Escribiré mirando la foto para contarles quiénes están allí. Cada uno de ellos merece un libro entero, pero apelaré a mi poder de síntesis para que las nuevas generaciones entiendan el valor y los veteranos hagan trabajar su memoria para reclamarme un millón de olvidos o referencias que no entrarán en esta página de hoy.
José Rosauro Cabrera fue el único extranjero del Nacional campeón uruguayo, de América y del mundo de 1980. Hasta ese momento las copas ganadas a nivel internacional por los clubes uruguayos habían tenido un aporte importante de futbolistas de primer nivel de Sudamérica.
Peñarol del 60, 61 y 66 tuvo al brasileño Salvador, el argentino Juan Eduardo Hohberg, el peruano Juan Joya, el ecuatoriano Alberto Spencer, el paraguayo Juan Vicente Lezcano y más hacia 1969, en la Supercopa, se agregaron el chileno Elías Ricardo Figueroa y Ermindo Ronco Onega. En Nacional del 71 brillaron el brasileño Manga en el arco, el argentino Luis Artime como goleador, el catamarqueño Palito Mameli y el chileno Nacho Prieto. Los que vivimos esa época sabemos que todos los nombrados eran titulares en sus selecciones, mundialistas cuando sus países clasificaron y en algunos casos como el de Artime era en ese momento el mayor goleador de la historia de la selección argentina.
A la inclusión de dos o tres extranjeros por formación, habría que agregarle que los siete u ocho restantes eran futbolistas mundialistas de selección uruguaya en épocas en donde solamente clasificaban tres países por Conmebol. O sea que no cualquiera era mundialista.
Así se armaron los equipos gloriosos de nuestros grandes para competir a primer nivel. Por eso cuando en 1980 apareció un argentino poco conocido en su país, que alternaba en el equipo titular, dejó la sensación de haber sido la primera copa ganada exclusivamente con jugadores nativos.
Más allá de todo siempre me costó denominar extranjeros a los argentinos, cosa que les pasa también a ellos con nosotros. En fútbol, como en otros órdenes de la vida, los uruguayos y argentinos parecen fusionarse en una raza especial denominada “rioplatense” que ha dado decenas de cracks a lo largo de 120 años y amistades o hermandades indestructibles como las que hoy ostentan Suárez y Messi.
Lo cierto es que Rosauro o el Porteño para sus compañeros, fue un gran jugador, era mediocampista con buen pie, ofensivo, y se quedó a vivir en Uruguay, por lo que es uno más de los nuestros.
Carlos Curbelo fue un jugador de Cerro que muy joven se fue a Francia. Allí se convirtió en un zaguero de excepción en el Nancy, lo que llevó a que lo nacionalizaran primero y lo convocaran a la selección francesa después para acompañar a futbolistas de la talla de Michel Platini. Era la generación que ganaría la Eurocopa de 1984 por primera vez para un fútbol grande pero sin títulos importantes. Curbelo llegó a jugar dos amistosos con Francia hasta que en un mundo sin internet se enteraron de que había defendido a Uruguay en un preolímpico allá por 1971. Sin reglamentos claros y con alguna duda al respecto, los franceses no se animaron a arriesgar y no pudo afianzarse en la Bleue, donde era titular indiscutido.
Leonardo Rumbo no es de lo más destacados exfutbolistas de la foto, pero siguió su carrera como DT y como gerente deportivo, demostrando su olfato, su valía como conocedor de los secretos del fútbol desde todos los ámbitos. Además, su presencia en el grupo de la foto es clave por su don de gente.
Juan Carlos Blanco sigue trabajando en Nacional, fue homenajeado hace unos días con la denominación con su nombre a la concentración de la ciudad deportiva tricolor. Fue un futbolista nacido en Dolores que llegó a Nacional y se insertó en un equipo que se recitaba de memoria. Manga, Ancheta y Masnik, Ubiña, Montero y Mugica, Cubilla, Maneiro, Artime Espárrago y Morales. Sin embargo, los avatares del destino, su propia capacidad y un nivel de adaptación a todos los puestos del campo, le llevó a ser un polifuncional que le tocó estar en todas las grandes instancias de su época en el equipo titular. Aparece en casi todas las fotos. Sustituyó a Ubiña en casi toda la Libertadores por lesión del capitán, participó en la serie record de clásicos invicto en toda la historia entre 1971 y 1974, llegando a 16 sin conocer la derrota. Se fue del país y al retornar en 1980 hizo pareja de back con Hugo de León como antes lo había hecho con Ancheta o Masnik y se consagró campeón de América y del mundo por segunda vez junto a sus amigos Espárrago, Cascarilla Morales y el novel DT Juan Martín Mugica. Su hijo Leonardo hoy trabaja en AUF en la coordinación deportiva.
