Las voces que se alzan dentro de la profesión económica contra la “política industrial” avanzan desde hace tiempo con la fuerza de un coro. A pesar de ello, la evidencia histórica sugiere que los gobiernos de prácticamente todas las economías pequeñas no occidentales que alcanzaron la condición de “desarrolladas” en los dos últimos siglos, utilizaron la política industrial como impulso para alcanzar a sus contrapartes occidentales.
Robert H. Wade, profesor de política económica y desarrollo del London School of Economics
El Estado y su rol en la innovación
“No podremos salir del problema del COVID a menos que realmente repensemos el papel del Estado. Literalmente, ¿para qué sirve?”, dice la economista italiana Mariana Mazzucato. Su respuesta a la pregunta es controversial: el gobierno está para establecer grandes objetivos, definir las acciones necesarias para alcanzarlos, fomentar e invertir en la innovación, y gobernar el proceso para que se beneficie la población. Esto contradice el concepto convencionalmente aceptado de que el gobierno está ahí para “limpiar” después de que ocurre un desastre y arreglar los graves desequilibrios del mercado, pero salvo estos casos, debe apartarse para que las empresas privadas puedan liderar la innovación.
“La capacidad del Estado ha sido realmente vaciada”, dice. “Si el Estado solo está ahí para arreglar las fallas del mercado y luego salir del camino, entonces no hay mucho incentivo para invertir en los mecanismos de creación de conocimiento junto al sector privado”. “Si el Estado es tan poco apto para perseguir corazonadas e intuiciones, ¿cómo se explica que EE.UU. haya gastado miles de millones de dólares para establecer el sistema GPS, mucho antes de que ese sistema llegara a ser el pilar de empresas como UBER, valuadas en miles de millones de dólares?” Mazzucato dice. “Si empresas como UBER son el ejemplo de la creación disruptiva, ¿cómo puede ser que dependan completamente de una innovación totalmente apoyada y desarrollada por el Gobierno?”
“Agitador económico”, de Bob Simpson, publicado en Finanzas & Desarrollo (FMI). Perfil de la economista Mariana Mazzucato
Los jóvenes que salen al mercado de trabajo serán de los más perjudicados por la pandemia
La pandemia puso de manifiesto el enorme problema de la desigualdad en las economías avanzadas, pero la peor parte se la están llevando los países pobres. Es probable que muchos mercados emergentes y economías en desarrollo se pasen años luchando contra la COVID 19, con la posibilidad real de que se pierda una década para el desarrollo. Es probable que recesiones prolongadas en los países de bajos ingresos lleven a una epidemia de crisis de deuda e inflación.
Pero las economías avanzadas no están exentas de sufrir efectos duraderos. Es posible que las empresas se vuelvan reacias a invertir y contratar personal por temor a un retroceso sanitario o a otra pandemia (por no hablar de la inmensa volatilidad política amplificada por la crisis).
Para la economía estadounidense, la acumulación de costos a largo plazo de la pandemia superará con creces los efectos a corto plazo (en parte por un aumento duradero de intranquilidad entre la población). Toda persona cuyos padres o abuelos hayan vivido la Gran Depresión de los años treinta sabe de qué manera esta experiencia marcó para siempre sus conductas.
Además del impacto directo sobre la inversión y el empleo, el COVID 19 tendrá efectos más duraderos sobre la productividad. Cuando la pandemia haya terminado, una generación de niños, en particular los de familias de menores ingresos, habrá perdido en la práctica un año de escolarización. Y los adultos jóvenes que buscan su primer trabajo en un mercado laboral todavía moribundo pueden anticipar una reducción de sus ganancias futuras.
Kenneth Rogoff, en Project Syndicate
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