Me acuerdo de cuando tenía unos seis o siete años. Solía ver a las personas con una especie de brillo en torno al cuerpo. Me parecía normal. Cuando tuve unos años más, diez, once ya no veía ese brillo. No me preocupé. Todo ese tema del aura, comprenderá, que lo vine a conocer cuando ya era un joven. Yo qué sé, póngale diecinueve o veinte años. Por aquel tiempo se habían puesto de moda los libros de Lobsang Rampa. ¿Leyó algo sobre eso? ¿No? Bueno, supuestamente era un lama tibetano… Escribió El tercer ojo y otros títulos que no recuerdo. La idea es que además de los dos ojos habría un tercero, que estaría ubicado en la frente… ¿Cómo? Sí, pero Polifemo tenía uno solo. Sí, claro, en la frente. Por eso Odiseo usó un palo aguzado y se lo clavó… Claro, si no, hubiera usado un tridente. Bueno, pero déjeme terminar. Este Rampa, que al final resultó ser un británico de apellido Hoskin. No, ese era un actor… Sí, exacto, murió hace unos meses, pero era Hoskins, Bob Hoskins. Sí, hizo aquella de Roger Rabbit. Pero este Rampa era Hoskin, sin ese. Parece que este Rampa vivió un tiempo en Montevideo allá por la década del 60. Usted no era nacido. ¿Nació en el 72? Bueno, entonces no me equivoqué. El asunto es que ese tercer ojo permitía ver el aura de las personas. Esa luz brillante que yo percibía cuando niño y que perdí al acercarme a la adolescencia. Será controversial, no se lo discuto. Le estoy contando simplemente una vivencia personal. Me consta que es posible ver más allá de los ojos. Y no le cito a Exupéry porque está muy trillado. ¿Cómo qué Exupéry? El de El Principito. “Lo esencial…”. ¡Ah! ¿Vio cómo lo conocía? Me perdí. ¿Qué le estaba diciendo…? Sí, lo recuerdo perfectamente. Una de las cosas que mejor conservo es la memoria. Nunca se me ocurrió preguntar a otras personas, si habían tenido una experiencia como la mía. Pero eso es lo de menos. Cuando uno se mira en el espejo, se mira a los ojos, ¿con quién se compara? Con uno mismo. Se interpela, se pregunta y si puede, o si se anima, se contesta. ¿Yo soy el que era? No, evidentemente. Si llegué a tener tres ojos… Los colores, por ejemplo. La vida era una fiesta de color. Ahora me parecen desteñidos, sobre todo de noche. Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, como decía el viejito Heráclito. Porque el río no es el mismo, pero nosotros tampoco. Las luces, sin embargo, me parecen más brillantes. Las luces en general, el sol, los focos de los automóviles, las lámparas…
Y ahí fue cuando el joven oftalmólogo me interrumpió.
Míreme a los ojos, me dijo, quiero observar esas cataratas.
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