La final del mundo con la participación de un país vecino-hermano o viceversa generó mucha controversia en Uruguay.
No se trata del análisis particular del dramático partido sino de los sentimientos claramente encontrados que se suscitaron en los días previos, durante el partido y luego.
Desde el 2 de diciembre nuestra selección ya había terminado su triste participación. Pero el futbol siguió y los resultados determinaron que Francia y Argentina jugarán la final.
En un Mundial rodeado de escándalos, con obreros muertos por trabajo supuestamente esclavo para la construcción de estadios, con dirigentes de FIFA y ahora hasta del Parlamento europeo presos o renunciantes al comprobarse escandalosos sobornos para que la Copa se jugara en Catar, el fútbol estuvo en la lupa.
Muchos malpensados creen que la final no podía ser otra que entre Messi y Mbappé, ambos contratados por Catar para jugar en PSG de Francia.
Un penal no cobrado para Marruecos ante Francia y los cinco penales (varios más que dudosos) que tuvo Argentina a su favor podrían abonar sospechas deportivas en épocas en que el VAR parece ayudar menos de lo que se esperaba.
Pero lo cierto es que tanto Francia como Argentina estaban entre los tres candidatos a ganar la copa, o sea a jugar la final. No se puede discutir el valor futbolístico del plantel francés, con diez campeones mundiales de 2018 y dándose el lujo de no aceptar que el mismísimo Benzema estuviese en la final, luego de una lesión que alejó repentinamente en el resto del campeonato. Su técnico Deschamps disputó cuatro finales del mundo y ganó dos. Una como capitán y otra como DT.
¿Qué se puede decir del plantel argentino? Con Messi, Di María y un grupo de jóvenes que venían de 36 partidos invictos, prontos para batir el record mundial de imbatibilidad y aún frescas las imágenes de una Copa América ganada en Maracaná.
O sea, el Mundial más que bajo sospecha, está bajo certezas.
Pero deportivamente se dio la lógica esperada por los especialistas. Era una copa para Francia, Brasil o Argentina.
El presidente de FIFA había proclamado hace un par de años que era una injusticia que Messi no fuese campeón mundial. No está mal la frase si no fuese que en el mundo del VAR no causa gracia ese tipo de comentario. Algo similar para el emir catarí que dijo que deseaba firmemente que ganara Messi la Copa. Ya había deseado organizar un Mundial en una sola ciudad cambiándole la fecha para noviembre y diciembre. Y sus deseos se hicieron realidad.
Un poco en broma y otro poco en serio la noche anterior pregunté si daba para hacer una penca sobre en qué minuto sería cobrado el primer penal Argentina, y se dio a los 21 minutos en una jugada que pone los pelos de punta si recordamos los penales no cobrados a Pellistri, Darwin y Cavani contra Ghana el día en que faltó un solo gol para seguir adelante.
El valor del fútbol argentino
De todas maneras, hay que reconocer el valor intrínseco del fútbol argentino. Una escuela futbolística que nació a finales del siglo XIX en Buenos Aires y desparramó sus primeras armas entre Rosario y Montevideo. He hecho las grandes competencias rioplatenses, verdaderas antecesoras de la Libertadores de hoy, eran grandes torneos de 1900 en adelante, con eliminatorias emocionantes que tenían como epicentro a Buenos Aires, por un lado, Rosario por otro y también Montevideo. En algunas de esas competencias el reglamento durante décadas determinó que una semifinal la jugaran los ganadores de las series rosarinas y montevideanas, y por el otro el ganador de la serie porteña.
Durante décadas, hasta avanzados los años 60, hasta se jugaban partidos entre las selecciones de Uruguay y Rosario, mientras los rosarinos enfrentaban a AFA por el otro lado.
