Cuando yo asistía a la escuela no había crucifijos en los salones de clase. En cambio estaba presente el retrato de Artigas y el de un señor barbado que resultó ser José Pedro Varela. Las maestras justificaban la presencia del retrato en que él había sido el fundador de la enseñanza pública «laica, gratuita y obligatoria». Tardé un tiempo en verificar que esta tríada no era tan así. La enseñanza pública no es obligatoria. De otro modo los alumnos de colegios privados tendrían que hacer doble jornada. Tampoco es gratuita: la pagamos entre todos. ¿Laica? Varela no restringía este concepto a lo religioso sino también al partidarismo político…
Varela tenía derecho a presidir esas paredes. Un derecho que había pagado caro. La «corrección política» no es un invento reciente. En la actualidad solo se la ha reinterpretado. José Pedro Varela ya era políticamente incorrecto en su tiempo.
En cuanto a opiniones nos podemos encontrar con un héroe sin mancha o con un endriago demoníaco. A Varela le tocó vivir y morir, en la época en que el coronel Lorenzo Latorre ejerció la titularidad del poder ejecutivo, primero como gobernador provisorio y luego como presidente constitucional. El juicio historiográfico sobre Latorre, que se ha ido suavizando paulatinamente, lo ubica en la lista de los «malos». En su tiempo tuvo partidarios y enemigos, pero para nadie le fue indiferente. Varela no era exactamente partidario del coronel, pero basta leerlo para darse cuenta por qué fue un eficaz colaborador del gobernante. Ese apoyo le valió acerbas críticas.
Para Batlle y Ordóñez, Varela fue un «tránsfuga». Luis Melian Lafinur, José Pedro Ramírez, Prudencio Vázquez y Vega, Batlle, y otros nombres que también figuran en la nomenclatura citadina, rechazaron las honras fúnebres dispuestas por Latorre en homenaje al educador. Consideraban que «Varela hizo más daño como ciudadano, que bienes como educacionista».
Tampoco la grey católica expresó su dolor ante la muerte de Varela. Tal vez porque cuando Varela eleva su proyecto de ley, y «saluda atentamente al señor Ministro a quien Dios guarde muchos años», no estaban hablando del mismo Dios. También decía que el «ateísmo es una doctrina religiosa, por más absurda que pueda considerarse» y que la enseñanza de la moral «debe cernerse sobre la escuela como el Ángel de la Guarda sobre la cuna de los niños». Esa moral basada en principios generales y de «religión natural» enseñaría valores como: «justicia, veracidad, industria, temperancia, castidad, economía, beneficencia, amor a la verdad y al orden, respeto a la conciencia, deberes para con los padres y los hijos, con los hermanos y hermanas, con los demás hombres, con el Estado, con la causa de la luz (?), de la libertad y del amor».
El pensamiento vareliano admitía aquel católico: «A Dios queremos,/en nuestras leyes,/en las escuelas y en el hogar», solamente en el hogar. En La legislación escolar y antes en La Educación del pueblo, aborda, además, una serie de temas que teniendo vinculación con la educación -casi todo la tiene- no eran estrictamente materia de esa norma legal.
«Una cuestión de vida o muerte»
En La legislación escolar, José Pedro Varela, parte de un agudo análisis de la situación del Uruguay en su época. Encuentra una crisis económica, política y financiera. Sobre el aspecto económico: «la solución radical […] es producir más y consumir menos».
En cuanto a lo que llama «clases educadas», particularmente la emprende contra el gremio de los abogados, a los que acusa de soberbia y de falta de sentido de la realidad. Fueron ellos y sus cámaras bizantinas los que provocaron la ascensión de Latorre. «Viven en una atmósfera de chicanas y sofismas [y se creen] una clase superior [con] su saber aparente y presuntuoso [y] su doctrinarismo vacío». Como para despertar simpatías entre los universitarios…
La educación del pueblo, era acuciante en su opinión, ante la necesidad de atenuar «la superioridad de los sajones sobre los latinos [mayor aún] sobre los pueblos hispanoamericanos, que […] han mezclado su sangre con la sangre decrépita de las razas aborígenes». ¿Protonazi?
Una autopsia
Para Varela la constitución del Estado Oriental, había sido jurada «sin saber lo que juraba, [y] sin saber lo que era una constitución política». Por eso, cuando encara el análisis de la realidad de su tiempo, dice «hacer la autopsia del cuerpo enfermo que se presenta ante nuestros ojos».
Luego arremete contra la prensa «que no solo toma en cuenta lo que ella conceptúa la verdad, sino también la manera con que esa verdad se armoniza con los intereses de partido. Todos […] están afiliados en este o aquel de los partidos y su espíritu influencia sus opiniones». De esa prensa extrae Eduardo Acevedo el listado de crímenes atribuidos a Latorre «sin crítica ni probanza», que fue a dar «a los textos de educación», observa W. Reyes Abadie.
Empleados públicos
Critica el error de crear privilegios para los empleados públicos «haciendo del empleo una propiedad de la que no puede despojársele sin una causa grave». Entiende que como corolario: «las nulidades y las ineptitudes van injertándose en la administración y pesando sobre la Nación». Y agrega, para no dejar títere con cabeza, que los funcionarios superiores descargan su responsabilidad sobre esas carencias de su personal para justificar su propia inacción.
Y eso no es todo. El estado, asumiendo un principio de «errónea filantropía» aplica el montepío sobre los sueldos de lo que «deriva las jubilaciones y viudedades». El estado hace de «obligatoria caja de ahorro para sus empleados» y «usurpa atribuciones que no son suyas». Lo que debería hacerse es pagar el sueldo entero y que cada uno ahorre. Algunos serán previsores y lo harán para su vejez o para sustento de su familia. Los otros: «sufrirían la pena […] que alcanza a todos los que no se acuerdan más que del momento presente». Lo peor es que abre la puerta al abuso. Así, vemos «hombres en el vigor de la edad y la salud gozando fuertes jubilaciones so pretexto de haber sido, en alguna época, indebidamente separados de sus empleos».
En suma, el sistema termina siendo «una especie de comunismo disfrazado, cuyos efectos sobre la moralidad social son incalculables».
Pero esta realidad vareliana solo tiene interés histórico. Por fortuna son problemas ya superados. ¿Serán?
SEGUIR LEYENDO