Este Viernes Santo se hizo la oscuridad mientras el pastor Dr. Jerónimo Granados daba su reflexión antes del concierto en el marco del XXXVII Festival de Organo del Uruguay. La iglesia alemana de Montevideo nos volvió a invitar a uno de sus conciertos, otra vez de la mano de la Mtra. Cristina García Banegas, en esta ocasión en su instrumento principal y acompañada de su coro “De Profundis” y del chelista Juan A. Rodriguez.
La reflexión del Dr. Granados dio pie al concierto de una manera que pocas veces está tan bien armonizada, en este concierto de luto las luces se apagaron mientras él contaba no solo la importancia teológica de la fecha, sino su propia experiencia personal con ella y su relación con la pasión de Cristo. Sus palabras sobre el coral “O haupt voll blut und wunden” (Oh, rostro herido y ensangrentado) y la historia de cómo en la juventud él rechazaba cantarlo nos dio luz a los presentes, tanto desde la compasión y lamento del pastor, como de la imagen de la sangre y el sufrimiento que no es común en la Iglesia luterana. A veces buscando el árbol uno se pierde el bosque, y en mis incontables visitas a las iglesias de este país en busca de música, tal vez haya pasado por alto su trasfondo teológico.
Volviendo a la música, uno siempre se va con cosas nuevas de un concierto de Cristina; en este caso fue una apreciación muy importante sobre el compositor germano-danés Diderik Buxtehude. Este compositor, que murió durante la juventud de J. S. Bach, fue una mayor fuente de inspiración de lo que uno percibe a primera vista. Aunque conocía la historia de la visita del joven Bach a este compositor ya en el fin de su vida, nunca me había percatado del impacto. La refinación de los corales de Buxtehude es a veces comparable con los de Bach, y al estar intercalados en el programa a veces se volvían indistinguibles. Encontrar un músico del calibre de Bach y llevar ese nombre a casa es para mí como ganar un premio, son horas de deleite al explorar y conocer a este “proto-Bach”, si nadie se ofende con que lo llame de esa manera.
En el concierto de órgano y coro del viernes, con algunos solos de la excelsa soprano Guadalupe Verocay, había una suerte de contraste que hacía de las lamentaciones algo más fácil de llevar para algunos y mejor para contrastar para otros. Esta función de limpiar el paladar, como un buen vino, la cumplía el chelista Juan A. Rodriguez, que entre bocado y bocado de corales tocó de forma alternada la suite para violoncelo solo en sol mayor (BWV 1007). Otro condimento para este banquete musical fue la disposición de los músicos; el órgano obviamente en su lugar habitual de espalda a los espectadores, los cantantes junto al órgano y el cello debajo de la cruz en el altar. Esto puede parecer un detalle menor, pero le daba un giro muy interesante a la acústica de la iglesia. Aunque por un lado muchas iglesias son como un horno de convección acústico, con un eco que hace que todos los lugares suenen muy similares, hay pequeñas diferencias que brindan a la experiencia alternada algo particularmente interesante. Nunca recomiendo darse vuelta para escuchar el órgano, su posición es parte del instrumento y en este caso esta apreciación me resultaba el doble de válida. La frontalidad del cello se correspondía muy bien con lo masivo del órgano junto a un coro que había detrás. Fue un concierto para cerrar los ojos y dejar fluir la música de una manera que solo se puede disfrutar en vivo, con acústicas que venían de diferentes lugares, rodeando al espectador.
Quiero dejar mi traducción del poema del coral con el que terminó el concierto, “Ruht wohl ihr gebeine” (Descansad, sagrados despojos), pieza que forma parte de la Pasión según San Juan de J. S. Bach, una de mis obras sacras favoritas:
Descansad, sagrados despojos
por los que nunca volveré a llorar.
¡Descansad y llevadme también a vuestro sueño!
La tumba que te fue asignada
y que no encierra pena alguna
me abre las puertas del cielo
y cierra las del infierno
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