Brasil es la economía número doce en el mundo con una gran superficie y más de 212 millones de personas. También es un gran productor y exportador de alimentos. A su vez, Brasil viene de varios años de importantes crisis, cerrando el 2021 con una mejora en las perspectivas. Con el inicio de la guerra en Ucrania surgen una serie de dificultades que para Brasil no son menores y tienen que ver con su rol como productor de alimentos. Si la guerra afecta a muchas economías por la dependencia que tienen de estos países de materias primas y fertilizantes, Brasil se encuentra especialmente afectado.
En los últimos tiempos la agricultura de Brasil ha crecido presentando un importante desarrollo pasando de presentar el 2% de la producción agrícola mundial a inicios de los 90 al 4%-5% en los últimos años. En 2020 Brasil llegó a consolidar su modelo agroexportador, convirtiéndose en el segundo exportador en el mundo de productos agropecuarios después de Estados Unidos. Entre los principales productos se destacan: café, caña de azúcar, carne bovina y pollo, soja y maíz, llegando a ser el principal exportador del mundo.
Este despegue se ha sustentado en mejoras tecnológicas y manejo agronómico que traen de la mano practicas de fertilización. Pero Brasil depende de las importaciones de fertilizantes, siendo uno de los principales importadores mundiales de fertilizantes procedentes de Rusia, Bielorusia y Canadá. El crecimiento en el uso de potasio, nitrógeno y fosfato fue exponencial y el uso de estos supera largamente a otros productores. Es una realidad que los modelos de producción, así como la realidad de los suelos, llevan a la necesidad de fertilizantes en especial los químicos, siendo bastante más limitada la de los orgánicos.
Brasil es el único productor agrícola a gran escala en el continente que no tiene autonomía en el suministro del producto. La seguridad alimentaria es un tema de seguridad nacional y esto involucra a los fertilizantes, cuya escasez se ha puesto de manifiesto con la guerra de Ucrania, dado que Rusia y Bielorrusia –los países implicados en el conflicto–, son los principales proveedores de potasio y productos hidrogenados. El 81 % de los 40,6 millones de toneladas de fertilizantes (principalmente potasio) utilizados como abono en la producción brasileña depende de las importaciones de Bielorrusia, Rusia y Canadá.
Si miramos en términos comparativos, Estados Unidos tiene un 80% de producción propia y un 20% importada. China tienen niveles similares. Brasil, aunque está catalogada como una gran potencia en los agronegocios, tiene una gran flaqueza y necesita alcanzar un mayor grado de autosuficiencia.
El resultado del embargo económico sobre rusos y bielorrusos podría tener como consecuencia directa la disminución de la producción de alimentos y el fuerte encarecimiento de los productos. Esto tiene dos impactos sumamente complejos sobre la economía. Por un lado, la dificultad y mayor costo de producción de alimentos genera importantes presiones inflacionarias. Por otro lado, la afectación de la producción provoca una caída de las exportaciones, tanto por la menor producción como por los costos más altos y la pérdida de competitividad.
Ante esta realidad se vienen buscando alternativas que van desde la búsqueda de vínculos comerciales alternativos con otros productores de fertilizantes hasta la revitalización de un viejo programa publico llamado el Plan Nacional de Fertilizantes (PNF). El programa pretende reducir la dependencia de Brasil de los fertilizantes importados y mitigar las vulnerabilidades derivadas de los insumos que llegan del exterior. Define como objetivo bajar del 85% al 45% el uso de fertilizantes importados para el año 2050 y de esta forma acotar la dependencia que hace vulnerable la seguridad alimentaria y el modelo agroexportador.
Este plan implica reactivar y modernizar las plantas industriales, atender el ambiente de negocios, la promoción de ventajas competitivas en el sector, inversiones en investigación y mejora de infraestructura. Para ello el gobierno brasileño realizará una cartografía geológica del país a fin de localizar los minerales necesarios, como el potasio y el fósforo, en la producción de fertilizantes. Establece objetivos para los próximos 28 años hasta el 2050, entre ellos atraer inversiones e invertir en innovación y promover nuevas tecnologías, porque “es un plan del Estado, no del gobierno”. Por otro lado, se han planteado dudas y cuestionamientos, sobre todo vinculadas a la efectividad y continuidad de las medidas, así como la relevancia y magnitud de las inversiones que requiere.
Uruguay no es ajeno a esta realidad. La posibilidad de que se produzcan fertilizantes en la región puede ser una oportunidad, más aun, pensando en las zonas agrícolas y su distribución. Hasta el proyecto de la Hidrovía de la Laguna Merín puede ser una inversión clave, no solo para la salida de productos agro al exterior, sino por la facilidad en el ingreso de insumos para la actividad agropecuaria.
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