Hace años el tema de la violencia en las tribunas y fuera de la cancha viene siendo un problema al que, en mi opinión, no se le ha podido encontrar solución.
Es claro que el tema de la violencia no es de ahora ni es exclusivo del Uruguay, pero es bueno repasar un poco cómo se ha evolucionado o involucionado en ese aspecto.
Voy al fútbol desde mediados de los años 60. Hasta principios de los años 80, ir al fútbol en Uruguay, comparado con nuestros vecinos, era como ir al Teatro Solís.
Los clubes grandes jugaban siempre en el Estadio Centenario, rotándose casi que religiosamente. Uno jugaba el sábado, el otro el domingo y se rotaban hasta que llegaba el clásico. Ese partido, que por lo general todos aceptaban que debía ser en la penúltima o antepenúltima fecha, se jugaba en domingo y luego se seguía con la rotación.
No se estilaba jugar a la misma hora los grandes en caso de que se definiera el campeonato en la última fecha. Durante el torneo uno grande jugaba el sábado y el otro el domingo. Además, se jugaban siempre los partidos de reserva o tercera.
No existía televisación de ningún partido y el que no iba se lo perdía. Excepcionalmente se rumoreaba que, si el clásico agotaba entradas, se permitiría la emisión televisiva, pero nadie quería arriesgar.
La división de hinchadas era impensada y se daba naturalmente, pero sin control. Era espontáneo. Es decir que cuando un grande era locatario, la Tribuna América, que era la más cara, tenía mayor concurrencia del locatario que aprovechaba la entrada gratis o un importante descuento.
Cuando el grande era visitante, la Olímpica era la más poblada y el equipo chico tenía su mayor presencia en la América.
Las tribunas Amsterdam y Colombes tenían menos público que la Olímpica, porque en un país de clase media fuerte, la gente prefería ver el partido desde un lateral y no de atrás del arco.
Desde la inauguración del Centenario en 1930 hasta finales de los años 50, la Colombes estaba más poblada que la Amsterdam y en ella estaban los parciales más bullangueros. Eso comenzó a cambiar en los años 60, tal vez junto con el crecimiento de la ciudad hacia la costa. La mayor parte de los hinchas hasta el inicio de los años 60 vivía y venía al estadio desde el norte de Avenida Italia o desde el oeste de la ciudad.
Más allá de hechos que empañaron y hasta enlutaron algunas jornadas, hay que imaginar lo que eran esos cientos de partidos sin incidentes en los que el hincha de un equipo grande iba a ver al otro y, sentado solo en medio de la Amsterdam o la Olímpica, gritaba un gol del cuadro chico sin que nadie lo molestara. Eso lo vi y lo viví, nadie me lo contó.
Eran épocas, desde 1930 hasta los 80, en las que durante el partido todos estaban sentados, nadie cantaba nada y solamente se gritaban los goles.
Los goles de penal se gritaban menos, salvo en un clásico, pero en otros partidos ni se paraba la gente. Los corner para un grande eran medio gol y el himno nacional cuando se tocaba no lo cantaba nadie, ni hinchas ni jugadores. Pero en los feriados poníamos la bandera de Uruguay, la de Artigas y/o la de los 33 orientales en el balcón o la ventana.
En Buenos Aires la gente cantaba todo el tiempo, veía los partidos parados y divididos por hinchada. La diferente realidad en Uruguay generaba en ellos mucha envidia.
Eso sí, tuve la oportunidad de ver muchos partidos en Argentina y Brasil en esos tiempos y en ningún lugar se gritaba un gol como acá. El Centenario estallaba en mil pedazos.
Pero era solamente los goles. Hasta faltando un minuto para salir campeón, y siempre y cuando el partido estuviese definido, nadie osaba pararse a cantar “Dale campeón”, con música nuestra y jamás imitando a los porteños con la música del himno peronista.
También valía en los clásicos gritar los goles mirando a la cara a los vecinos de fila o los que estaban en la fila atrás, o en el oído del que estaba adelante. Y nada pasaba. Eso sí, cuando te empataban te tenías que bancar la revancha.
Era hermoso, divertido y para eso íbamos al fútbol. Se podía cantar “y llora, y llora…” o “hijos nuestros” al finalizar el partido o al comprobar que la goleada estaba consumada en un clásico.
