Gira por Latinoamérica
El 28 marzo de 1935 Gardel emprendió una gira por algunos países de Latinoamérica con el objetivo de promocionar sus películas, junto a Alfredo Le Pera, sus guitarristas Barbieri, Riverol y Aguilar, y otros colaboradores. Los primeros países en donde se presentó fueron Puerto Rico y Venezuela, con un éxito impresionante. Verdaderas multitudes perseguían al cantor para demostrarle su cariño y admiración.
La gira sirvió para corroborar que las películas lo habían consolidado como el cantante popular más reconocido del momento, y el fervor nunca antes visto hacia un artista latino era la prueba palpable del éxito que estaba obteniendo. No podemos dejar de decir que dicho éxito no fue producto de la casualidad, sino el resultado de más de veinte años de arduo trabajo y superación personal.
Más adelante, la gira llevó a Gardel y su comitiva hasta la isla de Curazao, donde el cantor realizó dos conciertos. Finalizados esos compromisos debían trasladarse a otra isla, Aruba, distante más de 100 km. Aunque siempre que se pudieran los viajes debían hacerse por vía terrestre o marítima, en esta oportunidad se decidió viajar en avión, y Gardel, fiel a sus convicciones, rechazó inmediatamente la propuesta. Sabiendo que no torcerían la decisión del cantor, finalmente la comitiva se subió a la aeronave y Gardel a una pequeña embarcación a motor que lo llevó hasta la isla vecina, sin poder evitar que el largo viaje, en medio de una persistente marejada, le produjera algunas molestias físicas. En Aruba realizó solo una actuación vespertina y a última hora debían volver nuevamente a Curazao; y aquí se produjo un punto de inflexión en la vida de Gardel, porque precisamente ese día, el 28 de mayo de 1935, se subió por primera vez a un avión. Seguramente la insistencia de sus compañeros y el agotamiento por las actividades de aquella larga jornada hicieron posible que traicionara el juramento que le hiciera a su madre, cuando en varias ocasiones le aseguró: “Nunca subiré a un avión”. Y así, resignado a su suerte, se embarcó en el Fokker de la compañía “Royal Maatschappy Airlines” y no podemos ni imaginar qué habrá sentido en su bautismo aéreo viajando en medio del Mar Caribe. De alguna manera, en ese momento, acceder a volar fue su sentencia fatal. Nuevamente en Curazao, estuvieron cinco días esperando una embarcación para ir hacia Colombia. ¿Prefirió Gardel esperar casi una semana a que llegara un barco para evitar viajar en avión?
Recordemos que los movimientos que Gardel debía hacer en la gira eran extenuantes. El calor sofocante, los caminos de tierra –casi siempre en mal estado–, las extensas distancias, los medios de transporte deficientes, los conciertos casi diarios y el constante asedio de los admiradores agotaron al cantor, que ya comenzaba a mostrar algunos signos de cansancio por tanto esfuerzo.
La gira seguía en Barranquilla, Colombia, y es importante destacar que casi todas las ciudades colombianas se encuentran rodeadas de montañas, y que en esa época muchos caminos solo podían hacerse a lomo de burro, por lo que el uso del avión se volvió prácticamente inevitable.
Más avanzada la gira, Gardel debía dirigirse de Medellín a Bogotá, así es que el 14 de junio volvió a subirse a un avión. Conocida la noticia del arribo del Zorzal a Bogotá más de 10.000 personas se dirigieron al aeropuerto a esperar su llegada. Cuando se divisó la silueta del avión de Gardel en el cielo, cientos de admiradores rompieron el cordón policial e invadieron imprudentemente la pista de aterrizaje. El piloto realizó, a solo 30 metros del suelo, una arriesgada maniobra de último momento y evitó lo que hubiera sido una catástrofe de dimensiones impredecibles. Esta vez Gardel esquivó el infortunio. ¿Habrá sido una “señal” de lo que ocurriría después?
Próximo a finalizar sus actuaciones en la ciudad de Bogotá, el 22 de junio se ofreció una cena de despedida para Gardel. Pese a que se había elegido un restaurante más alejado, una joven, visiblemente emocionada, pudo ubicar el lugar y suplicó hablar con el cantor. Gardel se acercó a ella y conversó unos minutos. Al regresar a la mesa le dijo a sus compañeros: “¡Pobre loquita! No es más que una niña… ¡Qué bonito episodio! Le estreché las manos, le acaricié la cabellera y le prometí un retrato con una dedicatoria. Me besó las manos y se marchó radiante de felicidad”.