El caso de Ruben Paz es increíble. Llegó de Artigas con Venancio Ramos, Mario Saralegui y Manuel Anzorena. Con los dos primeros se consagró campeón sudamericano sub-20 en 1977 sin haber debutado en Peñarol. Fue el mejor jugador de la Copa de Oro de 1980-81 cuando la celeste se quedara con el primer y único campeonato de campeones del mundo organizado por la FIFA en nuestro país. Comenzó como puntero izquierdo, pero pronto se hizo 10 y era el mejor de Uruguay hasta que en 1982 se fue al Inter de Porto Alegre, en donde se transformó en el mejor en su puesto en el país de Pelé, Rivelino y tantos otros. Cuando luego de un pasaje por Francia pasó a Racing de Avellaneda se consagró como el mejor 10 en el país de Maradona, Bochini, Alonso y muchos más.
El Puchero Piazza fue un lateral izquierdo que jugó en Racing de Sayago y en Nacional entre otros. Llevado por Cubilla al Olimpia de Asunción, encontró su consagración coronándose campeón de América y del mundo en 1979. Fue parte de la primera consagración continental de un club de un país que no fuese Uruguay, Argentina o Brasil. Como técnico dirigió muchos equipos en Uruguay, Perú, Paraguay y aún hoy dirige la escuela de fútbol de su querido Racing. Justamente el club que se conoce como La Escuelita.
Hebert Revetria apareció como un 9 goleador en las juveniles de Nacional y pronto fue apodado Artimito, lo que era un elogio descomunal para él. Brilló en Nacional y fue ídolo en Cruzeiro de Belo Horizonte, en épocas en que en Brasil estaban los mejores del mundo. Paseó sus goles también por Colombia, México y Chile. Con la celeste juvenil fue campeón sudamericano en 1975 y fue goleador en dos torneos sub-20 consecutivos (74 y 75), marcando un récord solamente superado en goles por el gran Ronaldo décadas después.
Héctor Resola de su querido Racing fue a Francia, en donde hizo parte de su vida deportiva y familiar. Fue un embajador uruguayo para los uruguayos que llegaban a París, al igual que Carlos Curbelo. Es el organizador desde hace décadas de estas reuniones llenas de fútbol, amistad, cariño, debate, risas y abrazos de gol en el club Naútico todos los jueves. Ahora es un embajador de Francia en Uruguay. Así es Resola. Todo corazón.
Walter Corbo fue el golero que llegó a Peñarol después de Mazurkiewicz. No era nada fácil, pero fue, se afianzó y logró el tricampeonato uruguayo con Hugo Bagnulo como DT, Walter Olivera como capitán y Fernando Morena como goleador. Brilló en Gremio en épocas de gloria del fútbol brasileño. Dejó huellas imborrables en su Racing de Sayago, junto a su hermano Ruben Romeo como puntero izquierdo. Fueron rivales cuando pasó a Peñarol y luego compañeros. San Lorenzo también lo tuvo en su valla.
No está en la foto porque se me fue un rato antes, pero Pablo Forlán también estuvo. Un crack de los años 60 del Peñarol campeón de todo y de los 70 en Sao Paulo, al que llegó para cambiar la historia del fútbol paulista y brasileño poniendo a su club en lo más alto junto a su amigo Pedro Rocha. Es el yerno de Juan Carlos Corazzo, que es el único DT uruguayo dos veces campeón de América con la Celeste, y padre de Diego y Pablito Forlán, que continuaron la dinastía familiar. Los hinchas de Peñarol jamás olvidan sus subidas por el lateral derecho para depositar el centro en los salvadores cabezazos de Spencer y Joya para ser campeones de América y del mundo. Ser titular en el Peñarol de los dioses no era para cualquiera y fue mundialista dos veces.
Todos ellos se juntaron para festejar los 70 años de Carlos Curbelo y los 75 de Walter Corbo.
Fue un jueves más y no fue un jueves más, porque siempre aprendemos algo nuevo escuchándolos a ellos. Un privilegio que hoy quise compartir.
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