En unos meses se cumplirán los noventa años de la muerte del «Poeta de la Patria» y su memoria recibirá los merecidos elogios. Fue abogado, escritor, docente, diplomático, empleado del BROU y también -aunque por breve lapso- un revolucionario. Veremos esa faceta.
Zorrilla de San Martín «nunca atacó […] a ningún Gobierno» dice el prologuista de sus Obras escogidas (Ed. Aguilar, Madrid, 1967). El eminente escritor, pensador, docente y crítico literario Roberto Bula Píriz, autor de esa afirmación, usa el término «atacar» en su sentido estricto de apretar el taco de un arma de fuego. No obstante apoyar la Revolución del Quebracho de 1886 contra el gobierno de Santos, Zorrilla no forma parte del contingente que realiza la fracasada operación militar. Según expresa él mismo, por orden del Gral. Arredondo comandante de la revolución, se le indica permanecer en Buenos Aires.
Por otra parte el interés de Zorrilla, como relata con insistencia en su Memorándum sobre la Revolución de 1886, era reparar «el atropello de las ideas y sentimientos católicos consumado por Santos». Se refería a «la persecución y tentativa de empastelamiento y asalto» de El Bien Público previa, y a la aprobación de las leyes de matrimonio civil obligatorio y de conventos. Para el poeta, esas normas no tenían más objeto que «castigar a los católicos por ser enemigos de su gobierno».
Matrimonio civil obligatorio
Juan Lindolfo Cuestas, Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, es el encargado de cursar al parlamento junto a Santos el proyecto de ley. La norma no imponía la obligación de casarse. Modestamente establecía que si un hombre y una mujer deseaban hacerlo -casarse-, debían efectuarlo ante las autoridades civiles, y luego, se encontraban habilitados para la ceremonia religiosa que eligieran, si eventualmente lo querían.
La Iglesia reaccionó con energía frente a lo que consideraba un atentado a sus fueros. No olvidemos que el estado Oriental tenía como religión la «Católica Apostólica Romana», precepto que paso a paso, se iba vaciando de contenido.
Ya el 23 de marzo de 1885, el ministro de gobierno, Eduardo Zorrilla, se había dirigido a los jefes políticos y de policía: «si algún sacerdote en su Departamento, desde el púlpito o en reuniones públicas, se produce en lenguaje destemplado hacia las autoridades y las leyes, [se] lo reduzca a prisión, y … pase a Juez competente. Queda V.S. responsable del estricto cumplimiento de esta resolución. Dios guarde a V. S.».
Dura lex…
Aprobada la norma por una legislatura, no solo permeable a los mandatos gubernamentales, sino plenamente convencida de las bondades del proyecto, provocó las furibundas objeciones de los eclesiásticos, de los adalides de la causa como Francisco Bauzá y Zorrilla de San Martín, y también de la población femenina que presentó una nota con «veintitantas mil firmas», dice Eduardo Acevedo, protestando contra la «profanación del sacramento del matrimonio». Pero todo fue en vano, la Ley se publicó el 22 de mayo de 1885.
La Ley de conventos declara «sin existencia legal todos los conventos, casas de ejercicios o cualesquiera otras de religión, destinadas a la vida contemplativa o disciplinaria, que se hallen establecidas actualmente en la República, y cuya creación no hubiese sido autorizada expresamente por el Poder Ejecutivo, en ejercicio del derecho de Patronato Nacional». Establece, además, prohibiciones y controles estrictos sobre este tipo de establecimientos religiosos.
Dos visiones
El Dr. Mariano Soler desde la Catedral fustigaba diariamente la Ley. Cuestas se dirige al obispo Inocencio Yéregui (1833-1890) entendiendo que esa prédica cotidiana: «escandaliza a la sociedad… con discursos o sermones contrarios a la moral y a los respetos que se deben a una sociedad culta». Cuestionar la ley de matrimonio civil sería cometer «un acto que bien pudiera caer bajo la acción de la justicia correccional o criminal y [que] concita al desorden, represalias… alteraciones del orden público y situaciones violentas de las que será responsable el obispo al permitir… las exageraciones de ese orador sagrado poseído de verdadera furia sectaria», dice.
Soler estaba convencido de que la enseñanza «laica, gratuita y obligatoria» significaba, por laica, irreligiosa; por gratuita, que el pueblo la costeara; por obligatoria, la imposición de la irreligiosidad. La operación de ese plan, Soler la atribuye a la masonería. Un plan, que según el prelado, consistiría en «descatolizar el mundo y corromper para descatolizar» (La Masonería Universal. Mvdeo. 1881). Desde esa óptica era comprensible que su ira se desatara en homilías ardorosas.
Cuestas, se dirige también al Fiscal del Crimen. Denuncia esos sermones «pronunciados, con escándalo de las familias honestas que concurren al templo a oir palabras de enseñanza moral y cristiana y no exageraciones que conducen a extravíos lamentables». Y exhorta al magistrado a iniciar el proceso criminal a que hubiere lugar.
Don Mariano anatematizaba el matrimonio civil tildándolo de «concubinato legal», lo que a su vez, alimentaba la furia de Cuestas contra el «ultramontano».
Desde la otra orilla
Instalado en Buenos Aires, Zorrilla entiende que sus preocupaciones, no coincidían con las de la totalidad de los congregados en la empresa revolucionaria. En sucesivos encuentros le reitera al general Arredondo que «ninguno de los que lo rodearán» representarán la causa católica. «Yo no vengo a salvaguardar intereses blancos ni colorados» dice, porque «en ambas [colectividades] habrá individuos que procurarán desconocer nuestros derechos», y vuelve a requerir autorización para participar de la intervención militar.
Ni siquiera podían ponerse de acuerdo los conjurados sobre qué divisa usaría la revolución: unos la querían blanca, otros colorada, otros bicolor… Zorrilla propone la del partido constitucional, pero ese partido «estaba escrito solo en papeles no en el corazón del pueblo», dice.
El poeta califica el proyecto de «pandemonium», «maremagnum», «caja de Pandora». El resultado fue el previsible: el completo fracaso de la intentona. «Intriguillas, pequeñas ambiciones personales», dice Bula Píriz. Nada nuevo bajo el sol. Muchas coaliciones han sufrido de las mismas patologías. Si no se superan la derrota es segura.
Resultado: desastre militar, rendición incondicional. Solo el gesto de grandeza de Santos, que perdonó a los prisioneros salvó entre otras, la vida de José Batlle y Ordóñez.
Zorrilla no volverá a participar de revolución alguna.
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