Existen dos gauchos, el pendenciero, ladrón, bárbaro y matrero, y el gaucho que construimos desde nuestras urbes, un personaje noble, simple, audaz y guerrero. ¿Qué pensarían nuestros líderes del 800 si vieran que en el corazón de la ciudad hay un monumento a “el gaucho”? Basta con leer a Sarmiento para entender cómo veían a estas personas, aunque en el fondo, en la genialidad de su prosa, él hace que los admiremos.
La poesía gauchesca y su música son constructos del segundo nacionalismo musical del que ya hablé en artículos anteriores. En una suerte de romanticismo y modernismo, los escritores de estos versos, en su mayoría burgueses y citadinos, enaltecieron la figura de la “cultura gauchesca” escribiendo sobre la vida, las costumbres y, en especial, validando su lenguaje. Sobre esto quiero hacer un paralelismo muy arriesgado pero que considero oportuno, la apropiación y modificación de la música o el lenguaje de las poblaciones marginadas. Esto se da con frecuencia; un caso muy cercano en el tiempo es el de la apropiación de la “cumbia villera”, que viene de contextos críticos y fue despreciada tanto por los actores de la derecha como de la izquierda, hasta que en los últimos años se convirtió en un fenómeno popular y con una gran producción. También se ha validado el lenguaje de sus orígenes y citamos el estudio “Las manos de todos los negros arriba: género, etnia y clase en la cumbia villera” de Alabarces y Silba:
“Se trata sistemáticamente de la música de los pobres: las clases populares. En el caso argentino, desde su llegada a mediados de los años sesenta, esa popularización implicó su conexión con otros productos locales —folclóricos, como en el caso del chamamé, o modernos, como el cuarteto—; pero fundamentalmente, la popularización de la cumbia llevó a su consagración como el género más popular, en el doble sentido de su consumo y de su significación de clase. La cumbia es en la Argentina, sin discusión, la música de las clases populares —aunque los modos en que las clases medias también la consumen permite entender simultáneamente los fenómenos de ‘plebeyización’ cultural ocurridos en las últimas dos décadas. Este trabajo quiere discutir esos caminos, señalando a la vez cómo el estudio de la cumbia pone en juego a la vez problemas de clase, género y etnicidad, posiblemente como ningún otro producto cultural en la Argentina contemporánea”.
Quiero destacar en el artículo de hoy a un enorme compositor uruguayo, Wenceslao Varela Corujo. Nacido en 1908 en una pequeña finca a orillas del río San José, trabajó desde niño, cosa que impidió que tuviera educación formal salvo por unos magros seis meses en los que asistió a una escuela rural, a la cual faltaba con mucha frecuencia. Este artista, no como José Hernández, Estanislao del Campo o Atahualpa Yupanqui, realmente creció en un ambiente rural y hasta “gauchesco”, viviendo del campo, trabajando la tierra y estando aislado del murmullo modernista de las ciudades del 900. Él no era un “poeta gauchesco” como los otros, era un “gaucho poeta”. El trabajo y estudio autodidacta le permitieron escribir su primer libro de poesías a los 22 años. En una entrevista nos deja esto sobre el inicio de su trabajo:
“Mis primeros versos nacieron borroneados sobre las caronas. Así no más, a golpes de corazón, sin tiempo para correcciones ni artificios. En un pastoreo de tropas cerca del Colorado o del Mataojo, escuché mis versos en otros labios, los oí en otras bocas. Como no los había firmado, tampoco podía decir que eran míos”. Revista «Rincón del payador», n. 4. septiembre de 1980. Argentina.
Recomiendo a todos los lectores que se nutran de su hermosa música y dejo un fragmento de una de sus obras del libro “D’entre caronas: versos gauchescos y nativistas” (Editorial Cumbre. 1963).
Confianza
Es reducido mi rancho
El que es muy conversador
Muestra el revés sin quererlo:
Pero al hombre muy callao
Hay que andar pa conocerlo.
Que desencille el que quiera
Churrasco, fogón y techo
Y al alcance de la mano
Todo lo poco que tengo.
PA mi confianza me basta
Con haber sido y ser gueno:
Yo nunca tuve enemigos,
Ni los tendré, ni los quiero.
Y mi rancho tiene -el pobre-
Mucho de nido de hornero,
PA los tordos y pa mí,
Abre sus alas lo mesmo.
Y en él recibo a Mandinga
Sin sentir remordimiento.
Dios, que tiene autoridá
Se encargue de hacerlos guenos.
“Esa yunta de orientales nos salva la tradición”
“Un 25 de mayo de 1908 en San José nacía el enorme poeta gaucho Wenceslao Varela.
Otro caso, que para variar, sus versos en su tierra no son dimensionados y valorados como deberían serlos, hay que leerlo o escucharlo, por los muy buenos cantores criollos que habitan el país”, reflexiona el cantautor Ricardo Fernández Más y nos hace llegar esta milonga en su honor, para “enfrentar el destino y salvar el pasado”, con letra de “don Héctor Pelfort Echetto, que me dio el inmenso honor de musicalizar y cantar”.
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