El campeonato llega a su final. Podremos discutir el nivel del juego, pero nadie puede discutir que hay un hecho fundamental en esto del fútbol: la incertidumbre.
Ya he explicado que hay países que en esto del balompié no pueden engancharse con ser hinchas de un equipo de otra parte del mundo. El fútbol de los países emergentes, futbolísticamente hablando, o de aquellos que han logrado poco a través de la historia, es muy afecto a verse compartido entre quienes son partidarios de un equipo local pero también de algún grande de Europa, por sobre todas las cosas. Es por eso por lo que Real Madrid, Barcelona y los grandes clubes ingleses o italianos tienen hinchas de todas partes del planeta, al mejor estilo de los equipos de basquetbol de la NBA.
Pero eso muestra algunas cosas interesantes que pocos reconocen. Es exitismo, solamente eso. Hartos de perder, de “no ser nadie”, se embanderan en aquellos que pelean la Champions, que es una suerte de mundial de clubes, donde se reúnen los cracks de casi todas las selecciones, en especial las mejores.
Esto abre otro tema polémico que tiene que ver con el paladar de la gente que llena estadios, compra camisetas, paga entradas en museos o estadios para sacarse una foto. Esa devoción surge de ganar, de ser campeón, de sentirse orgulloso de su club, que tiene directamente que ver con la victoria y no cómo se llega a ella.
La prueba de esto la vimos todos con lo sucedido con Boca en la última Libertadores. Pasaba de ronda jugando discretamente, sin ganar ningún partido y casi sin convertir goles. Jugado a la pericia de un arquero que solucionaba todo en las definiciones por penales. Todavía están frescas las imágenes de 140 mil argentinos borrachos de orgullos y alcohol invadiendo durante tres días las playas de Río hasta que la realidad los bajó a tierra, que ya no era la arena de Copacabana. Tanto los bajó la derrota ante Fluminense, que cayó el DT sin discusión y está en duda la reelección de su presidente.
Nunca compré la idea de que lo que el hincha quiere es el cómo y no tanto el qué. El cómo sería el juego catalogado como lindo, vistoso, la forma, y el qué es el frío resultado.
A pesar de que todos los días vemos como gana el resultado por sobre la forma, un mundo lleno de turistas vestidos con camisetas ajenas sacándose selfies en pleno gol rival, puede llevar a la confusión.
Nada de esto se plantea con seriedad en estas latitudes. En países como Uruguay, Argentina y Brasil nada supera al amor incondicional al club que viene desde la cuna y no se puede sustituir por adhesiones momentáneas a camisetas europeas, más ligadas a la presencia transitoria de compatriotas en sus plantillas que a un amor verdadero.
Yendo a lo nuestro, está claro que tanto ganar como la forma para conseguirlo en materia internacional depende, como siempre, de los jugadores. Sin cracks no hay buen fútbol y por lo tanto difícilmente haya triunfos resonantes o copas internacionales.
Dicho esto, o mejor dicho: reiterado esto, debemos reconocer que el campeonato uruguayo plantea por lo general emociones que no todos los torneos pueden lograr.
Brasil y Argentina no tienen ese problema, pero en las grandes ligas europeas la mayoría de las veces los campeonatos se definen hasta meses antes. En España hay apenas dos candidatos y medio, y es común que uno de ellos se aleje de forma tal que mate la competencia faltando quince fechas.
En Italia, Juventus llegó a ganar nueve ligas seguidas en estos tiempos y solamente Milán e Inter le pelean de igual a igual, aunque cada cuarenta años aparezca un ejemplo como Nápoles. En cualquier caso los campeonatos se definen varios meses antes. En Francia, lo del PSG arruinó todo y solamente si se distrae el jeque pueden perder algún torneo. Pero no da ni para festejar cuando lo ganan. En Alemania el caso de Bayer Munich es parecido, aunque algunos a veces le dan pelea.
La única gran liga europea emocionante parece ser la inglesa –aunque el Manchester City con su jeque hacen lo imposible por arruinarlo todo–, tiene varios clubes con chance y se parece más a lo que sucede en Brasil o Argentina.
Portugal con Benfica, Sporting y Porto; Holanda con Ajax, Feyenoord y PSV no salen demasiado de la tónica de escasa incertidumbre.
En Uruguay, sabedores de que no podemos apostar títulos internacionales de clubes, la emoción pasa a ser fundamental. Hay cosas para corregir, pero el sistema de Apertura, Intermedio, Clausura, tabla anual y tabla del descenso permite llegar a la última fecha, que se está jugando mientras usted lee esto, con emoción por todos lados.
La Libertadores ya tiene sus clasificados, pero faltaba saber en qué fase entrarán Nacional y Defensor, cosa que quedó casi definida a favor del equipo de Recoba ante un Gran Parque Central casi repleto en la noche del lunes.
Era impensable con el formato anterior (hace más de treinta años) y con la mentalidad ganadora a nivel internacional anterior (también más de treinta años atrás) que un partido entre un grande y un chico por el tercer puesto llenara un estadio. También hay emoción para definir dos de los cuatro cupos para Copa Sudamericana. El descenso tiene lo suyo y se debaten Cerro, Torque y Fénix para ver quién acompaña a La Luz y Plaza Colonia a la B en 2024.
Por supuesto, la frutilla de la torta es el campeonato, y todo apunta que Liverpool (se confirma hoy) llegaría con la tabla anual a su favor tras ganar el Clausura contra el Peñarol campeón del Apertura. Puede haber una sola final entre Peñarol y Liverpool el sábado a las 19.30. También pueden ser dos y hasta cuatro finales antes de fin de año entre ellos.
No da para explicar demasiado, pero es la realidad. Hay cosas para mejorar. El Intermedio debe ser jerarquizado, pero no con limosnas, como haciendo participar a su campeón en la Supercopa.
La Copa Uruguay, que queda inconclusa o postergada su definición para el año que viene, debe ser respetada y puesta al nivel de sus similares en el mundo. Fuimos los últimos en instrumentarla y seguimos sin darle importancia. Es insólito que la Supercopa la disputen el campeón uruguayo y el campeón del Intermedio. En el mundo sería el campeón de la Liga contra el campeón de la Copa. Pero acá, intereses mezquinos y luchas AUF vs OFI no logran acordar aunque juren amor eterno a cambio de votos. El campeón de la Copa Uruguay (en su primera edición en 2022 fue Defensor) debería clasificar a la Supercopa Uruguaya y a copas internacionales, sino será siempre una molestia participar para casi todos y una falta de respeto para los que la tomen con seriedad.
Mucho se define en esta semana y la temporada se va con un fútbol uruguayo que brilla en la Eliminatorias de la mano de Bielsa y una gran generación, una sub-20 campeona del mundo por primera vez, un plantel que se prepara para el preolímpico, los grandes con estadios llenos de local, pero poca convocatoria de visitantes, y un déficit endémico en casi todos los partidos donde no están Nacional o Peñarol, con reglamentos que están pendientes de aprobarse, etcétera.
Estos temas los abordaremos próximamente, pero lo que es seguro es que hay pocos campeonatos en el mundo en el que casi todos sus participantes luchen por algo hasta el último minuto. Y eso es lo bueno. La mitad del vaso llena siempre deber ser destacada.
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