La salida de La Mañana los miércoles me genera muchas dudas sobre qué tema abordar. En especial eso me sucede cuando, como hoy, hay partidos importantes en el mismo día. La vieja versión diaria de La Mañana desde 1917 hasta finales del siglo pasado hubiese permitido explayarme sobre las reales posibilidades que tiene Peñarol para salir con chance de su viaje a Río para enfrentar al poderoso Botafogo. Pero no, una edición semanal genera que sea muy probable que los lectores lleguen a esta página o a su versión digital con el partido ya jugado.
Por eso es por lo que iré por un tema que no se agota con un simple resultado y es mucho más complejo.
La anécdota del gol de Diego Aguirre en la final de la Copa Libertadores de 1987 marca muchas cosas. Ha contado el hoy director técnico que cuando recibió el balón a los 120 minutos para marcar el tanto del triunfo no estaba esperando un pase, sino que había coordinado con otros compañeros a cuál rival le iba a pegar cada uno para vengarse de situaciones que se habían dado en el partido. O sea, Aguirre hace el gol por su capacidad para definir, por la búsqueda de la victoria del equipo hasta el último minuto, pero también por estar enfocado en pegar una piña y generar un hecho de violencia que arruinaría el festejo colombiano.
¿A qué viene esta historia? A que de acuerdo con el resultado todos buscamos darle una explicación. Me crie escuchando una frase muy elocuente: “La victoria tiene muchos padres, la derrota es huérfana”. Creo que fue el contador Damiani a quien se la escuché, pero tal vez se la haya robado a alguien anterior. Por eso cuando se dan ciertos resultados es muy común que comience el debate sobre quién fue el artífice. Sucede lo mismo con la frenética búsqueda de los culpables de una derrota.
Pero volvamos al tema que quiero plantear. El clásico lo ganaba Nacional con claridad, el Gran Parque Central estaba de fiesta y de pronto hinchas de Nacional, desde la tribuna Abdón Porte comenzaron a tirar bengalas que explotaron cerca de jugadores tricolores. Ello generó que el partido estuviese parado varios minutos y que no fuese suspendido por pedido de la Policía y no porque el árbitro haya aplicado el reglamento. De haberse dado por terminado Nacional hubiese perdido el clásico que estaba a punto de ganar y con ello los 3 puntos claves para la definición del campeonato. Pero lo que no pudo evitar es una sanción que sacará a su club de su cancha para jugar en campos neutrales y sin sus hinchas hasta casi el final del torneo. La sacó barata, pero fue cara igual.
Lo de los hinchas de Peñarol también fue insólito. Previo al partido ante Flamengo hubo una movida para juntar dinero para la compra de bengalas, explosivos y demás. Incluso dirigentes importantes donaron fuertes sumas que se filtraron a la prensa casi como un galardón festejando la gran idea. Es cierto que el recibimiento que realizaron los hinchas en el Campeón del Siglo fue tremendo y las imágenes recorriendo el mundo.
El partido sufrió un atraso de casi 10 minutos por la humareda que se instaló en la cancha y ya todos sabíamos que habría multas grandes. En esta misma copa clubes uruguayos fueron sancionados con 50 mil dólares por entrar unos segundos tarde a la cancha. Algo similar sucedió en la Copa América de Estados Unidos llegando a ser suspendidos Bielsa y algún otro técnico como sanción complementaria.
Peñarol clasificó, eliminó al favorito Flamengo y comenzó el autobombo de que lo habían logrado los hinchas. Nada tenía que ver su DT, el rendimiento de los futbolistas ni la mala labor del derrotado. No, la clasificación fue fruto de una hinchada que canta y alienta como ninguna. Eso se instaló y los jugadores y dirigentes minimizaron las posibles sanciones en medio de un clima de euforia. Dieron a entender que valía la pena pagar multas millonarias a cambio de recibir el premio al más bullanguero…
Lo peor para mí fue lo realizado por muchos colegas que no consiguen decir las cosas como son y no pueden entrevistar sin dejar de elogiar el camino a la sanción sin el más mínimo intento de generar una autocrítica o disculpa por parte de los que se ven obligados desde adentro de los clubes a elogiar lo que les molesta.
