De los 55 jugadores que están en la lista, hay 20 que ya están prontos para entrenar a las órdenes de Diego Alonso. Son todos futbolistas que juegan en América, desde Estados Unidos hasta Argentina, pasando obviamente por Uruguay. Solamente sigue la actividad en Brasil y Paraguay. Por otro lado, en Europa, a la mayoría le queda entre tres y cuatro partidos más hasta el 14 de noviembre, fecha límite para la entrega de la lista final a la FIFA.
Por un lado, angustian esos partidos ya que cada día que pasa se producen lesiones y esas situaciones pueden dejar a alguien fuera de un Mundial. También es cierto que entrenando en el Complejo Celeste se pueden producir lesiones, como lo sucedido con el zaguero Sebastián Cáceres.
De todas maneras, quiero detenerme en el caso del futbolista número uno de nuestro fútbol. Si bien hoy a nivel mundial el jugador más importante o más valioso en su cotización es Federico Valverde, el número uno de nuestro fútbol es indudablemente Luis Suárez.
Luis Suárez viene de años con ritmo de montaña rusa y con 35 años en su cédula de identidad. En el primer semestre de 2020 se fue mal del Barcelona de Koeman. En la Liga Española 20-21 hizo un campañón y sus goles llevaron al Atlético Madrid al campeonato. Pero en su segunda temporada bajo la dirección técnica de Simeone ya nada fue igual. Tanto que comenzó a salir cada vez antes, luego a entrar cada vez más tarde, hasta ni entrar. El fin de su contrato a mitad de 2022 lo trajo a Nacional.
Debo confesar que me llenaba de dudas. Sus actuaciones en el primer semestre en España fueron escasas y no habían sido buenas. La clasificación al Mundial si bien tuvo en Lucho un gol decisivo en Paraguay, fue con algunos goles de penal, uno de tiro libre con el partido perdido y apenas el gol a Paraguay como gol de cancha.
Obviamente el nivel futbolístico del campeonato uruguayo es inferior al español. Pero con 35 años y poca actividad, con algunos problemas físicos recurrentes, a mí me daba para mirar de reojo lo que podía pasar.
La parte humana corría un grave riesgo, si fracasaba y lo criticaban despiadadamente como suele suceder. Luis Suárez vino porque se embretó a sí mismo cuando declaró públicamente que no iría a River y que le dolía que Nacional no lo llamara. Lo que vino después lo conocemos todos. La presión de la hinchada, la ilusión de medio país que es del cuál proviene Suárez y la gran gestión del presidente de Nacional, José Fuentes –tomándose un avión sin avisar para tocar timbre en la casa de Lucho en Madrid un día antes de su regreso a Barcelona– hizo el resto.
Al crack, al goleador de toda la historia de la camiseta celeste, al mejor 9 de la gloriosa historia uruguaya según nada menos que el periodista Juan Angel Miraglia cuando cumplía 100 años de vida y los vio a casi todos, al mejor 9 del mundo durante los últimos 10 o 15 años, según expertos de todas partes, le importa el qué dirán.
Todos los millones que con talento, sacrificio y justicia ha ganado no le dieron un escudo para que la presión de la gente le resbalara. Y ahí comenzó otra historia. Su contrato de tres meses estaba firmado. El tema pasaba ahora a lo futbolístico.
¿Qué podía pasar? ¿Acaso estos tres meses servirían para jugar 15 partidos y dejarlo pronto para el Mundial? ¿O quedaría al desnudo un Suárez en decadencia, acabado, con lesiones, sin ritmo y sin gol?
Cuando bajó del avión fue directo en caravana multitudinaria a un Gran Parque Central repleto que lo esperaba de fiesta para rendirle tributo. Tomó el micrófono en la mitad de la cancha. Antes el goleador del equipo, el argentino Gigliotti, le entregó su número 9. El capitán Rochet no le dio el brazalete pero le dio la bienvenida. Y ahí sí usó el micrófono. El botija salteño que había llegado al baby fútbol capitalino para llegar al infantil tricolor a finales de los 90, hasta debutar en la séptima división en el 2000, se dirigía a su pueblo enfervorizado para contarle lo que venía a hacer.
Habían pasado más de 28 años de su llegada de su ciudad natal a Montevideo. Muchos años y muchos millones después, siendo una figura mundial, prometió una cosa. Dijo: “Vengo a ser campeón de todo, y ganaremos la Copa Uruguay, la Sudamericana, el Clausura y el Uruguayo”.
