Es muy probable que mientras usted esté leyendo esto se esté jugando o ya se haya jugado la primera final entre Liverpool y Peñarol. Es por eso por lo que considero una pérdida de tiempo enfocarme a la semifinal jugada el sábado pasado ya que lo que escriba podría ser usado en mi contra con el resultado del partido de Belvedere en la mano.
Todo lo que pienso sobre este 2023 con respecto a Peñarol, Liverpool e incluso el Nacional que ha confirmado que tendrá a Recoba como técnico en el próximo año lo desarrollaré en próximas ediciones. Lo prometo.
Quiero enfocarme en otro hecho que sucedió en los días posteriores a nuestra última página (o columna) de la semana pasada. Fue el sorteo de la Copa América. Me parece fascinante cómo los grandes organismos, llámese FIFA, Conmebol o sus similares disfrazan la inequidad en reglamentos supuestamente transparentes e inviolables para todos… menos para ellos mismos.
Quienes siguieron la transmisión televisiva vieron una gran puesta en escena, con la presencia de un uruguayo como Diego Godín, que fue el portador del balón oficial, marca Puma, y el técnico argentino campeón de América y del Mundo, Lionel Scaloni, entregando la Copa América que ganó en 2021 y que fue coquetamente restaurada.
Algunos apuntes históricos que no quiero dejar de lado tienen que ver con lo que hicieron con el trofeo. Como todos saben Uruguay y Argentina lo han ganado quince veces cada uno y Brasil nueve. Más allá de que Uruguay ganó la decimoquinta en 2011, o sea diez años antes que los argentinos, es interesante hacer una breve explicación sobre la restauración. El máximo torneo continental nació en 1916 en un campeonato jugado en Buenos Aires y ganado por Uruguay, como casi todo lo que se disputó por primera vez… modestia aparte.
Desde 1916 hasta la edición de 1967 el campeonato que hoy conocemos como Copa América se conocía como Campeonato Sudamericano o Sudamericano, a secas.
Hubo un largo paréntesis hasta 1975, cuando el torneo que agonizaba por la aparición de la Libertadores revivió y comenzó a llamarse Copa América.
El tema es que la copa como trofeo recién había aparecido en la segunda edición en 1917. Se jugó por primera vez en Montevideo, en el desaparecido estadio Parque Pereira, ubicado en donde hoy es la Pista Oficial de Atletismo del Parque Batlle. ¿Quién lo ganó en su primera edición? Modestia aparte… Uruguay.
Así siguió escribiéndose la historia, en principio anualmente aunque con algunas interrupciones o postergaciones como la de 1918, que se suspendió por una pandemia de gripe y que obligó a que la primera vez que le tocaba ser local a Brasil y que debía jugarse en Río de Janeiro pasara para 1919.
Pero no es la idea repasar todo, simplemente que a partir de los años sesenta del siglo pasado, la Libertadores, como ya explicamos complicó su realización y las federaciones le restaron apoyo ya que los clubes importantes se enfocaron en ganar sus copas sin dar sus futbolistas a las selecciones. El primer intento de resurrección fue en 1975, en un formato de fase de grupos con partidos de ida y vuelta, semifinales y final siempre a dos partidos, lo que llevó a que también las ediciones de 1979 y 1983 tuvieran un cariz diferente. La de 1983, hace cuarenta años clavados, es la del famoso gol del Pato Aguilera en Bahía y la vuelta olímpica en el partido revancha antes el local, Brasil. Que yo me haya colado en esa vuelta olímpica como el único hincha uruguayo presente en ese estadio ante noventa mil brasileños queda para ser contado en otra ocasión, no hoy.
Un hecho curioso que se dio entre aquella primera edición de 1916 sin copa en juego y la de 1967 es que la Confederación Sudamericana de Fútbol, hoy Conmebol, dividiría en dos categorías los campeonatos. Por un lado estaban los Sudamericanos oficiales y por otro los Sudamericanos Extra. Estas denominaciones llevaron a que periodistas y aficionados confundieran los términos y más de una vez establecieran dos formas de hacer la lista de los campeones.