¿A qué viene todo esto? A que el futbol rosarino volvió a ser clave en un triunfo argentino. De los tres técnicos campeones mundiales, dos son rosarinos: Menotti y Scaloni. La provincia de Santa Fe tiene mucho que ver con todo. Recordamos jugadores históricos como Batistuta y Valdano que, al igual que Scaloni, nacieron fuera de la ciudad en otras localidades de la provincia, pero fueron futbolísticamente rosarinos. Lo mismo que Mario Kempes (máxima figura de la gloria de 1978) y Juan Eduardo Hohberg (gloria de Peñarol y el fútbol uruguayo) que nacieron en Córdoba, pero se hicieron futbolistas en la Chicago argentina. A tantos cracks hay que sumarle nada menos que Messi, Di María, Correa y, como santafesino, a Armani y el cuerpo técnico de Scaloni con Samuel y Manni que son sus ayudantes. Y podríamos escribir páginas y páginas del talento que produjo y produce Rosario en fútbol y en todo lo demás como Fito Paez, Alberto Olmedo, Fontanarrosa, entre otros grandes.
La postura de los uruguayos
Volviendo al tema central de Argentina campeón y el sentimiento uruguayo, creo que nos dividimos en tres corrientes.
La primera era la del poco futbolero. Por lo general más afectos a por ejemplo hinchar por Peñarol siendo simpatizante de Nacional o viceversa en una copa internacional. En ese grupo numeroso, por cierto, imperaba el sentimiento rioplatense, de hermandad con Argentina y de pertenencia sudamericana ante los europeos.
La segunda corriente creo que pertenece a la mayoría de los muy futboleros. Curtidos por duras luchas futboleras con climas hostiles, bataholas lamentables y peleas de todo tipo en líneas generales, se dejó llevar por la indudable rivalidad que impera desde 1900 y que llevó en algunas etapas a rotura de relaciones oficiales de las asociaciones rectoras del fútbol de ambas orillas e incluso a comprometer la normalidad entre gobiernos. Este grupo prefería a cualquiera que no fuese Argentina; como sucede en el futbol cuando juega el eterno rival.
La tercera corriente, tal vez más pequeña, era más tranquila. No encontró razones valederas para desear un triunfo francés. Ni los mates de Griezmann ni que Zidane le haya puesto Enzo a su hijo por su admiración a Francescoli, parecían suficientes para alentar una derrota de nuestros hermanos argentinos. Por el otro lado, el hecho de que la copa volviese al Río de la Plata tiene un carácter rioplatense que claramente enorgullece. No alcanza para gritar goles de otra camiseta siendo futboleros de pura cepa, pero sí para aplaudir respetuoso y con admiración la conquista del indudable hermano mayor de estas tierras con el cuál crecimos, nos desarrollamos y transitamos juntos desde mucho antes que Suárez y Messi se convirtieran en mejores amigos.
La tercera corriente es la que más me identifica. Respeto las otras dos. Todas tienen parte de razón.
Un uruguayo no debería jamás preferir a otro que Argentina. Puede haber excepciones, y esas se ven en fútbol, que no deja de ser un juego y así como aceptamos que pasa entre clásicos rivales de clubes, lo mismo sucede entre países por más hermanos que sean. ¿Acaso los hinchas de Peñarol y Nacional o de River y Boca son menos hermanos entre ellos?
Todos los sentimientos son entendibles y finalmente le dieron un ingrediente más desde esta orilla del Plata a la final de Catar.
Finalmente, y para reafirmarme en la tercera posición en la que quiero que gane Argentina pero no grito sus goles, destaco la forma de jugar, la forma de vivir el fútbol, el estilo aguerrido y de no dar nunca perdido un partido, lo que transforma al triunfo argentino en una muestra de que es posible.
La forma de salir campeones de Alemania, Brasil o Francia en distintas ediciones eran formas que se mostraban inalcanzables. Lo de Argentina como otras veces Italia son más imitables a nuestra forma de jugar este deporte. Pero eso será objeto de otra columna.
Ahora simplemente, con sincero cariño, con orgullo rioplatense y con un abrazo fraternal quiero decir: “AL GRAN FUTBOL ARGENTINO, SALUD”.
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