En el fútbol, como en la vida, se entremezclan la razón con la pasión. En base a lo que prevalezca, o a la mezcla de las dos, surgen sentimientos que realmente pueden llegar a ser inexplicables.
Antes de la final del mundo, me atreví a augurar que de acuerdo al resultado se iban a generar dos debates. En realidad, uno de ellos, dependiendo del resultado, podríamos chequearlo luego y el otro quedaría para esas cosas indemostrables a las cuales nos gusta apostar, aún en los casos en donde no nos quite el sueño.
La final entre argentinos y franceses la viví desde el pensamiento rioplatense. Poco importaba para mi especulación si el rival argentino era Francia o cualquier otro. El tema era netamente argentino, al menos en mi imaginación.
Realmente no conseguía discernir un favorito entre ambos. Nada me sorprendería. Si ganaba Francia ganaría la lógica, es cierto. El plantel de Francia casi duplicaba al argentino en valor de la ficha de sus futbolistas. Si bien con el doble no alcanza para asegurarse una victoria, el favoritismo era razonable. Si se hacía el juego de la pisadita, como decimos nosotros, o del pan y queso, como dicen los porteños, cualquier aficionado del mundo entendía que Francia ganaba al menos en nueve o diez de los futbolistas en ese supuesto mano a mano.
Sin embargo, esta Argentina que venía de menos a más y que soñaba tanto con esta Copa podía emparejar eso con una actitud que habíamos visto a lo largo de los anteriores partidos. Tampoco era garantía de nada. Arabia Saudita le dio vuelta el partido y se lo ganó, los partidos ante México y Polonia fueron muy pobres, y contra Australia –a pesar de tenerlo ganado– terminó pidiendo la hora. Croacia fue el más claro, pero recién a partir del penal que siempre estuvo disponible para abrir cada partido.
Países Bajos y luego veríamos que Francia también se lo remontaron tres veces y una salvada providencial impidió la humillación en la final.
Igual es justo destacar que siempre Argentina, salvo ante Arabia Saudita, pudo lograr su objetivo basándose en esa actitud indomable, en ese deseo de ganar y en Messi.
Y acá llegamos a las dos conjeturas o hipótesis de trabajo que lancé previo a la final.
Mi primera sentencia decía que “si gana Francia, se evaporará casi todo el amor incandescente por Messi y volverá a ser el tímido perdedor de finales, que con Barcelona hubiese ganado (aunque no sea cierto)”.
Mi segunda hipótesis fue que “si gana Argentina, Messi pasará a ser mejor que Maradona y los maradonianos ortodoxos saldrán al ruedo a pelearla”.
La primera de las posibilidades quedará en la categoría de lo contrafáctico. No es posible saber si era así. De mi parte no tengo forma de probarlo pero tampoco tengo dudas.
Con respecto a la segunda, está claro que ya está planteado en el periodismo deportivo, sobre todo el argentino, y en la gente el tema de cómo queda integrado el Olimpo del fútbol.
Para la mayoría Messi ya es como Maradona y son indulgentes con Diego a quien le perdonan lo que no le perdonaban a Lionel. Se decía que el pibe de Fiorito era más porque había sido campeón del mundo, lo que abonaría la tesis que ahora el rosarino es más porque ganó el Mundial y mil copas más que Diego no ganó. La mayoría, que no es futbolera en sí misma, entendiéndose por futbolero aquel que concurre todos los fines de semana a ver a su equipo y sigue las noticias día a día y se suman cada cuatro años a la cita mundialista, ya pusieron a ambos en el mismo pedestal sin más análisis.
Luego están los que futboleros que ven en Messi algo insuperable, ya no solo por Maradona sino por nadie en la historia del fútbol. Para ganarle a Maradona alcanza ver cantidad de partidos, goles, asistencias, copas ganadas, balones de oro, etc.
Sostengo desde siempre que no es conveniente comparar épocas diferentes.
Creo que tanto Maradona como Messi, como antes Pelé y tantos otros, fueron los mejores de su época y se corre el riesgo de comparar cosas que en un determinado momento de la historia no existían. Por ejemplo, Héctor Scarone o el italiano Giusseppe Meazza no ganaron Champions ni Libertadores sencillamente porque no había.