Insisto. Todos mezclados, sin barreras, sin pulmones, sin guardias. Había sí algunos policías desperdigados por las tribunas porque con su uniforme tenían derecho a entrar gratis a ver el partido. No estaban estrictamente de servicio, pero a nadie se le ocurría contradecirlos o armar un lío delante de ellos. Y no estoy hablando de dictadura solamente, eso era válido en democracia.
Los periodistas de esos tiempos, algunos de los cuales aún están vigentes, reclamaban a viva voz en sus transmisiones radiales que no podía ser que al Uruguay “venía cualquiera, nos hacía cualquier cosa y nadie decía nada”.
Claramente referían a partidos de Libertadores que eran batallas en la cancha, que no tenían casi hinchas extranjeros en las tribunas, y en donde se percibía que los equipos uruguayos ganaban sin ayuda de pedreas a los jueces ni al arquero rival. Pero se enojaban cuando los rivales hacían tiempo, cometían faltas y proponían……agredirlos….
Claro está que no todo era color de rosa. Los clubes uruguayos en Buenos Aires, San Pablo, Asunción, etc., eran muy maltratados y cuando venían a jugar acá algunos hinchas que sabían boxeo algunas veces aparecían curiosamente justo en el túnel de salida del rival y se armaba alguna gresca.
Pero en las tribunas escuchábamos con la radio en el oído y sin auriculares a los periodistas arengarnos a portarnos como los porteños, sin éxito.
El cambio
Pero al final lo lograron. En la Copa de Oro el comportamiento en las calles fue nefasto. Era enero de 1981 cuando hordas de imbéciles atacaron autos con turistas argentinos que venían del puerto rumbo a nuestras playas.
Ni siquiera los líos fueron en el estadio en donde no nos tocó jugar contra Argentina, pero quedó claro que, al ser la final entre Uruguay y Brasil, nos ahorramos un gran lío.
En la década del 80, en dictadura primero y luego en democracia, la tensión interna comenzó a crecer.
Los hinchas más bullangueros encontraban en la Tribuna Ámsterdam el lugar ideal para cantar y saltar imitando a nuestros vecinos. Los clásicos comenzaron a tener una división natural, sin policía ni patovicas, en donde los de Peñarol iban contra la América y los de Nacional contra la Olímpica.
Comenzaron las primeras peleas por colgar banderas, llegándose a acuerdos de hasta dónde colgarlas dependiendo de quién llevó más gente ese día.
Pero comenzaron los robos de banderas, los líos más seguidos y finalmente se decidió separar Ámsterdam y Colombes para cada uno durante varios años. El local iba a la Ámsterdam. Pero luego se le dio definitivo a Peñarol esa tribuna y a Nacional la Colombes.
La locura llegó a la Olímpica, primero con pulmones y a veces con tribuna completa solamente para el local.
El nacimiento del Campeón del Siglo y el crecimiento del Gran Parque Central golpearon nuevamente nuestra autoestima de creernos diferentes y más civilizados cuando vimos que los operativos son gigantescos, complicados, incómodos e ineficientes. Ineficientes porque lo que se evita en la cancha se materializa en una plaza, una avenida o una calle cualquiera.
Fuimos derrotados por los violentos. Los distintos ministerios del Interior de las últimas décadas no pudieron hacer más que retroceder.
Hoy los violentos deciden qué día se juega, a qué hora, en qué cancha, con qué tribunas habilitadas y qué hinchadas pueden asistir.
Cada posible solución ensayada solamente demostró que hubo que ceder más y nos avergüenza como sociedad.
Para entender algunos temas los cuento acá. No se respeta la prohibición de cánticos ofensivos, no se respeta la prohibición de banderas sin frases que puedan interpretarse o malinterpretarse… no se respetan las escaleras, se dejaron dos sectores en Ámsterdam y Colombes sin asientos para que los ¿violentos? puedan saltar y cantar. O sea, terminan siendo los dueños de la comodidad perdida por las familias uruguayas para ir unidas a ver un partido de fútbol.
No queda otra. El próximo clásico se jugará con una sola hinchada en el estadio de Peñarol o con las dos hinchadas en el Centenario en fecha a confirmar porque no hay cupo en la fecha prevista. Todo por culpa de los violentos.
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