Siempre tuvo una fuerte inclinación por la economía, pero prefirió estudiar sociología porque no le convencía la forma en la que las ciencias económicas se enseñaban en Chile, su país de origen. Más tarde se volcó a la ciencia política. Posee una destacada trayectoria académica y actualmente es profesor en la Universidad Diego Portales e investigador del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, ambos situados en el país andino. En diálogo con La Mañana, Madariaga repasó su carrera y habló sobre los procesos que llevaron a Chile a la realidad que vive hoy.
¿Por qué eligió la sociología para su carrera de grado?
Partí estudiando sociología, aunque me interesaba mucho la economía, pero, por cómo esta última se enseña en Chile, donde se volvió muy técnica, muy desanclada de los procesos reales e históricos, no me interesaba estudiar eso. Quería entender la economía, lo que intentan los países para dar un salto al desarrollo, pero no necesariamente a través de la ciencia económica.
Entonces, me pareció que la sociología ofrecía un panorama más amplio, que permitía complejizar un poco más las relaciones sociales, históricas, las estructuras, y poner en tensión algunos argumentos que en la economía no se cuestionan. Lo que pasó fue que después la sociología también me quedó corta y me pasé a la ciencia política.
De hecho, tiene un máster en Ciencias Políticas de la Universidad Centroeuropea en Budapest (Hungría), donde obtuvo la máxima distinción. ¿Cómo fue a parar a ese lugar?
Estaba buscando cosas alternativas, porque en ese momento estudiar un máster en Chile se quedaba muy en lo micro, en las variables culturales, y apareció este programa con muy buenos profesores de talla internacional de economía política comparada, que es una subdisciplina de la ciencia política.
Yo siempre había asociado la ciencia política a algo bien técnico, dedicado a entender la técnica legislativa y la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo. Aprendí que en Europa y en Estados Unidos había una rama de la ciencia política que se denominaba economía política –como antiguamente se le llamaba a la economía- que en el fondo permitía poner en tensión aquellas cosas que a mí me interesaban: las relaciones entre economía y política, relaciones sociales, estructura, poder, que es lo que uno ve en la trayectoria histórica.
Después, uno va ahí y está en el centro de Europa, en una ciudad muy cosmopolita, con muchas conexiones con el oeste. Además, me parecía fascinante conocer el mundo de Europa del este. Con el tiempo te vas dando cuenta de que se dio un proceso muy similar con los países latinoamericanos y tienen una especie de complejo parecido en términos de buscar su lugar en la economía mundial, de intentar el desarrollo con tremendos desafíos de inclusión social, representación política, estructura de las instituciones. Y eso lo hacía aún más atractivo.
Finalmente hizo un doctorado en Economía Política en la Universidad de Colonia y el Instituto Max Planck para el Estudio de Sociedades, en Alemania, donde se graduó con los más altos honores. ¿Qué lo llevó a ese país?
En esa institución funciona una escuela doctoral; no da un grado académico, pero sí la universidad con la que está asociada. Es un instituto especial que ideó Planck de investigación de ciencias básicas, donde el Estado alemán y la Unión Europea ponen mucho dinero para que se puedan desarrollar programas de investigación.
Desde su fundación ha estado buscando y haciendo aportes para entender la economía como un ámbito implicado con lo social, político e institucional. Es un lugar referente a nivel mundial para comprender las tensiones entre la democracia y el capitalismo, que engloban también intereses investigativos.
¿Cómo empezó su carrera docente?
Después de hacer el doctorado estuve en México dos años debido al trabajo de mi esposa. Luego volví a Chile, y desde hace menos de un año estoy dando clases en la Universidad Diego Portales. Siempre he estado ligado a enseñar políticas públicas, pero cuando puedo hacer economía política, lo hago. Por suerte, cada vez más los programas de ciencias políticas tienen economía política, no así los de economía ni los de sociología.
¿Cuál es la importancia de la formación en esas áreas?
Te da una visión mucho más completa que te permite entender la complejidad de los fenómenos actuales. Hoy en día es muy difícil comprender esta realidad tan cambiante y compleja si se parte solo de un conjunto de premisas.
También es investigador asociado del Instituto Max Planck para el Estudio de Sociedades y del Centro de Estudios de Cohesión y Conflicto Social. ¿En qué proyectos están trabajando actualmente?
El Centro de Estudios de Cohesión y Conflicto Social es un proyecto muy grande acá en Chile, con mucho dinero, donde el Estado está empezando a invertir en áreas prioritarias, lo cual es extraño. Hace algunos años se comenzó a asumir que el Estado tenía que acelerar la investigación porque había problemas acuciantes que necesitábamos comprender mejor.
Yo estoy llevando adelante un proyecto sobre los fundamentos institucionales del capitalismo y su relación con la democracia, es decir, de qué manera este binomio capitalismo-democracia, que desde hace tanto tiempo nos ha acompañado para bien o para mal, se va mutuamente reforzando y repeliendo, para entender esa dinámica y lo que se viene en el futuro, producto de todas estas transformaciones.
