Mientras el cuerpo técnico celeste espera la evolución física de zagueros de la talla de Diego Godín y Ronald Araujo, un joven de 17 años se le plantó nada menos que a Suárez.
Me encantó la actitud de Alan Maturro, el joven de zaguero de Defensor Sporting, cuando tuvo un entredicho con Luis Suárez.
En momentos de publicar esta columna tendrá 18 años. Nació el 11 de octubre de 2004. Luis Suárez en ese entonces jugaba en los juveniles de Nacional y debutaría en Primera cuando Alan no había cumplido 6 meses de edad.
El resto de la historia de Luis Suárez la conocemos todos. Este sábado se enfrentaron Nacional y Defensor Sporting en el Gran Parque Central por la fecha 12 del Clausura.
El zaguero violeta Maturro, aún con 17 años, debía enfrentar nada menos que al futbolista-leyenda Luis Suárez con 35. En determinado momento se tranzaron en una discusión. El zaguero se molestó por un pisotón casual de Suárez que él interpretó intencional y se notó una fuerte discusión entre el corpulento juvenil de 1.93 de altura y el experiente máximo goleador de la historia celeste.
Personalmente, creo que Alan Maturro no hizo más que confirmar todo lo bueno que se habla de él. Para la doble fecha de junio en Estados Unidos, cuando Diego Alonso citó el plantel que golearía a México 3 a 0 y empataría con el local, a los futbolistas convocables para el Mundial agregó dos juveniles. Uno fue Augusto Scarone, joven de Nacional con apellido de crack, sobrino nieto del gran Héctor, y el segundo fue nuestro Alan Maturro que motiva este artículo, proveniente de Defensor Sporting.
Su historia, a pesar de que recién ayer cumplió los 18 años, es intensa. Integró las selecciones uruguayas sub-15 y sub-17. Durante la pandemia la tragedia sacudió su hogar. Falleció su joven mamá a causa del covid. El DT violeta, Eduardo Acevedo, lo subió a primera y al poco tiempo tuvo una fractura de peroné que lo dejó un par de meses fuera de actividad.
El publicista Pipe Stein, reconocido hincha de Defensor, comentó en entrevista en Radio Sport 890 en el programa 100% Deporte con Federico Buysan y Sebastián Giovanelli, que para él “Maturro va a jugar por lo menos tres mundiales”.
A la historia deportiva de Luis Suárez ya nada podrá cambiarla. A lo sumo el Mundial podrá agregarle más prestigio y más récords, pero su consagración ya no corre peligro y sin duda está en el Olimpo de los Dioses del laureado fútbol uruguayo de todos los tiempos.
Pero esa pequeña discusión, esa disposición a pelear por su verdad ante su ídolo, puede significarle mucho al joven de Defensor.
En mi criterio Maturro no tiene techo. Con el video del sábado en Argentina o Brasil, que son nuestros rivales directos en el continente, pero quienes más nos respetan y admiran, seguramente lo pretenderán. En Europa ni hablar. Es eso lo que buscan en los futbolistas uruguayos, en especial cuando juegan en la defensa.
A mí me hizo repasar de memoria y sin revisar, la larga historia de zagueros uruguayos que nos enorgullecen desde el fondo de la historia.
Insisto que de memoria y a riesgo de cometer enormes injusticias, me vinieron a la memoria fotos que vi e historias que leí, en las mismas páginas de La Mañana, con la pluma de Franklin Morales o de El Diario con Atilio Garrido y de otros brillantes de escribas a quienes “conocí” y visito regularmente en las hemerotecas del Palacio Legislativo y la Biblioteca Nacional.
Para llegar a Alan Maturro, aún en la fase proyecto de crack, hay que viajar durante 120 años de continuos maestros y reflejarse en ellos como si fuese una carrera de postas.
Comienzo con José Benincasa que ya en 1908 jugaba en el viejo River y luego en Peñarol, y que fue el back derecho de Uruguay el 15 de agosto de 1910, el día que nació la camiseta celeste para nuestra selección. Se retiró del fútbol en 1928, siendo ganador de las primeras Copas América.
