Un ensayo deslumbrante que se puede resumir en una pregunta por demás atemporal: ¿es posible que una cultura florezca en un ambiente sin libertades políticas? Y, en esa misma línea, ¿cuál es la conducta de los intelectuales, artistas y escritores frente al poder en circunstancias extremas?
Alan Riding fue corresponsal cultural del New York Times en Europa. Pero en los años del Plan Cóndor vivió en América Latina. Surgió entonces, de modo casi natural, comparar las élites culturales tanto europeas como latinoamericanas en su interacción con el poder, especialmente con el despótico. Y la comparación no deja bien parados a los intelectuales y artistas franceses.
La Rive Gauche, la Resistencia, son íconos que representan una intelectualidad comprometida con la lucha contra el nazismo. Ahora bien, ¿cuánto hay de verdad en dicha mitología?
El 14 de junio de 1940, la Wehrmacht entra en Paris sin encontrar resistencia. Con el país de rodillas, muchos franceses se preguntaron de quién era la culpa de una debacle que había comenzado a fraguarse en el final de la Primera Guerra Mundial, en la cual Francia emergía como victoriosa en el papel, pero con el alma hecha pedazos. Casi un millón y medio de franceses habían caído en el campo de batalla. Otro millón estaban lisiados. Y su clase política abrazó enceguecida el apaciguamiento.
Pero había un espacio donde la preeminencia francesa continuaba incólume: la cultura. Y con Francia ocupada no era tan mala idea dejar que los artistas levantaran el ánimo del país a la espera de mejores momentos. Paradójicamente, los alemanes suscribían esa idea por razones obviamente distintas. Todo sería más fácil si tenían a los franceses y en especial a los parisinos “entretenidos”. Desde luego, Hitler estaba encantado con la idea de ver a los franceses revolcarse en su propia degeneración. “¿A ti te importa particularmente la salud espiritual de los franceses?”, le preguntó Hitler a Albert Speer, tal como éste recordaría más tarde. “Pues dejemos que degenere. Mejor para nosotros”.
Ya los trabajos de Lottman –“La caída de París” y “La depuración”– habían mostrado que Petain no estaba solo. El colaboracionismo campeó en la sociedad francesa. Y no es una difamación sino tan solo un dato concreto que muchos al aproximarse los blindados de Lecrerc y los Aliados hacia las afueras de París, mágicamente asumieron ser integrantes de la resistencia desde la primera hora. Lo cual no implica negar los miles de patriotas franceses que murieron peleando en la Resistencia.
Un aspecto que Alan Riding desarrolla con especial énfasis es la singularidad francesa de constituir una élite intelectual que la sociedad sobrelegitima de forma excepcional.
“Probablemente, ningún otro país ilustra tan bien el peligro que entraña una población educada para venerar las teorías, que se convierte en terreno abonado para los extremismos. Hay quienes ven en ello un legado de la Revolución de 1789, el embriagador convencimiento de que una idea llevada a la práctica puede provocar un cambio súbito, radical e idealizado”.
“Ciertamente, durante gran parte del siglo XX muchos grandes escritores e intelectuales franceses `propagaron doctrinas que ofrecían explicaciones y soluciones para todo. Si los intelectuales franceses no gozan ya de la autoridad de antaño, se debe en gran medida a que dichas doctrinas han fracasado y estos espejismos utópicos se han desvanecido”.
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