Y, justamente, Max Planck conversa mucho con eso, en un proyecto que postulamos en esa línea para generar cooperación entre Alemania y Chile. Las transformaciones actuales dentro de este ámbito van produciendo ciertos cambios y nos van mostrando el futuro que se avecina.
¿Cómo diría que va a ser ese futuro?
Lo que estamos viendo es que se van generando imágenes de ese futuro, con distintos actores peleando para concretarlo, como el papel de las redes sociales, que tratan de copar la agenda política.
Una de las áreas que estoy investigando es el futuro del trabajo. La automatización y la transformación tecnológica pueden llevar a que en algún momento ya no se necesite más trabajo humano y que un montón de gente se quede desempleada.
Lo que vemos con algunos colegas es cómo los organismos internacionales tratan de domesticar el futuro, que es incierto y provoca angustia y temor. Entre los gobiernos y las personas se genera mucha ansiedad por saber qué va a pasar. Entonces, se les dice a los gobiernos que este diagnóstico es complejo, pero que no se preocupen, que tienen la receta a seguir. Obviamente, eso no es un ejercicio neutro, tiene definiciones políticas detrás; por ejemplo, qué tipo de datos se seleccionan para visualizar ese futuro o la forma de llegar a él.
Algunos organismos resaltan que se debe liberalizar el mercado de trabajo de manera que la persona que se quede sin trabajo se adapte mejor; otros enfatizan en la estructura de negociaciones entre empresarios y trabajadores, a fin de hacer más negociada la transición. Por lo tanto, no hay una respuesta. Lo interesante es cómo los organismos tratan de domesticar ese futuro para ofrecerles a los gobiernos una alternativa.
¿En qué consiste el neoliberalismo? ¿Es solo una teoría económica o es más que ello?
El neoliberalismo es un concepto muy manoseado y algunos plantean que es mejor deshacerse de él. Tiene que ver con un movimiento intelectual que nació hacia fines del siglo XX con la intención de buscar la libertad económica que se entiende como la libertad de los emprendedores de invertir, de tomar decisiones. La preocupación era que el Estado muchas veces interfería con esas decisiones autónomas de las empresas y de las personas.
El neoliberalismo se asocia a un modelo de desarrollo que saca al Estado del funcionamiento de la economía y establece el mercado en todas las áreas en las que Estado tenía jurisdicción. Pero muchas veces a los neoliberales no les interesaba el mercado en sí mismo, sino que las empresas pudieran decidir, invertir, contratar y despedir sin ninguna injerencia del Estado, sindicato o partido político.
Es más que una teoría económica, es una doctrina y un proyecto político, porque, justamente, no solo se dedicaba a establecer recetas de política económica, sino que también tenía que ver con liberalizar ciertas áreas económicas con profundas transformaciones del orden político e institucional.
Asociado a eso, todo un grupo de neoliberales piensa en cómo cambiar la base política e institucional de nuestra democracia, sabiendo que en algún momento la operación de los mercados o de las empresas en libertad puede generar problemas, disgustos y oposiciones sociales y políticas. La idea es cómo alterar las bases institucionales políticas de la democracia de manera que no podamos cambiar el sistema neoliberal.
¿Qué efectos ha tenido su aplicación en Chile?
Se implementó este modelo de desarrollo donde en muchos ámbitos se liberalizó la economía, en otros se mantuvo el papel importante del Estado, que ha salido a salvar a los grupos grandes cada vez que ha habido crisis y ha mantenido muchísimos beneficios. Eso se conservó en el tiempo a pesar de muchas críticas y crisis en las que se ha querido cambiar, gracias a que se han alterado las bases del orden político de modo que eso no pudiera modificarse.
Los acontecimientos que han ocurrido en los últimos años en Chile son una muestra de la radicalidad a la que llevó esto: implicó una desconexión absoluta del sistema político con la sociedad y la única manera de impugnar este orden fue a través de movilizaciones masivas que en 2019 generaron un deterioro muy grande en el tejido social y una respuesta muy violenta y represiva de parte del Estado. Tuvo que haber un movimiento social con un costo humano muy importante para que existiera la posibilidad de cambiar.
En su libro “Resiliencia neoliberal” usted dice que las élites buscaron insertar el neoliberalismo en el marco legal, para “inmunizarlo” a los vaivenes del proceso democrático. ¿Cuáles son las principales conclusiones de la publicación?
Este libro analiza el caso de Chile, pero en términos comparados, y observa que este proyecto trató de implementarse en otros países en el mundo, algunos con éxito y otros no.
Básicamente, el neoliberalismo se mantiene en el tiempo al limitarse la democracia de manera que esta no pueda utilizarse para cambiar. Por ejemplo, se usaron los recursos del Estado para generar apoyo en el sector privado, lo que afectó fuertemente la distribución del poder en la sociedad. El empresariado que se creó a partir de las privatizaciones y las regulaciones ha torpedeado, cada vez que ha podido, los esfuerzos del gobierno por hacer reformas o modificar las políticas establecidas en distintos ámbitos.
