La reforma de la salud tuvo algunos impactos positivos en los usuarios, pero todavía resta trabajo por hacer para mejorar el sistema, de acuerdo con la doctora en Economía, investigadora y docente, Ana Balsa. En conversación con La Mañana, la especialista explicó la importancia de invertir en primera infancia ya que, si bien hubo avances, aún existen grandes desigualdades.
Es economista y se ha dedicado a temas micro, como la salud y la educación. ¿Qué le atrajo de esas áreas?
Siempre me interesó la economía porque combinaba la rigurosidad científica con el humanismo. La salud y la educación son áreas claves para el desarrollo humano y para el desarrollo de cualquier sociedad; el capital humano sienta las bases de la libertad y define el progreso de los individuos.
Sin buena salud no alcanzamos la plenitud de nuestras capacidades. Sin conocimiento, ni capacidad de discernir y hacer un buen uso del mismo, corremos el riesgo de perder nuestra libertad y de no elegir lo que nos potencia como individuos. Una buena salud y una buena educación son el camino para que cada individuo desarrolle con plenitud sus facultades y capacidades. Y eso es lo que a mí siempre me motivó como economista: buscar que cada persona alcance ese potencial.
Ha puesto el énfasis en la importancia de invertir en primera infancia. ¿Por qué lo considera un tema clave?
Hay evidencia abrumadora de que cada peso que se invierte en primera infancia tiene un rendimiento que supera con creces esa inversión inicial. Recientemente, una investigación publicada en una de las revistas de economía más prestigiosas del mundo, el Quarterly Journal of Health Economics, comparaba el retorno social de 133 políticas sociales en los Estados Unidos, entre las que se incluían políticas de extensión del seguro de desempleo, programas de capacitación laboral, exoneración de impuestos, transferencias monetarias o programas educativos.
Para cada política, los autores calcularon cuánto rendía cada dólar invertido en términos de mejoras futuras en el empleo, aumentos de ingresos y más años de vida productiva, y los comparaban con el costo de la política, que incluía el costo directo de implementación más los efectos de largo plazo sobre el presupuesto del Estado; esto es, si la persona iba a aportar al fisco en el futuro a través de impuestos o iba a requerir un egreso fiscal por transferencias, uso de cárceles, programas de rehabilitación, entre otros.
Las políticas que mostraron un mayor retorno social fueron aquellas asociadas a la inversión directa en la educación y la salud de niños de bajos ingresos. En promedio, por cada dólar invertido en este tipo de programas, el retorno era de más de cinco dólares.
¿Por qué rinde tanto la inversión en estos primeros años?
Porque es una etapa en la que el cerebro tiene una enorme plasticidad. Un niño que crece en un ambiente afectuoso, seguro y estimulante, con sus necesidades básicas satisfechas, va a permitirse explorar el mundo que lo rodea, va a salir a descubrir y eso naturalmente lo va a llevar a establecer nuevas conexiones neuronales y a lograr un óptimo desarrollo social, cognitivo y socioemocional.
Un niño en un ambiente oprimido, inseguro, con falta de afectos o abusos, y en el que no se satisfacen sus necesidades básicas, va a estar continuamente produciendo cortisol, la hormona del estrés, y ese estrés se va a ir acumulando en su cerebro, generando una toxicidad que va a coartar su desarrollo.
¿Cómo se encuentra Uruguay en la materia en comparación a otros países?
Uruguay es un país que ha ido apostando crecientemente por la primera infancia, a través de la expansión de la educación para niños de tres, cuatro y cinco años en jardines o escuelas públicas; mediante los CAIF, que son centros de atención a la primera infancia y la familia con una institucionalidad fuerte y que operan como centros de referencia en la comunidad; y a través del fortalecimiento de la atención de la embarazada y el recién nacido en el sistema de salud.
Sin embargo, todavía hay importantes desigualdades. Hoy, un niño que nace en un hogar ubicado en el tercil más bajo de ingresos del país (el 30% más bajo), tiene entre el doble y el triple de probabilidad de tener problemas motrices, problemas de razonamiento o de salud socioemocional que un niño de los tres deciles más altos.
¿Qué impactos ha tenido la pandemia sobre el sector de la salud?
Hay dos efectos a analizar, uno sobre la prevalencia de enfermedad y otro sobre la atención en salud. Hay algunos indicios de que la crisis económica, la incertidumbre, el encierro, el hacinamiento y la falta de socialización podrían haber desencadenado problemas de salud mental en la población.
Por otra parte, la pandemia generó interrupciones en el sistema de atención en salud, se redujo la atención ambulatoria y se pospusieron exámenes preventivos e intervenciones quirúrgicas, todo lo cual llevó a una atención diferente y probablemente con algunos déficits mayores.
Si bien se desconoce todavía en qué medida la atención no presencial puede haber afectado el diagnóstico de enfermedades y el tratamiento adecuado de enfermedades en curso, me animo a decir que es probable que veamos en el futuro más cánceres detectados en forma tardía, más manifestaciones problemáticas de enfermedades no transmisibles a raíz de una administración subóptima de la enfermedad y más tiempos de espera por la acumulación de intervenciones quirúrgicas y otras prestaciones no urgentes.
¿Cómo afectó la reforma de la salud en los servicios y en las finanzas del sistema?
La reforma expandió la posibilidad de elegir prestador y el acceso a prestadores privados de salud para un amplio conjunto de la población, incluidos niños y dependientes de trabajadores formales, cónyuges, jubilados y otros. Además de aumentar la participación del financiamiento público y reducir los gastos del bolsillo de las personas, se esperaba que la reforma igualara la calidad de la atención en salud en el país.
Desafortunadamente, no es fácil determinar cuánto afectó la reforma los servicios de salud. Si se hace un análisis comparando el período pre-reforma con el post-reforma, se observa un descenso de la mortalidad infantil, mejoras en la atención perinatal y en la salud al nacer y otros indicadores positivos de la salud de la población.
Sin embargo, es difícil saber cuánto de esto responde a la reforma en sí misma y cuánto a otros factores, como la economía, otras políticas sociales o tendencias demográficas de largo plazo. Hay pocos estudios sobre el impacto causal de la reforma, en parte porque hay muy pocos indicadores que nos permitan medir la calidad y la eficiencia del gasto en salud en Uruguay.
Hay mucho para seguir trabajando en la mejora del sistema: establecer mejores incentivos ajustando por riesgo las cápitas que el Fonasa les paga a los prestadores, buscar seguir desfragmentando el sistema y buscando economías de escala, mejorar las decisiones sobre la incorporación de tecnología y medicamentos, centralizar las compras y mejorar la gestión de las mutualistas, que siguen sosteniendo altos niveles de endeudamiento porque al final tienen garantizado en los hechos el rescate estatal.
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