Alguien notó en Gardel un ceño extraño después del episodio. No traía la misma alegría, parecía preocupado, como guardando sus pensamientos. Cuando le preguntaron qué le pasaba, Gardel confesó: “Esa chiquilla me dejó impresionado. Imagínate que conversamos tres minutos. Trivialidades, romanticismos quinceañeros, frases banales que un hombre como yo, con mi mundo, de mi experiencia, puede transmitirle a una tontuela desequilibrada, pero al despedirme, diciéndole que el lunes nos vamos para Cali en avión, se agarró a mi brazo como una lapa, rompiendo a llorar, diciéndome: ‘No, Carlos, no. No se vaya en avión, por favor. Tuve un sueño espantoso anoche. Por eso insistí en verlo. Soñé con muchos aviones y una gran tragedia’”.
Y esta fue la última “señal”.
24 de junio de 1935. El Destino final
Ese día Gardel y su comitiva se dirigieron en avión de Bogotá hasta Medellín, donde debían hacer una escala para seguir a la ciudad de Cali, próximo punto de la gira. Como en otras oportunidades, se acercaron al aeropuerto de Medellín miles de personas con el deseo de verlo y saludarlo. El avión aterrizó sin problemas y toda la comitiva se dirigió a los hangares de la SACO, la empresa de aviación que trasladaba a Gardel. La alegría por el éxito que se iba obteniendo seguía incontenible y vivaz. Se ofrecieron unos “whisky highballs” y unos sándwiches. Sin embargo, Gardel estaba intranquilo. Los empresarios teatrales de Medellín estaban esperándolos en el campo. No podían faltar las admiradoras. Eran los últimos homenajes de simpatía y adhesión que Gardel recibiría.
Sin llegar a la excesiva aversión de Gardel, los músicos también sentían cierta incomodidad viajando en avión. Unos días antes, Gardel le había comentado a Defino en una carta: “Ahora la vamos viajando en avión y ya te imaginarás el fierrito (miedo) de los guitarristas. Las fieras elogian la comodidad y la rapidez del avión pero no ven la hora de largar. Hay que ver las risas de conejo de todo el personal cuando se meten en los trimotores. Llegó la hora de fruncir. Todo sea por el arte criollo”.
Poco antes de seguir el viaje hacia Cali, Gardel notó que su pesadumbre era compartida por el guitarrista Guillermo Barbieri. No podía disimular que volar no era lo que más le gustaba en la vida, por eso le dijo, con su inconfundible tonada porteña y sentenciadora: “Mirá, hermano; me hago cargo de tu inquietud, que, ¿por qué no decirlo?, la siento yo también. Estoy cansado de andar y andar. Como vos y como los otros muchachos, deseo pararme de una vez. Te juro, este es el último viaje. Después de este nos quedaremos quietos en la tierra. ¿Dónde vamos a estar más seguros que en el suelo?”.
Aguilar, el único de los guitarristas que sobrevivió al accidente, contó que “Gardel era profundamente fatalista y parece que ese día presentía que ‘algo’ iba a suceder; ese ‘algo’ lo tenía preocupado, aunque él a ciencia cierta no podía explicar ni justificar”. Cuando se lo hizo notar, Gardel, visiblemente emocionado, le contestó que “no era nada, pero que una nube negra le envolvía el alma”. Y siguió: “Mirá hermano, yo no sé si me estaré poniendo viejo, pero te juro que tengo una sensación rara, como si algo grave fuera a pasar…”. “No seas pesimista, Morocho –le contestó Aguilar–, ¿qué querés que te pueda suceder? ¡Vamos hombre, levanta el espíritu!”. Gardel, por toda respuesta, con su voz abaritonada, empezó a cantar un trozo del tango “Mi Buenos Aires querido”.
Unos minutos después, exactamente a las 15.10 horas, se produciría el horrendo accidente donde Gardel perdería la vida. Alfredo Le Pera y sus guitarristas Barbieri y Riverol tampoco sobrevivirían.
Nunca podremos saber qué pasaba exactamente en lo profundo de su ser, pero después de analizar tantos testimonios daría la impresión que Gardel intuía que alguna tragedia le podía llegar a ocurrir. ¿Será por eso que juró que nunca iba a viajar en avión? Pero traicionó su juramento… ¡Qué distinto hubiera sido todo de haber obedecido su intuición!
Tal vez simplemente ya estaba escrito que tenía que marcharse así, como los grandes predestinados, en el momento cúlmine de su carrera y rodeado del fervor popular, a través de una muerte inexorable –hechizante y trágica– que lo elevó al punto más alto de la mitología porteña.
(*) Gentileza de la Fundación Internacional Carlos Gardel – www.fundacioncarlosgardel.org
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