No es lo mismo ganar que perder. Por supuesto que no. Hasta que no se cambien las reglas básicas del fútbol, los partidos los ganan los que hacen más goles, los campeonatos los que logran más puntos… y las copas las computan solamente los campeones.
En un fútbol que se enorgullece de lucir cuatro estrellas mundiales en la camiseta de la selección, que guarda 15 copas de América en sus vitrinas, que ganó la única Copa de Campeones del Mundo (Copa de Oro) y tiene a los dos clubes que antes que nadie fueron tricampeones mundiales entre tantos otros logros, parece innecesario tener que explicar que no es lo mismo ganar que perder o, mejor dicho, NO ES LO MISMO SALIR CAMPEÓN QUE VICE.
Dicho esto, nadie puede decir que la campaña de la sub-20 celeste no haya tenido ribetes excepcionales.
Jugaron nueve partidos y ganaron siete. De esos juegos nada menos que cuatro se ganaron en los últimos 12 minutos con todo ese componente típico de la épica uruguaya.
Con 19 goles a favor y apenas 4 en contra, llegó a la noche de la final con Brasil. El empate favorecía a Uruguay porque tenía 2 puntos más en la tabla. Las clasificaciones al Mundial y al Panamericano se habían logrado hacía una semana. Tres futbolistas con 5 goles estaban entre los goleadores del torneo, como los Rodríguez Luciano y Alvaro además del capitán Fabricio Díaz.
Su DT, Marcelo Broli, ya había ganado hace un año la Libertadores sub-20 dirigiendo a Peñarol y su ayudante Diego “Ruso” Pérez es ídolo de los que hoy defendieron la gloriosa casaquilla color cielo.
Todo estaba dado para concretar el noveno lauro sudamericano en esta categoría. El rival, obligado a ganar, era nada menos que Brasil.
Brasil es el país del fútbol a nivel mundial, en cualquier categoría siempre es favorito, aunque no siempre gane.
Un partido peleado
El primer tiempo fue positivo, dominó Uruguay, buscó el partido, llegó más veces, faltó poco para el gol y maniató a un rival que no generó nada y pareció dormido.
Pero se despertó. Los primeros 20 minutos fueron tremendos a favor de los brasileños. Una pelota en el palo, alguna tapada de Randall y algo de poca fortuna permitió alargar el 0.
Luego de los 25 minutos de la segunda parte el partido se emparejó y a la desesperación norteña nuestra juvenil respondió con contragolpes y remates que pudieron terminar en gol. Fue de ida y vuelta durante 15 minutos.
Atrás quedaba el primer tiempo en donde la impotencia brasileña los llevó a cometer faltas violentas que debieron costarle una roja seguro y tal vez dos. Pero nada de eso ocurrió. Se los dejó pegar y fueron minando el estado físico de los nuestros entre la altura y los golpes impunes.
Faltaban apenas cinco minutos cuando llegó el gol que todo cambió. Incluso una doble amarilla no sancionada luego del gol le permitió al campeón jugar con 11 los 12 minutos finales que incluían los descuentos. Era mucho tiempo y Uruguay se desesperó generando lo que luego pasó. Un segundo gol sin nadie en el arco, típico de gol en la hora en partido en donde el que va perdiendo echa el resto.
La opinión
No comparto algunas expresiones, no de los botijas ni de su entorno, sino de parte del público y de los colegas.
Una de las expresiones que más me irrita es el “nada que reprochar”. No es que crea que haya algo que reprochar. Pero me parece una sobreprotección innecesaria que no ayuda a crecer.
Algunos dicen que no podemos pedirles a chicos de 18 o 19 años que hagan los que no pudieron hacer los mayores en el último Mundial. No tiene nada que ver por varias razones. En primer lugar, no es lo mismo un Mundial de mayores que un Sudamericano juvenil. En segundo lugar, los rivales también tienen 18 y 19 años, no es excusa.
¿Acaso estoy proponiendo la crítica feroz? Para nada. Ni “nada que reprochar” ni “algo para reprochar”. Simplemente ir a “llorar al cuartito” y digerir una derrota dolorosa que debe ayudar para aprender.
Es un gran mérito todo lo hecho. Uruguay ganó siete partidos, empató solamente cuando puso todos los suplentes y perdió apenas el último partido cuando fue campeón hasta los 85 minutos.
Se fueron llorando desconsolados, algunos reaccionaron ante la provocación típica de los brasileños pizarreros. Pero propongo dejar que lloren.
No me sumo al reclamo de perdonar una derrota en la hora ni a una consagración “moral” de campeón sin corona.
Soy de la época en que Argentina no conseguía ser campeón mundial a pesar de sus grandes futbolistas mientras Uruguay tenía cuatro títulos mundiales en su haber. En esa época nos burlábamos de los “campeones morales” porque así los calificaba la prensa porteña en muchos casos, como en Ámsterdam 1928, la Copa de 1930 e incluso en varios sudamericanos en que perdían ante el asombro de los pronosticadores.
Por lo tanto, no acepto victorias morales. No me gustan. Tampoco dejo que impunemente se inventen estadísticas negativas realizadas por quienes no estudian y ni siquiera leen.
Por ejemplo, fue común el lunes escuchar “jugamos como nunca y perdimos como siempre” o que “Brasil siempre nos gana”.
Es falso, y para demostrarlo van dos ejemplos. El primero tiene que ver con Sudamericanos sub-20 que es de lo que estamos debatiendo. Los últimos cinco partidos ante Brasil habían terminado con cuatro victorias uruguayas y un empate. ¿Cómo es posible que se diga que nos ganan siempre?
El segundo ejemplo es en mayores. De las últimas cuatro copas del mundo, el mejor de América fue siempre un rioplatense. En Sudáfrica 2010, Uruguay en semifinales, en Brasil 2014 Argentina en la final, en Rusia 2018 Uruguay en quinto lugar y en Catar 2022 Argentina campeón. Brasil atrás.
¿En qué nos basamos para pegarle en el piso a quienes son circunstancialmente derrotados para endilgarles la continuidad de una racha negativa mentirosa?
Por lo tanto resumo mi opinión:
1) No es lo mismo ganar que perder.
2) Está bien que lloren.
3) No es verdad que siempre perdemos con Brasil.
Y lo más importante: EN MAYO HABRÁ REVANCHA EN UNA COPA DEL MUNDO.
Y si algo sabemos todos es que en el fútbol como en la vida SIEMPRE HAY REVANCHA.
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