Sobre el final de su corta y tumultuosa vida, Ángel Ganivet (Granada 1865- Riga 1898) tuvo tiempo de escribir una obra vastísima e intensa. Su pensamiento, polémico y punzante, ya en la sociedad de su época, todavía puede sorprender con algunos principios que mantienen su vigencia, a más de un siglo de la muerte del autor.
Dos años antes de terminar sus días en las heladas aguas del río Dvina, Ángel Ganivet, quien por ese entonces estaba cumpliendo una misión diplomática en Finlandia, escribió su “Idearium Español”, ensayo en que reflexiona sobre lo que constituye el ser peculiar e intrínseco de España. Será mucho después, en 1934, que Rodrigo de Maeztu, inspirado en estas páginas de Ganivet, escribe su “Defensa de la Hispanidad” en donde introduce un concepto capaz de describir y nombrar esa identidad compartida entre pueblos iberoamericanos.
El “Idearium” interpreta y de algún modo explica la decadencia de España, a la vez que arroja una luz de esperanza en su destino por la vía del reconocimiento de su ser esencial, mensaje muy oportuno y bien recibido en un momento de desánimo general en que surgió la llamada generación del 98, de la que Ganivet fue considerado un precursor.
Las ideas de Ganivet podían caer como piedras, capaces de agitar, aunque sea levemente, las aguas quietas del pensamiento único que hoy día suele imponer lo políticamente correcto.
Ganivet es también autor de otras obras en que el problema de “lo español” que trata el “Idearium” se amplía y universaliza intentando en ellas explicar la finalidad del ser humano. Estas son las novelas “La conquista del Reino de Maya por el último conquistador Pío Cid”, “Los trabajos del infatigable creador Pío Cid” y el drama místico en tres actos “El escultor de su alma”
La primera de las novelas cuenta la historia de un tal Pío Cid que encuentra un reino desconocido en medio del África, del que llega a convertirse en suprema autoridad y logra organizar su sociedad primitiva según moldes europeos. Escrita con la inocente forma de novela de viaje, contiene sin embargo una visión sobre la psicología de las masas e invita a reflexionar sobre el valor de la civilización.
Una vida novelesca
En “Los trabajos del infatigable creador Pío Cid”, una de las mejores novelas en nuestro idioma según Ortega y Gasset, puede reconocerse una cierta identidad entre autor y protagonista. No obstante, ya sabemos, la realidad siempre supera a la ficción. La vida de Ángel Ganivet estuvo llena de acontecimientos inusuales en los que el escritor demostró el poder de una voluntad inquebrantable. Muy malherido, de pequeño, no quiso le amputaran una pierna y prefirió afrontar una gangrena que finalmente remitió.
Fue estudiante brillante, si bien en ocasiones la originalidad y firmeza de sus ideas le creaba inconvenientes. Su vida, en especial la amorosa, daría el mejor argumento a un folletín romántico decimonónico. En un baile de máscaras conoce a una mujer con la que vive una larga relación de la cual nació un hijo y una hija que murió siendo pequeña. De esa niña, cuenta en una de sus cartas la escena de cuando decide enterrarla en un sitio más digno del que estaba, y se asombra de verla tan conservada como si estuviese durmiendo.
Rodrigo de Maeztu, inspirado en estas páginas de Ganivet, escribe su “Defensa de la Hispanidad” en donde introduce un concepto capaz de describir y nombrar esa identidad compartida entre pueblos iberoamericanos.
Torturado por nuevos amores al parecer no correspondidos y por una enfermedad en aquel entonces incurable pone fin a sus días en la ciudad de Riga en donde residía como cónsul de España.
Actualidad de su obra
Toda la obra de Ganivet, exceptuando los “Epistolarios” que aparecieron mucho después, fueron publicadas durante los últimos dos años de vida del joven autor. La primera, editada en Helsinki en 1896, “Granada la bella”, aún hoy resulta sorprendente por el enfoque moderno de sus descripciones que no se limitan a los aspectos estéticos e históricos de la ciudad, sino que incluyen todo lo inherente a la sociedad granadina, adelantándose a lo que después vendría a llamarse “psicología colectiva”.
Ese análisis certero de la sociedad y cultura características de una región, también se muestra en sus “Cartas finlandesas”(1896), y en “Los hombres del norte” ensayo sobre Hennen Ibsen y otros escritores noruegos de la época.
Ganivet no era un escritor académico, lo cual sumado a su sensibilidad y vigor intelectual le hizo ser de una originalidad sorprendente. Miguel de Unamuno se refiere a él en su obra póstuma, diciendo que “Ganivet era todo adivinación e instinto” Expresa su ideario de forma a veces no del todo prudente, pero se manifiesta con toda libertad en las cartas a sus amigos muchas de las cuales se reunieron en el “Epistolario”. Escribió aforismos, entre los que está el que dice: “Las verdades de los hombres tienen que ser como piedras y los cargos que ejercen como cántaros: pase lo que pase debe romperse el cántaro”.
Sin duda que muchas de las ideas de Ganivet, que descreía de la democracia y también del socialismo, pero que confiaba en la capacidad creadora y bien orientada del ser humano como motor de la civilización, podían caer como piedras, capaces de agitar, aunque sea levemente, las aguas quietas del pensamiento único que hoy día suele imponer lo políticamente correcto.
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