En los años 20 apareció el Mariscal José Nasazzi, gloria de Bella Vista, capitán de capitanes ganando cuatro Copas América y tres estrellas mundiales en París 1924, Ámsterdam 1928 y Montevideo 1930. Inimitable a nivel mundial en cantidad de gloria acumulada, estiró su vigencia cuando con camiseta roja Uruguay ganó la Copa América de 1935 en Lima al golear al favorito equipo argentino, cuando ya era futbolista de Nacional. Fue en esa Copa que nació el término de “garra charrúa” por parte de un colega peruano, refiriendo al ganarle al favorito en forma inexplicable para todos, menos para nosotros.
Cuenta la leyenda que a raíz de la larga huelga de futbolistas de 1948 y 49, el único profesional de nivel que viajó a la Copa América de Brasil en el 49 fue Matías Gonzalez. El resto se negó y fue un equipo amateur al que obviamente le fue mal. Obviamente los capitaneados por Obdulio Varela, que era puntal de la Mutual de Futbolistas, no querían saber nada con él para el Mundial. El “Mariscal” Nasazzi, 14 años después de haberse retirado, se apersonó al “Negro Jefe” y le habría dicho “para salir campeón del mundo tienen que llevar a Matías Gonzalez, el artíguense”. Obdulio dio el visto bueno y el DT Juan López lo citó. En un viaje estaban cenando todos juntos y Matías en otra mesa solo. Obdulio se levantó y le gritó: “Matías, venga para acá, un uruguayo no come solo en ningún lado” y a partir de ahí fueron todos hermanos. Matías González luego de la final con Brasil sería apodado el “León de Maracaná”.
¿Se entiende la estirpe e influencia de los capitanes? La mayoría de ellos zagueros o números cinco en la historia de nuestro fútbol.
Luego llegaría la pareja de back ramplense de William Martínez, que jovencito había integrado el plantel del 50, y el lituano Ladislao Brazionis para ganarle la final a los argentinos en la Copa América del 56 o el moreno Elgar Baeza y el capitán Luis Varela que dejaron su huellas, literalmente hablando, otra vez en los grandes cracks argentinos del 67 para ganar otra final.
Un apunte de Luis Varela: con 25 años fue el capitán más joven en ganar una copa con la celeste y era primo hermano de Obdulio. Todo es continuidad.
Mientras William Martinez conducía a Peñarol a ganar sus primeras Libertadores y mundiales de clubes en los inicios de los años 60, Ancheta y Masnik eran la pareja de back muralla del Nacional del 71, a veces con Blanco y a veces con Brunell. De hecho, el floridense Ancheta fue el mejor zaguero del mundo en el Mundial de México 70 y luego fue gloria de Gremio en Porto Alegre, al igual que el Hugo De León que haría pareja de back en el Nacional campeón de todo del 80, también con “Cacho” Blanco que sigue hoy en el club y en el 88 con Revelez. Pero en la selección el riverense De León compartía con el “Indio” Olivera primero y con el “Tano” Gutiérrez después. A su vez, el Olivera y Gutiérrez fueron claves en el Peñarol campeón de América y del Mundo del 82. Llegarían también Obdulio Trasante, Marcelo Rotti y el “Tito chico” para ser campeones con el Peñarol del 87. La Copa América del 87 en Buenos Aires se ganó con la zaga de Gutiérrez y Trasante. Para un delantero rival eso era “Vietnam”. Enseguida aparecerían Paolo Montero, capitán durante años de la Juventus, donde jugó más de una década. Paolo, como el Tito, eran hijos de Montero y Goncalvez, caudillos de estirpe de los 60 y 70. Al igual que la familia Forlán o la familia Matosas, no necesitaban que nadie les explicara nada.
Pero llegaría Diego Lugano, que fue gloria de San Pablo continuando la tradición de garra y calidad de Pedro Rocha, Darío Pereyra (también zaguero) y Pablo Forlán en el gigante club brasileño. Cuenta Lugano que el día que llegó al vestuario en su debut celeste, se sacó la camiseta en el entretiempo y la dejó tirada en el suelo. Paolo Montero y Darío Rodriguez lo llamaron al orden y le reclamaron “botija, la celeste en el suelo jamás”. Y luego llegó Diego Godín para heredar a Lugano, y a su lado Josema y ahora apareció Ronald Araujo, crack en Barcelona mientras Sebastián Coates lidera como capitán en Portugal.
El fútbol uruguayo es tremendo, los zagueros se suceden generación a generación, y la aparición de Alan Maturro con 17 años y 1.93 de altura siendo irrespetuoso futbolísticamente con Luis Suárez, nos permite confirmar que LA LEYENDA CONTINÚA.
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