—Buenas noche señor. ¿En qué lo podemos servir?
Así, con voz gentil y clara, recibió don Rogelio al nuevo cliente.
—Buenas noches —respondió con tono bajo de energía un veterano calvo, desconocido en la zona y transformado en circunstancial cliente del parador, allá en Rincón de los Perdidos—. ¿Qué me podrá ofrecer? —repreguntó este hombre con cabeza apta para pista de aterrizaje de moscas y ojos irritados, vaya a saber si por agotamiento físico, resfrío o falta de sueño.
—Depende. ¿Usted toma algo primero o prefiere comer?
—Las dos a la vez —respondió.
—A ver Yulita… atiéndame bien al señor, que toma un copetín y almuerza con nosotros —ordenó Rogelio a su camarera de largas trenzas rubias y ojos como el mar.
Presta, feliz y servicial, Yulita se acercó con el repasador en mano para sacudirlo sobre la mesa, pues estaba llena de migas.
—¿Qué desea comer el señor? —le consultó la moza, agachándose un poco y dejando notar un voluptuoso contenido en la profundidad del escote—. Mire que tengo una pulpa muy buena, fresca y tierna.
—Ya veo —dijo el calvo con una sonrisa picarona, la que permitió ver brillar un diente de oro—. Ando con ganas de comer un buen pulpón y si es tierno mucho más.
—¿Y toma…? —consultó Yulita.
—Algo fuerte, que me levante el ánimo, para ahogar las penas —le respondió.
—¿Le parece una buena grapa con limón o caña con butiá? —preguntó la camarera, agregando—: Y disculpe que le diga, pero usted tiene el aspecto de que cuando toma… toma.
—¿Whisky importado tiene? ¿Algo italiano o estadounidense? —preguntó el cliente.
—No, por acá sólo tenemos “caliboratos” criollos.
—Entonces tráigame una botella de caña y un vaso, sírvame algunas medidas y déjelas llover. No sea amarreta.
Cuando Yulita trajo la botella y empezó a servir la alcohólica y ardiente bebida sobre la medida, se las iba contando: va una, van dos, van tres. El comensal misterioso le preguntó con voz un tanto melosa:
—¿Vos sos contadora?
—No, ¿por qué me dice eso?
—Porque veo que me estás llevando la cuenta de cuántas medidas van y me pienso tomar toda la botella.
—¡Ah, disculpe! Es que me gusta hacer bien las cuentas, no se moleste por favor. ¿Le hago boleta detallada por el consumo?
—No, por favor. Si bien tengo que dar cuenta del gasto, no detalles lo que tomo, ni lo que como, hazla y ponlo como gasto de almuerzo, que yo la paso como viáticos en la empresa.
—¿A nombre de quién hago la boleta? —preguntó la moza.
—Vos dame el pulpón, que después te digo.
—¿Se le abrió el apetito?
—¿Qué querés, con esa pulpa que tiene usted, “mocita contadora de copas”? A cualquiera se le abre.
Rápidamente, la esmerada moza trajo el plato y dijo:
—Bueno, aquí tiene. Buen provecho. ¡Mire cómo lo miran los otros comensales! Parece que lo envidian —le comentó.
—Sí, yo creo que es envidia —respondió.
—¿Al final a nombre de quién hago la boleta?
—Los intocables. Gracias.
Nota de autor: Si no entiende, usted anda muy lento.
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