Desde la más remota antigüedad los hombres -y algunas mujeres- han intentado dejar su huella para la posteridad construyendo edificios. En algunos casos han asumido el costo de su peculio personal, o de capitales privados. En otros, han aprovechado su pasaje por los puestos de gobierno, para utilizar los recursos de la sociedad.
No afirmo que esta haya sido la motivación de Batlle y Ordóñez con el Palacio Legislativo. Pero lo cierto es que el sueño batllista para el Uruguay futuro suponía la realización de grandes edificios donde asentar los poderes del estado. En cuanto al Palacio, Batlle lo inspiró durante su experiencia como senador en 1902. Lo impulsó durante su presidencia en 1903. Se apresuró a colocar la piedra fundamental el 18 de julio de 1906 (la obra se iniciaría dos años después). Y en su segunda presidencia, introdujo al arquitecto Cayetano Moretti en 1913, para que lo vistiera de mármol. Así, dice el exvicepresidente Dr. Hugo Batalla, «Batlle y Ordóñez fue el padrino del Palacio Legislativo y su autor intelectual», lo que no es poco para ligar su nombre a la majestuosa construcción.
Pero detengámonos en julio de 1904, cuando se abrieron las propuestas de la licitación internacional. El Tribunal Asesor estaba compuesto por los ingenieros José Pedro Gianelli, Luis Andrioni y Juan Monteverde, y los arquitectos Julián Masquelez, Antonio Llambías de Olivar, Jacobo Vázquez Varela y Juan del Vecchio. El primer premio desierto, el segundo concedido a Hispania y el tercero a Agraciada. No obstante la adjudicación recayó en Agraciada. No parecía sorpresa que Hispania correspondiera a un oferente español. En cuanto a Agraciada la sorpresa no fue que el firmante se tratara de un italiano sino que estaba muerto. Vittorio Meano había sido asesinado en Buenos Aires donde dirigía las obras del teatro Colón.
El docente de la Universidad de Buenos Aires Mag. Arqto. Luis E. Tosoni, sugiere que los italianos o descendientes de italianos del Tribunal pudieron haber favorecido la propuesta de su connacional. No tiene pruebas documentales, pero «en otros concursos el tema de ‘lo nacional’ fue defendido hasta a nivel diplomático», dice. Admitir como hipótesis que esta influencia hubiese existido, supondría que a sabiendas, se había impulsado una adjudicación hacia alguien que en modo alguno podía cumplirla. No podían ignorar la muerte de Meano ocurrida el 1° de junio, mes y medio antes de la apertura. Además, cuestionaría severamente el secreto de la Licitación. Como fuere, la muerte de Meano diluyó su paternidad sobre el Palacio Legislativo, puesto que su proyecto fue modificado.
Como en un tango
No es noticia la influencia de los inmigrantes italianos en la cultura rioplatense y en el tango como expresión musical típica. Si bien con letras posteriores a estos sucesos muchos argumentos tangueros contienen personajes italianos. Y recogen la melancolía del desarraigo y el sentimiento de fracaso, de muchos de los que vinieron a fare l´America, y terminaron en alguna cantina llorando su rubio amor lejano.
La historia de Vittorio Meano tiene todas las características del tango. No de Giuseppe el zapatero que tras muchos años de «tique, taque, tuque» logra que su hijo se doctore, y después, parricidamente lo niega, porque se relacionó con una rica estanciera y el viejo remendón lo desprestigia. Vittorio Meano provenía de una pudiente familia. Estudia en el Colegio de Pupilos de Pignerol, y en 1878 se diploma de Geómetra, siguiendo luego sus estudios en la Academia Albertina de Bellas Artes de Turín.
En Turín, Vittorio conocerá a dos personas que determinarán su vida. Una es el arquitecto Francesco Tamburini, que lo llevará a la gloria. La otra, es una mujer llamada Luigia, que lo llevará a la muerte.
Luigia
Parece ser que el joven Vittorio gustaba de la vida nocturna. En esas andanzas non sanctas conoce a Luigia Fraschini -que se exhibía en un café junto a su marido «un cafetero, sastre y modesto actor de prosa y canto» según Molinos y Sabugo-, que será el amor de su vida. Como es habitual, la relación es desaprobada por la familia, igual que la de Alfredo y Violeta en la ópera de Verdi. Para los Meano se trataba de una nueva versión de La Traviata, aunque el final no fue exactamente el mismo.
En 1886, Tamburini, que estaba trabajando en Buenos Aires invita a Meano a colaborar con él. Y Vittorio aprovecha para embarcarse junto con Luigia, con nombres falsos, hacia la capital argentina.
Pasan cinco años, y estando abocados a la construcción del Teatro Colón, muere Tamburini, a los 44 años. Meano queda al frente de una obra no exenta de dificultades, no solo constructivas, sino financieras y políticas. Pero es un hombre de indudable capacidad y ha adquirido gran prestigio profesional. En cambio, su relación con Luigia no le permite relacionarse socialmente. Eso no le impide presentarse a la licitación para el edificio del Congreso y ganarla en 1897.
El éxito profesional no viene de la mano con su felicidad conyugal. Estaba casado con una «tana; […] coqueta como no hay dos;/y mientras él labura ella lo encana/con cuanto mozo rana/puso en el mundo Dios». Y es aplicable la letra de este otro tango.
La Parca
En 1904 vivía en la calle Rodríguez Peña 30, bien cerca de la obra del Congreso. Esa mañana regresó a su casa a una hora inesperada. Encuentra a su esposa en las dependencias de servicio con Carlos María Passera, un joven de 28 años que había prestado servicios entre enero y marzo de ese año hasta que Meano lo despidió. Entreabrió la puerta de la habitación de la doméstica. El primer disparo se incrustó en la madera, el siguiente, en el segundo espacio intercostal izquierdo de Vittorio. Y así murió el director del edificio del Congreso y ganador post mortem del concurso del Palacio Legislativo montevideano, vilmente asesinado. Para peor, el policía que estaba de guardia en la zona atrapa al asesino pero se le escapa. Pero su captura no demora. En la pensión donde vivía, la policía encuentra cartas comprometedoras de Luigia. Por tanto, el juez dispone instruir sumario: «contra Carlos María Passera, por homicidio en la persona de don Víctor Meano; contra Luisa Teresa María Fraschini de Meano, por encubrimiento, y contra Domingo Froilán Noriega [el inepto agente] por infidelidad en la custodia de presos».
Los detalles del juicio, son publicados por el abogado defensor de la viuda Arturo Vatteone, alegando que la prensa puso en contra de su defendida a la opinión pública.
La justicia no puede probar el encubrimiento de modo que Passera va a prisión y Luigia es exonerada.
Un par de meses después, la policía vuelve al domicilio de la doliente viuda. Hay otro muerto: Gaspar Pecchio, otro apellido italiano. Un joven exempleado por Meano, retomado por la viuda y vuelto a despedir. Movido por algún desequilibrio gatilla tres veces contra la viuda en su dormitorio.
Al tercer intento dispara y logra herirla en un brazo. Se suicida en la cama de matrimonio. A la autopsia, se hace notar que el occiso, tenía un calzoncillo con las iniciales de Meano.
La familia no repatría los restos del malogrado arquitecto. Como declara en 2016 un sobrino nieto en Italia: «Vittorio se había transformado en un extraño para los Meano y fue tratado como tal».
El pobre Vittorio vivió y murió siendo un extraño en todos lados.
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