En Nacional el presidente Balbi y el candidato y expresidente Decurnex fueron duros en la crítica a la manija de cierto sector que alentó un recibimiento desmedido para opacar lo de Peñarol, que luego se degeneró en un “viva la Pepa” que puede haber sido utilizado para fines de disputas partidarias internas de cara a las elecciones del próximo 14 de diciembre.
En Peñarol llegó la sanción y a los 40 mil dólares del partido anterior ante los bolivianos se deben agregar 200 mil dólares por el encuentro ante los cariocas. Cada partido internacional de Peñarol implica multas, pero no hubo nadie con cordura para avisar que el reglamento indica un crecimiento a veces exponencial de las sanciones.
Peñarol quedó virtualmente a una bengala de ser suspendido por tres partidos con cierre de cancha para la próxima copa. Una fortuna significa eso, además de la imposibilidad de vender entradas o de asistencia de la mayoría pacífica de sus hinchas.
Por cifras menores a los cientos de miles de dólares que a Peñarol le está costando ese aliento bullanguero han dejado ir futbolistas claves en copas anteriores o se perdieron de contratar figuras emergentes. Pero, claro, la dictadura de las redes sociales les impide ser sinceros y deben apañar las malas costumbres.
Yo no confío en la Conmebol. Creo que sus medidas son desmedidas. Lo hacen porque necesitan recaudar para pagarles pasajes en primera, hoteles 7 estrellas y mucho whisky a los dirigentes, que como agradecimiento los votan para que sigan cobrando suculentos salarios en los organismos internacionales. Incluso la propia Conmebol postea con orgullo las bengalas que luego sancionará. Todo vale con tal de recaudar.
No está bien que así sea, pero las reglas no se cambian porque nadie golpea la mesa de quienes los tienen comprados y mientras tanto los clubes siguen tirando dinero en multas, tribunas inhabilitadas y siga el baile, siga el baile.
Si algo sabemos del fútbol uruguayo es que los hinchas no ganan partidos. Fuimos campeones en Maracaná sin hinchas, ganamos 3 copas América en Argentina con apenas 2 mil uruguayos cuando eliminamos a Maradona en el 87 o a Messi en el 2011. Peñarol ganó 3 veces en Maracaná, sin gente en 1982, con 1000 hinchas en el 2019 y con 2000 ahora. Nada comparado con el inmenso estadio carioca repleto.
Peñarol ganó sus 5 Libertadores en el exterior y perdió la final de 1970 de local ante Estudiantes de La Plata. Peñarol fue campeón del mundo en Madrid ante el Real en 1966 y en Japón en el 82. Solamente ante Benfica en 1961 fue ante su gente.
En el Campeón del Siglo dieron la vuelta olímpica Plaza Colonia y Liverpool. En Sudáfrica éramos 2 mil contra 80 mil cuando el Loco la picó.
Todavía recordamos los 30 mil hinchas de River que fueron al mundial de clubes luego de ganarle a Boca en el 2018 para luego ni siquiera llegar a la final. Era la única hinchada presente en ese mundial. El año pasado 40 mil hinchas de Boca llenaron Copacabana y alentaron a su equipo, pero perdieron con Fluminense.
Nada puede demostrar que el griterío garantice triunfos. Soy hincha, viajé por el mundo y festejé hasta enronquecer, pero nunca pensé que lo habíamos ganado los hinchas.
Los rugbistas cantan los himnos nacionales como nadie, pero luego ganan los mismos de siempre y por goleada. La evidencia dice que con o sin hinchadas, con o sin banderas, con o sin bengalas, se puede ganar, empatar o perder en cualquier escenario.
Por ahora vengo viendo pérdida de puntos, sanciones de todo tipo y dirigentes que son rehenes de los violentos y se ven obligados a pagar multas, donar o financiar aventuras y luego callarse la boca de lo que realmente piensan.
Mientras tanto cada vez más la familia ve el fútbol por televisión.
Algún día nos vamos a avivar y recuperaremos las verdadera fiesta del fútbol.
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