El tema fue que al día siguiente de bajar del avión ya estaba jugando. Prometió ganar cuatro copas y al perder las dos primeras comenzó por parte de la otra vereda del fútbol, la “gastada” sobre que podría no ganar nada.
Pero analicemos la situación con frialdad. Había llegado el 31 de julio, no jugaba al fútbol profesional hacía dos meses y medio. El 2 de agosto Nacional recibió al Atlético Goianense por la Sudamericana. Si bien mereció ganar, iba perdiendo 1 a 0 de local cuando Repetto hizo entrar a Suárez por Fagundez a 15 minutos del final. No se puede decir que lo perdió él. Mucho menos si tomamos en cuenta que una semana después, en la revancha en Brasil, entró para el segundo tiempo. Estaba Nacional perdiendo sin levante 2 a 0, el global era 3 a 0. Imposible darlo vuelta. No es razonable calificar la Sudamericana como una copa que perdió, en términos futbolísticos ni siquiera la jugó. Estuvo siempre perdida.
La Copa Uruguay tampoco es justo imputársela. No la jugó literalmente. Nacional perdió con Rampla sin los titulares, o sea sin nuestro protagonista.
Luego jugó todo el Clausura, casi siempre de titular. Incluyendo en la final hizo ocho goles. Los cinco primeros fueron cuatro de zurda, su pierna “inhábil” y uno de cabeza. Incluso tuvo un penal y se lo atajaron en su debut ante Rentistas en el Clausura. Sus últimos tres goles fueron de derecha.
Sus goles fueron casi siempre claves, con remates de fuera del área, aún de zurda, que conmovieron por su potencia y precisión. El golazo clásico, de izquierda y desde afuera del área fue la primera frutilla de la torta. Además, la victoria clásica fue aplastante y generó euforia y delirio.
La segunda frutilla fueron los dos goles en la final ante Liverpool. Si bien a lo largo del Clausura se mostró también como un buen asistente y habilitó con precisión para goles que fueron y para otros desperdiciados, pero se mostró más jugador que empedernido goleador como lo fue cuando brilló en Holanda, Inglaterra, España y obviamente con la Celeste.
Pero volvamos a la segunda frutilla. El primer gol fue en modo Suárez. Pudo ser uno de sus goles en Sudáfrica 2010, o en la Copa América ganada en 2011 en Argentina, o en Brasil 2014 e incluso en Rusia 2018. Fue un gol típico de Suárez a nivel de Copa del Mundo, o de Liverpool, Ayax, Barcelona, Atlético, el que sea.
Lo hizo a los 35 años para abrir el score en la final. Se lo fabricó a sí mismo, perforó la defensa rival y cuando tuvo el tiro lo hizo inclinando su cuerpo y colocándola contra el palo cuando podía pensarse que se podía perder afuera. Más tarde y con el partido 1 a 1, en el alargue, bajo lluvia torrencial, en un Centenario repleto, apareció el verdugo del área, definiendo como un goleador, un pescador.
Si hubiese vuelto en 2014 o 2015 a esta liga nuestra, donde los mejores se van con menos de 20 años –como se fue él– y vuelven cuando se arriman a los 40, seguramente hubiese marcado en sus 16 partidos no completos, más de 25 goles, quizás 30. Pero con 35 años, casi sin jugar durante el 2022 antes de llegar acá, con una rodilla intervenida unas semanas antes por los dolores que lo tienen a maltraer hace años, vino, hizo los goles claves, se quedó con el clásico, el Clausura y la Copa Uruguaya número 49 para su querido Nacional.
¿La verdad? Creí que todo esto era posible pero poco probable. Y lo hizo. Es un crack. En el último partido algunos sensibles espectadores le criticaron cuando reclamó airadamente ante una jugada en que Fagundez no se la pasó cuando estaba solo para el gol.
Tenía razón Suárez, dijo que sería campeón y lo fue. Tenía razón Suárez, le reclamó a ese gran jugador que es Fagundez porque debió pasársela.
Quienes se asustan por esas reacciones seguro nunca jugaron al fútbol o van poco a verlo. Es normal. Y si Suárez, con 35 años, con el futuro de sus bisnietos asegurado, viniese a Nacional y no se enojara porque no se la pasan para hacer un gol, me habría defraudado.
Suárez se transformó en el crack que es porque es así. Capaz de morder tres veces, inmolarse en un penal que errarían los ghaneses, volver de una operación en la rodilla en 20 días para hacerle dos goles a los ingleses en un Mundial o calentarse como un niño inexperto y amateur porque no se la pasan cuando se la tienen que pasar.
SÚAREZ GENIO Y FIGURA, hace rato está en el Olimpo de los cracks.
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