Gracias a los testimonios de primera mano de aquellos amigos que lo conocieron hoy podemos saber bastante sobre la personalidad de Carlos Gardel y, por las distintas publicaciones e historias de estos, de su aprensión a volar. De ahí es que podríamos hacernos algunas preguntas: ¿fue Gardel un fatalista o simplemente una persona cuidadosa? ¿Recibió algunas “señales” de su trágico final? ¿Qué revelaron la predicción de una tarotista rusa y la increíble premonición de una joven admiradora colombiana?
Gardel era una persona extrovertida, siempre de buen humor, cautivando a todos con su carisma natural, haciendo de la amistad un culto, con un espíritu de “niño grande”, no dejando nunca de jugarle alguna que otra broma a los amigos más cercanos. Pero más profundamente, en algún lugar recóndito de su ser, estaban los otros momentos, aquellos de profunda introspección y retraída meditación, que no pasó desapercibida para los que tuvieron un trato íntimo con él.
El primero en dar cuenta de ello fue José Razzano, compañero de Gardel en el famoso dúo Gardel-Razzano, que lo vio crecer artísticamente y compartió casi dos décadas de carrera musical junto a Carlos. José decía de su amigo: “Yo que tan profundamente he llegado a conocerlo a Gardel puedo decirles que toda esa alegría, toda esa satisfacción que emanaba de su persona era apenas la consecuencia de su magnífica vitalidad física. En el fondo, en lo más profundo de su urdiembre sentimental Carlitos Gardel era profundamente fatalista, con un fatalismo místico, lleno de presentimientos e intuiciones que él encauzaba interiormente en una corriente de religiosidad probada, que le llenaba los bolsillos de imágenes del santoral y la cabeza de resignación frente a la tragedia que siempre esperó con melancólica entereza”.
Por su parte, el músico Terig Tucci –quien fue un estrecho colaborador de Gardel– afirmaba que a “veces lo sorprendíamos con su mirada perdida en el espacio, sumergido en el mar sin fondo de su espíritu”.
Entre las cosas que preocupaban a Gardel estaba siempre en primer lugar su madre, Berthe Gardés, como cualquier persona que sufrió la pobreza, la falta de dinero. Es así que en el 1930 sus deudas no paraban de crecer y la posibilidad de comenzar su carrera cinematográfica, como era su deseo, se encontraba estancada. Dada esta situación convoca a Armando Defino, a quien había conocido unos años antes, para pedirle su consejo para afrontar la situación. Armando le propone sacar una hipoteca de su casa del Abasto, circunstancia que lo volvía a poner en alerta por su madre y el temor de que, si algo le ocurriera, ella se quedara sin hogar.
Tiempo después, por un tema de mala administración, se produjo la ruptura en la relación con José Razzano y la contratación como nuevo albacea de Armando Defino para poner en orden sus finanzas; en ese mismo acto, tal vez intuyendo que algo le podía pasar, comprometió a Armando Defino a que si algo le ocurriera se ocupara de su madre. Más allá de Berthe, entre otras cosas que inquietaban a Gardel, y en esta era intransigente, está todo lo relacionado a tener que volar.
En una oportunidad el propio Defino contó una anécdota que describe la aprensión de Gardel a volar. En 1933 Armando se encontraba en Montevideo, destino que frecuentaba asiduamente, sobre todo los fines de semana y en ese momento controlando las recaudaciones de las actuaciones de Gardel en Uruguay. Un domingo que debía volver a Buenos Aires, sobre el final de la gira, Armando reservó dos pasajes en avión para volver con Gardel, pero este se negó rotundamente, y por más esfuerzos que hizo no pudo convencerlo y debieron volverse en barco.
Gardel prefería movilizarse en transportes terrestres –en auto o tren– pese a que los viajes en estos medios le demandaran mucho más tiempo de viaje. En otra oportunidad, mientras se encontraba actuando en Europa, contó Manuel Pizarro, un músico que compartió muchos momentos junto a él en Francia, que en una ocasión tuvo que viajar de París a Londres y Gardel hizo cambiar el pasaje aéreo por otro en ferrocarril, justificándose que lo hacía “por precaución”.
Adelqui Millar, director de cine que trabajó con Gardel en Francia, contó algo parecido. Resulta que un jockey amigo suyo los invitó a una importante reunión hípica en Londres y Adelqui se apuró a reservar tres pasajes en avión. Cuando se lo comentó a Gardel, éste le dijo: “En el avión irá usted con el petiso (haciendo referencia al otro acompañante, de escasa estatura), porque mi vida me ha costado mucho y no la voy a exponer tan fácilmente”.Millar pensaba que Gardel“presentía, con esa maravillosa intuición que ponía en todas sus cosas, a su fatal enemigo” y que “el destino se encargó más tarde de justificar ese temor en Medellín”.
Todos estos testimonios confirman que Gardel no solo evitaba a toda costa subirse a un avión, sino que evidentemente presentía que “algo” le podía ocurrir. De esta manera, aunque resignaba la practicidad del transporte aéreo, quedaba a resguardo de cualquier eventualidad.
Sacha, la tarotista rusa. Una predicción estremecedora
En 1934 Gardel se hallaba en Nueva York filmando para la Paramount. Los encuentros con los amigos rioplatenses se repetían periódicamente y algo extraño sucedió en uno de ellos. Una de las señoras invitadas era una rusa supersticiosa llamada Sacha, aficionada a tirar las cartas y esa noche le insistieron para que les tirara las cartas a todos. Cuando le llegó el turno a Gardel, Sacha comenzó decir lo de siempre: mujeres… viajes… Pero de pronto, ante la sorpresa de todos, revolvió nerviosamente las cartas cuyas sentencias estaba leyendo y arrebatándole el pañuelo que le sobresalía a Gardel en el bolsillo superior del saco, dijo con voz emocionada:
—Déjeme que conserve este recuerdo suyo.
—¿Pero ¿qué pasa, Sacha? ¿Por qué no sigues leyendo? ¿Qué viste en las cartas? —preguntó Gardel extrañado.
—No… nada —respondió la rusa—. No puedo precisarlo… he visto algo horrible…
Gardel quedó molesto por las palabras y la actitud de Sacha e insistió para que le dijera qué había visto, pero la mujer no dijo más nada. En la rueda había muchos jóvenes y triunfó otra vez el buen humor. Luego de la cena, todos se dirigieron a un local bailable y, durante una distracción de Gardel, Sacha aprovechó para confesar lo que había visto en las cartas:
—Ese muchacho va a morir en una forma horrible…
Continuará…
(*) Gentileza de la Fundación Internacional Carlos Gardel – www.fundacioncarlosgardel.org
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