No todo ha sido negativo en este período de pandemia que estamos viviendo.
Si pensamos en el mundo del arte y la comunicación, nos damos cuenta que tiene funciones extraordinarias que posibilita la comunicación entre individuos que nunca se han llegado a conocer, a través de obras que se adentran en la vida de los otros y los enriquecen.
Creo que a pesar de las dificultades que ha tenido la pandemia sobre todos los segmentos del arte, también nos ha brindado la oportunidad de descubrir la capacidad de crear que todos tenemos y la que tienen las crisis de potenciar la inteligencia de los individuos.
Nos hemos adaptado a nuevos comportamientos culturales para poder soportar la soledad que el covid nos exige. Pero lo que es realmente sorprendente es que ante la deseable evolución positiva de la pandemia y la vuelta a la normalidad –sea vieja o nueva–, ahora se nos presenta el reto de continuar con todo lo positivo que hemos vivido durante más de un año, que es la facilidad para conectarnos a través de Internet. Estamos conviviendo con las antiguas y las nuevas formas de vida social.
El cambio más importante, aparte del aislamiento colectivo al que fuimos sometidos, es que nos hemos ido acostumbrando a vivir distanciados, utilizando y adaptando la tecnología para trabajar y comunicarnos. Además, ha sido la única forma de mantener vínculos sociales –tan necesarios para el equilibrio de nuestra mente– y para acceder a contenidos culturales.
Nuevas formas de consumo cultural
Las restricciones impuestas hace un año y que intermitentemente se han ido renovando por las sucesivas olas de covid –cerrando salas de cine, teatros, museos, etc.– nos abocaron en tiempo record a nuevas formas de consumo cultural, utilizando el modelo virtual para poder compatibilizar el trabajo y tener momentos de ocio que nos ayuden a distraer de la cruda realidad en la que estamos inmersos. Ha sido un duro aprendizaje, pero el resultado es altamente beneficioso, y diría que todavía no nos damos cuenta de las infinitas posibilidades que nos abre en todos los aspectos de las relaciones humanas.
Los sectores culturales han enriquecido su diversidad de consumo. Podemos disfrutar de conciertos, representaciones teatrales y de danza… pero el cine y el libro han presentado nuevas propuestas que han posibilitado un avance mayor en la recuperación de su actividad.
Se cerraron los cines, pero se consumieron más productos audiovisuales. Las plataformas que habían comenzado su andadura hacía unos años tomaron con fuerza el relevo de la difusión. Hasta este momento los canales tradicionales resistieron el impulso de las nuevas tecnologías, pero ahora no son competidores, son complementarios, ofreciendo un amplio espectro de posibilidades. Por poner un ejemplo, la plataforma Netflix o Filmin, entre otras, han crecido espectacularmente. Conviven porque representan formas diferentes de consumo.
Este fenómeno no predice el final de las salas de cine tradicionales, entre las plataformas y los cines se ha creado un inteligente modelo de convivencia cuya finalidad es establecer la necesidad de consumir “películas”. Según sus características, la proyección será más exitosa en pantalla grande y se contratarán para las salas tradicionales, y en cambio hay otras que por su carácter de filmación son susceptibles de comprarlas para las plataformas, con la posibilidad de disfrutarlas en un ambiente más intimista.
Las compañías lanzan contenidos que no son para audiencias millonarias, sino para millones de individuos. El consumidor parece absorto en su experiencia personal. Consume contenidos bajo demanda y exige nuevas experiencias.
Hemos duplicado la oferta por el canal online pero no hemos perdido el deseo de la presencialidad, de disfrutar en directo cualquier acto lúdico cultural. El aplauso es directamente proporcional a la satisfacción en un concierto, una representación teatral, o de danza, por el efecto de retroalimentación entre el artista y el espectador. Una película en la gran pantalla de un cine produce una emoción visual porque nos introduce en el escenario de la película. Ir al cine supone un acto social del que tampoco estamos dispuestos a renunciar.
La venta online también ha ofrecido nuevas posibilidades a las librerías. Tenemos novelas, revistas, series enteras de libros… Y qué buena compañía resulta, el trayecto de un largo viaje con un buen libro descargado en la computadora… El aislamiento propicia el hábito de la lectura. Amazon ha sido una de las grandes beneficiadas de esta pandemia, aunque las pequeñas librerías se han revalorizado por la posibilidad de tener una opinión sobre una publicación por parte del librero “habitual” … Hay un intercambio y hay una confianza del que conoce nuestras preferencias y aficiones, creando un espacio de libertad en las librerías, para ojear libros antes de comprarlos. El tan ansiado contacto personal subyace en nuestro subconsciente.
La pandemia ha ampliado nuestros hábitos de consumo, que conviven con las nuevas tecnologías y ha permitido que estas se demanden, pero no en perjuicio del sector tradicional del cine y del libro. Estamos inmersos en un modelo dual de consumo cultural que permite asistir a actividades presenciales, pero a la vez disfrutar de plataformas, o ir a comprar un libro a la librería o al cine… Creo que hemos dado un paso hacia adelante.
(*) Catedrática de Sociología – UB, Dra. Historia del Arte, Crítica de Arte, Miembro de AICA y ACCA.
Miguel Angel Pareja. Luz y Materia
Con el correr de los años, el estudio de la obra de los artistas forma parte de una obligación cultural, devolviendo lo mucho que ellos han aportado al acervo del país.
El libro Miguel Angel Pareja, Luz y Materia, constituye una aportación de la que se estaba en falta, muy especialmente con este artista plástico. La última publicación sobre él consta de 22 páginas y fue con motivo de la exposición del MNAV, en 1998. BMR Productora Cultural lo ha editado con el apoyo de Montevideo Cultura, MNAV, Museo Juan Manuel Blanes, Bodega Oceánica José Ignacio, Fundación Pablo Atchugarry y Banco Itaú.
El libro, de 400 páginas, consta de un prólogo –“Razón y emoción”– del galerista Héctor Darío Pérez y con un estudio detallado de la obra de Pareja a cargo del arquitecto e investigador Gabriel Peluffo Linari. Completa el libro una cronología biográfica y un índice de obras, también a cargo de este reconocido autor. Con estos créditos no se hace difícil recomendar la obra.
La confección y el diseño de la publicación –así como su impresión– son de muy cuidada realización, exponiendo la necesidad de productos como este en el contexto uruguayo del arte.
Una loable labor sería, por parte de los patrocinadores, seguir publicando libros de este nivel para recuperar el trabajo de tantos artistas uruguayos, como así también del patrimonio cultural del país.
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