Con el tiempo la Conmebol decidió terminar con la polémica y en forma retroactiva hizo lo que debía hacer, unificando ambas listas. Se habían jugado hasta 1967, veintiún campeonatos con la copa en juego y ocho extraordinarios.
¿Cuál era la diferencia? Deportivamente ninguna. Los oficiales eran los que marcaba el calendario y los extraordinarios eran eso mismo: extraordinarios. Se jugaban para festejar aniversarios especiales como cifras redondas de la fundación de alguna capital donde se jugaba o cosa parecida.
Lo cierto es que era lo mismo, los ocho extraordinarios habían sido ganados en partes iguales por uruguayos y argentinos y todos contentos.
Hoy en día se considera Copa América la inaugural de 1916, cuando la copa en sí misma nació recién un año después, e incluso la Copa Centenario de Estados Unidos 2016 ganada por Chile tuvo otro trofeo, parecido pero de color dorado en lugar de plateado. Hoy todo está unificado.
En la restauración se le agregaron las chapitas con el nombre del campeón y el año. Antes estaban solamente las oficiales.
Volviendo al fixture. Hoy Don Dinero manda y nadie se ruboriza cuando inventan reglamentos, pero tratan de disfrazarla. Conmebol y Concacaf acordaron volver juntos al formato de 2016 con los diez sudamericanos y los seis mejores clasificados de Centro y Norteamérica.
Pues bien, que se juegue en Estados Unidos si por mí fuera debería ser para siempre, ya que es el país mejor preparado en hoteles, aeropuertos, estadios, requiere cero inversión adicional, reduce chances de corrupción y da tranquilidad a todos con estadios repletos casi siempre, ya que las colonias de todos son numerosas.
El tema es que querían que en las cuatro cabezas de serie estuviesen los poderosos económicamente. Para ello había que disfrazarlo de algo razonable.
Los cuatro mejores del ranking FIFA no era posible. El top 5 es Argentina, Brasil, Uruguay, Estados Unidos y México. Se colaba Uruguay.
La otra era los tres mejores del ranking FIFA y el local. O sea Argentina, Brasil, Uruguay y Estados Unidos, sin México que en el gran país del norte es la base de todo, más que el propio local por la pasión por el fútbol de su gente. Otra vez se colaba Uruguay.
La última podría ser la de los tres máximos ganadores de la Copa América y el local. Daba Uruguay (quince copas), Argentina (quince), Brasil (nueve copas) y Estados Unidos. Otra vez México quedaba afuera y se colaba Uruguay.
Finalmente se inventó una fórmula que era el campeón de cada Confederación (Argentina por Conmebol y México por Concacaf) y los mejores en ranking FIFA excluyendo a los campeones (Brasil por Conmebol y Estados Unidos por Concacaf).
Todo confuso, el local no es cabeza de serie por local sino por ranking FIFA (daba lo mismo) pero lo importante era dejar afuera al incómodo Uruguay y ratificar a México con sus millones de habitantes que viven en Estados Unidos.
Como broche de oro por primera vez no se sortearon las series que le correspondía a cada cabeza. Se dictaminó que Argentina liderará el grupo A, México el B, Estados Unidos el C y Brasil el D.
Se dividió absurdamente en dos sectores. A y B definirán un finalista, el C y D el otro. Todo armado para que Argentina y Brasil lleguen caminando, aunque el sorteo le dejó más libre el camino a los campeones mundiales, que con Messi a la cabeza difícilmente no estén en la final a pocas cuadras de la casa del 10 en Miami. Por el otro Brasil en algún momento deberá vencer a Uruguay o Colombia, si se da la lógica, pero esto fue por sorteo.
El colmo fueron un par de errores de interpretación que modificaron el fixture cambiando de grupo a Bolivia y Jamaica en situaciones con tinte de blooper impensado en una ceremonia de tal magnitud.
En síntesis, nos pusieron la chapa, en realidad las chapas que faltaban en la Copa, pero nos borraron de las cabezas de serie y siga el baile, siga el baile, al compás del tamboril.
TE PUEDE INTERESAR: