Digan lo que quieran del presidente ruso Vladimir Putin, pero la guerra contra Ucrania abrió los ojos de Europa ante algunas verdades subestimadas durante mucho tiempo. Una de ellas es que, incluso después de más de 70 años de relativa paz en el continente, descuidar la seguridad militar plantea graves peligros. Otra es que el “sueño verde” de economías modernas alimentadas exclusivamente con energías renovables sigue siendo inalcanzable, y el acceso confiable a fuentes de energía baratas sigue siendo esencial. La adopción de la electricidad para el transporte y la calefacción (en lugar del gas) agravará el problema al aumentar la demanda de electricidad aún más, lo que exige que el parque de centrales energéticas de respaldo crezca en proporción. Para Alemania, que renuncia al carbón y a la energía nuclear, esto significa contar con centrales a gas. Pero el gas ya escasea, así que debe encontrar otra solución.
Se podría argumentar que para eso existen las baterías. Pero, aunque las baterías serán capaces algún día de suavizar las fluctuaciones a corto plazo, todavía no estamos allí, ni siquiera cerca. Incluso con las tecnologías de baterías más avanzadas, un día o dos sin viento o sol paralizarían el transporte eléctrico. Los autos eléctricos agravarán aún más el problema de la estabilización estacional. Un futuro más realista –aunque todavía lejano– pasaría por que las centrales eléctricas alimentadas con hidrógeno cubrieran los huecos dejados por la energía eólica y la solar. Pero si se quiere producir hidrógeno de forma económica, los electrolizadores necesitan un suministro fluido y estable de electricidad, algo que se supone que deben suministrar ellos mismos. La forma de resolver este dilema aún está en el aire.
La guerra de Ucrania ha expuesto implacablemente las deficiencias de la transición energética verde, obligando a países como Alemania a realizar un experimento energético en tiempo real. Por ahora, no tienen más remedio que comprar suministros extremadamente caros de gas natural licuado, importar y extraer más gas natural local y confiar en la energía nuclear, producida localmente o importada. Hace veinte años, Alemania era considerada el “hombre enfermo de Europa” debido a su elevado desempleo, su débil demanda interna y su lento crecimiento del producto interior bruto. Hoy, el país parece haberse contagiado de otra enfermedad; esta vez, por culpa de su ambiciosa y poco realista política energética. La recuperación será dolorosa.
Hans-Werner Sinn, en Project Syndicate
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