No tengo dudas en afirmar que solamente se pueden comparar épocas similares. Messi puede ser mejor que CR7, etc. Misma época, misma chance de lograr lo mismo. Y aun así, hay otras consideraciones que haré más adelante.
Sigo con el debate actual. Los maradonianos ortodoxos en su mayoría no están dispuestos a ceder el trono de Diego y entienden, ahora sí, que hay que considerar otras cosas. Las mismas cosas que no le concedían a Messi cuando le faltaba ganar un Mundial. Incoherente tal vez, pero más fruto de la pasión que de la razón. Por ejemplo, aducen que peleaba contra el poder, que era más líder desde chico, que ganaba rodeado de discretos futbolistas, que sacó campeón a un cuadro chico como Nápoles, etc.
Asimismo, siempre me llamó la atención que se usara las copas del mundo para justificar la supremacía de Maradona sobre Messi, cuando los mismos que sostenían eso lo ponían a Maradona por encima de Pelé, aun sabiendo que el brasileño había ganado tres copas y no una.
En definitiva, la discusión está planteada y voy a dar mi opinión. No creo que los calificativos rimbombantes de “mejor de todos los tiempos” para nadie. No se puede comparar épocas diferentes, como ya expliqué, y tampoco se puede dejar de lado que es un deporte colectivo y no individual.
Era obvio que Messi tenía más chance que Cristiano Ronaldo de ser campeón mundial algún día. Ambos se aburrieron de ganar copas en Barcelona y Real Madrid, que seguramente no hubiesen ganado con Porto o Benfica para el portugués o en un equipo rosarino para el argentino.
Alcanza con conocer la historia de ambos países para entenderlo. Haaland tal vez clasifique al Mundial que viene con 48 países, pero no pudo hacer que Noruega esté en este Mundial y mucho menos podía sacarlo campeón.
En mi época el ecuatoriano Alberto Spencer, aún hoy el máximo goleador de la historia de la Libertadores, ganó tres copas con Peñarol además de ser bicampeón mundial de clubes. Sus goles fueron claves siempre. Pero cuando Ecuador lo llamaba para las eliminatorias le pasaba lo mismo que a Haaland. Y hay decenas de ejemplos similares.
Sin ir más lejos, Federico Valverde no para de ganar Champions y Mundiales de clubes dentro de un club armado para eso. Él solo no puede replicar lo mismo en una selección, hasta que esta no tenga un nivel superior, cosa que intuyo puede ser para 2026.
Siempre creí que Messi era más que Maradona, nunca entendí lo despiadado del público y del periodismo argentino para con el pequeño rosarino. Pero ahora que veo un endiosamiento exacerbado vuelvo a dudar. No se está siendo justo ahora como no se lo fue durante los anteriores 15 años que lo llevaron varias veces a renunciar a la selección hasta con lágrimas en los ojos.
Los amores incandescentes conllevan estos peligros. Habrá algunos que se consideraban maradonianos, capaces de abandonarlo ante una copa en la que el supuesto “sucesor” resultó ser importante, pero cualquiera que entienda de fútbol sabe que vimos versiones de él mucho mejores técnicamente. Es que la crueldad de los resultados nos lleva a ver cosas que no siempre son.
Por otro lado, sospecho que hasta el propio Messi debe pensar íntimamente, “ahora me vienen a endiosar, cuando me mataron, me fusilaron y pretendían algo que nadie puede hacer, que es ganar una copa solo”.
El fútbol es un deporte de equipo, juegan once y no es cierto que un solo jugador puede ganarlo solo. Hemos asistido a victorias y derrotas de todos los cracks, justamente porque no juegan solos y porque los rivales también juegan.
De todas maneras asistimos a un mundo impaciente que quiere ver en una misma final “la más emocionante de la historia”, en una atajada “la más importante de la historia”, en un crack al “mejor de la historia” y así sucesivamente. Cuando se pretende tanto de un solo campeonato o de un solo partido nos recuerda que los hechos no pueden juzgarse en el momento en que se producen, ya que siempre que la pasión le gana por goleada a la razón, se terminará perdiendo esta última.
Argentina le dio al mundo grandes cracks como José Manuel Moreno en los 40, Alfredo Di Stéfano en los 50, Maradona en los 80 y ahora Messi en el siglo XXI. Cualquiera de ellos fue el mejor de su época. Con esa comprobación debería alcanzarles.
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