Le toca el turno a Darío Rodríguez. Si ganaba Peñarol con Juan Manuel Olivera como técnico interino, quedaba un tiempo más. Pero el empate revivió la chance de Darío y descartó locas pasiones de argentinos que cobrarían mucho y no asegurarían nada.
La crueldad del fútbol es determinante. Lo que vive Peñarol últimamente es un claro ejemplo, pero no es el único.
Recuerdo críticas durísimas cuando Fernando Morena fue DT de Peñarol en 1988, sustituyendo al Maestro Tabárez que había ganado la Copa Libertadores.
Era y sigue siendo imposible comparar a Morena con Tabárez en cuanto a los que significan en la historia de Peñarol. Pero el exitismo llevó a colocar al Maestro, con justicia, en el Olimpo de los grandes campeones y al gran ídolo lo rebajó a una salida casi por la puerta trasera al no poder lograr una buena campaña cuando la vara había quedado tan alta.
Grandes héroes del fútbol uruguayo han sido tratados o destratados con extrema virulencia, como por ejemplo Juan Eduardo Hohberg. El cordobés nacionalizado uruguayo fue una de las más grandes figuras de Peñarol en toda la historia y su pasaje por la selección uruguaya como futbolista quedó inmortalizada cuando anotó 2 goles ante los húngaros en dramática semifinal en la Copa del Mundo de Suiza 1954, llegando incluso a sufrir un paro cardíaco en el festejo del agónico empate, a pesar de lo cual siguió jugando luego.
Años después Hohberg dirigió a la selección uruguaya en la Copa del Mundo de México 1970, y a pesar de perder por lesión a la mejor figura, Pedro Virgilio Rocha, a los ocho minutos del primer partido logró clasificar a semifinales y caer recién ante el Brasil de Pelé con el agravante de un vergonzoso cambio de sede decretado por FIFA que perjudicó a nuestro combinado.
Cuando llegaron las eliminatorias para Argentina 1978, otra vez fue llamado como DT el argentino Hohberg, ya más uruguayo que nunca, y una ominosa eliminación ante Venezuela y Bolivia despertó la ira de los hinchas y la despiadada crítica de la prensa del momento, que no escatimó en destrozarlo a pesar de tratarse de quien se trataba. No se le perdonó el empate con Venezuela en Caracas, ya que perder en La Paz nunca fue sorpresa.
Siguiendo esa línea existen muchos más casos de futbolistas que hasta fueron campeones de América y del Mundo con los grandes y devenidos en técnicos fueron duramente censurados por los hinchas y el periodismo. Incluso hace poco no le dieron ni tiempo a Diego Forlán para quitarle la confianza rápidamente.
Lo que sufre hoy Pablo Bengoechea, ya no como técnico sino como gerente deportivo, supera todo lo anterior en cuanto a la violencia verbal y las agresiones con piedras tiradas a distancia.
No voy a discutir la pertinencia del enojo con el riverense por su labor como asesor en materia de incorporaciones, solamente quiero dejar constancia de mi perplejidad por la magnitud a la que está llegando esa protesta.
Lamentablemente la forma de queja ha variado hoy en día, pero es difícil discernir entre el hincha decepcionado y el barra brava organizado al cual muchas veces lo mueven otros intereses.
Cuando vemos esas reacciones destempladas (insisto que no estoy sugiriendo que Bengoechea no haya cometido errores que merezcan el malestar del hincha), debemos analizar diversos factores.
Ha pasado, no digo que este sea caso, que futbolistas, técnicos y funcionarios han sido en algún momento acosados con insultos, silbidos y pancartas disfrazadas del “dolor del hincha” por temas como negativas a colaborar con dinero para viajes, regalar camisetas, permitir injerencias de distinta índole. Cuando el protagonista le da la espalda a ese tipo de pedidos, tiene que ganar todo para que no aparezcan reprobaciones que pueden no ser del todo sinceras, sino que responden a otro tema.
En este caso que vive Peñarol hay hechos que son claros. Hay elecciones a fin de año y es natural que grupos opositores a la conducción de Ruglio aprovechen la circunstancia para marcar sus diferencias y atraer a posibles votantes.
Pero los hechos son los hechos y en la balanza del hincha de verdad, el que no busca ningún beneficio personal ni pretende postularse a ningún cargo, no se digiere lo hecho por el equipo en la Copa Sudamericana.
Para un club que se jacta de ser el campeón sudamericano del siglo XX, el siglo XXI ha sido nefasto en materia internacional.
La final de la Libertadores 2011 y la semifinal de la Supercopa 2021 aparecen como islas dentro una sucesión de eliminaciones humillantes, derrotas dolorosas y records negativos que sacaron a Peñarol del primer lugar de la tabla histórica de puntos y lo ponen en una espantosa situación en lo que va de esta centuria.
Peñarol sabe muy bien que si hubiese billetera de jeque árabe podría pedir a Haaland o Mbappé; o pedir que vuelvan Darwin Nuñez, Valverde o alguna estrella sudamericana. Pero sabedores de la realidad terminan transando con los tesoreros de los clubes y apuestan a uruguayos ya veteranos o que vienen de lesiones, que pueden venir por seis meses o algún tema familiar los acerca por un ratito al país.
Nada planificado y si aparece un joven que hace tres goles seguidos se va y no vuelve por 10 o 15 años.
Así es que los pedidos de los DT casi nunca pueden ser satisfechos de verdad, y los coordinadores terminan avalando supuestas soluciones con bajo porcentaje de posibilidades de acierto.
Volviendo al tema Bengoechea y también Arias, Peñarol trajo a Coelho después de un gran año en Nacional, que no estuvo a la altura inesperadamente. Sebastián Rodríguez parece ser de lo mejor que vino, Cristóforo a medias, Arezo que arrancó a lo Morena y se apagó en su capacidad goleadora podrían ser los casos en donde la responsabilidad de quienes los avalaron es menor.
Abel Hernández, Diego Rolán y Carlos Sánchez con continuas lesiones que no permiten que jueguen con asiduidad podrían ser imputables a un inadecuado análisis previo. Tampoco Lucas Hernández parece estar físicamente apto para lucirse.
Para ganar el Apertura, sobró; para seguir primero en la Anual alcanza; para estar en la definición del uruguayo a un partido de ser campeón, también.
Pero el hincha de Peñarol sigue teniendo mentalidad acorde con el nombre de su estadio, sabe de copas, hazañas y páginas de gloria demasiado como para conformarse con lo sucedido en la última década como mínimo.
Igualmente, los resultados en las cinco derrotas consecutivas en la Sudamericana ante rivales accesibles, con goleadas de local y visitante, hicieron que el clima sea irrespirable.
Todo eso lleva a que nuevamente gane la crueldad del resultado a todo lo demás. Y es ahí que hasta aquél que escribió algunas de las páginas más gloriosas y tiene un monumento en Los Aromos hecho por la propia hinchada, reciba demostraciones de reprobación que a muchos debería sorprender.
Así es el fútbol, el que gana tiene razón y el que pierde será insultado. Darío lo sabe.
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