una pregunta si a él no le molestaba. Yo era un joven que quería saber y estaba seguro de que mejor que él nadie me lo podía contar. ¿Por qué su padre adoptó el seudónimo de Viejo Pancho si se llamaba José? Me contestó que era muy linda mi pregunta y que me iba a dar la respuesta. ‘Cuando mi padre tenía algo en la cabeza para escribir agarraba el sulky, y me llevaba mí. Y yo no quería ir, ¿sabe por qué? Porque él se ponía a hablar con un viejo y tomaban mate. Y yo, que tenía siete u ocho años me aburría soberanamente. Era la casa del viejo Francisco, cerca del Tala donde vivíamos. El hombre habitaba un pequeño rancho, todo muy limpio con su catre, el mate, las galletas… Ellos conversaban largo rato. En esas charlas el viejo le contaba cosas y luego mi padre escribía’.Y yo le digo: ¿Así que Misterio se lo dedica totalmente a don Francisco? Y efectivamente así era.
Un día cuento esta anécdota en la radio. Y recibo una llamada del nieto de Alonso Trelles que me dice que fue exactamente lo que sucedió. Lo que me había dicho el tío del muchacho era tal cual […]”.
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