Se ha referido a la “colusión” entre izquierdas y derechas, ambas alejadas de las necesidades de la gente. ¿Puede explicar mejor este concepto?
Se puede pensar que esa colusión se produce por una coincidencia de valores, de miradas, de entendimiento, de perspectiva, pero hay otros que plantean que el escenario institucional obligó a la izquierda a converger hacia visiones más de derecha.
Llega un momento en el que es muy difícil identificar quién es de derecha o de izquierda. En Chile operaba la distinción entre quién había apoyado la dictadura y quién no, y eso permitía dividir la izquierda de la derecha, pero en las políticas concretas de los gobiernos era muy difícil distinguirlo.
El punto general de la colusión, de la manera en que llega a producirse, es que se genera un bloque indistinto para el electorado y el voto pierde sentido. Y pasó en Chile con un abstencionismo tremendo, donde la población se ha acostumbrado a que en las elecciones no importa quién gane. En términos democráticos significa que falló la democracia como mecanismo de representación.
¿Cuál es su visión sobre el proceso constituyente? ¿Cree que va a ser suficiente para que Chile retome el camino?
No lo sé. Uno siempre puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. Se creía que la derecha podía ganar, por los mismos empresarios de los que te hablaba antes y su visión sesgada de las cosas, que habían aportado mucho dinero planteando una competencia desigual. Pero la derecha no encauzó y se vio obligada a generar acuerdos y a seguir la iniciativa de otras fuerzas. Hay una incidencia muy fuerte de la izquierda, pero también de independientes.
Por otro lado, el 57% no votó en la elección más importante de los últimos 50 años y tampoco va a ir a votar a las presidenciales. ¿Qué pasa con ese porcentaje de la población? Hay un rechazo generalizado. Por muchos años no importó la política ni quién estuviera en el poder.
Hoy los partidos están tremendamente deslegitimados. La apuesta actual es la reconfiguración absoluta de la institucionalidad, que permita responder a la demanda social acumulada. La paradoja es que esto llega en un momento en que a más de la mitad de la gente no le interesan las soluciones institucionales, la política ni los partidos.
En una entrevista reciente con La Mañana, el economista chileno Sebastián Edwards dijo que lo que Chile necesita es más diálogo, dando a entender que con una nueva Constitución no alcanza. ¿Qué opina al respecto?
Coincido en que con la nueva Constitución no alcanza. En este último período, el establishment político y sobre todo el empresariado, han interpretado esto como un pueblo volátil, que no entiende lo que necesita el país ni lo que puede pasar si se cambian las cosas. Y lo que han hecho –y siguen haciendo- ha sido deslegitimar el descontento y la demanda social profunda.
Hoy hay mucha idea del diálogo porque saben que no tienen la condición de imponer los términos. Pero ¿qué significa el diálogo si no hay capacidad de reconocimiento, de encuentro genuino, de no pararse en las descalificaciones? El diálogo tiene que partir de la idea de reconocimiento, y todavía es lejana.
¿Cuál es a su entender el camino actual para el desarrollo de América Latina?
Está difícil, porque parece que todos los modelos están en declive. Es fundamental que exista la mayor participación posible de distintos actores sociales. Históricamente, en la región, tanto con la izquierda como con la derecha, el problema ha sido que los modelos de desarrollo han sido liderados por élites, que han querido interpretar lo que la población quiere.
Hay distintas recetas para el desarrollo y ninguna de ellas prescinde del Estado. Puedes pensar en países socialdemócratas como Escandinavia, corporativistas como Alemania o liberales como Australia. En cualquier caso, para que los países de América Latina puedan asemejarse a alguno de ellos, tienen que hacerlo a través del diálogo y ser un modelo legítimo frente a la población.
Una vida marcada por las barreras sociales
Nació en Valparaíso, pero se crio en Los Andes, una pequeña ciudad del interior, en la frontera con Argentina. Vivió una infancia muy feliz, con mucha cordillera, campo, y alejado del mundanal ruido. Su padre era médico y su madre enfermera.
En Chile la educación es muy segmentada, por lo que, al ser hijo de profesionales, asistió a colegios privados. Sin embargo, la experiencia de haber vivido en una ciudad pequeña lo ayudó a superar las barreras sociales que existen en ciudades grandes como la capital del país andino. “La diferencia social, de estatus, económica, me llevó a estudiar los problemas económicos y sociales de la manera en que lo he hecho”, explicó.
Siempre fue buen estudiante, bien aplicado, pero también supo disfrutar de hacer deportes, la música y las salidas.
Hoy está casado y tiene dos hijos, Domingo (6) y Matilde (3), a quienes define como “muy inquietos y despiertos”. Con ellos disfruta de la lectura, la música y la cocina, que es otra de sus pasiones.
TE PUEDE INTERESAR