En la película “Qué bello es vivir” de Frank Capra (1946), el pánico bancario arrasa la ciudad de Bedford Falls. Pequeños ahorristas se apresuran a la empresa familiar de George Bailey, el Bailey Building and Loan, pidiendo retirar sus depósitos, provocando una corrida que destruiría la cooperativa de préstamos y su capacidad de otorgar hipotecas y preservar los ahorros de la pequeña ciudad. El villano de la historia, Henry F. Potter, un avaro banquero rival, ofrece comprar las acciones de los depositantes en el banco cooperativo, pero con un fuerte descuento del 50%. George Bailey (interpretado por James Stewart) intenta explicar a sus aterrados depositantes de la cooperativa la lógica detrás de su frenesí, con la exclamación: “Potter no está vendiendo. ¡Potter está comprando! ¿Y por qué? Porque nosotros estamos aterrados y él no”. La película de Capra, en la de era post-Depresión, nos recuerda que en una crisis la mayoría tiene una limitada liquidez. Y tarde o temprano deben vender activos -casas, autos y bienes del hogar- para mantener sus negocios o sus casas hasta que las cosas mejoren. En una verdadera depresión, los que tienen menos liquidez se caen primero y lo hacen en gran número, mientras que la minoría que tiene dinero en efectivo siempre está dispuesta a comprar, incluso en una depresión, a un precio que suele ser muy por debajo del normal. Cuanto más tiempo transcurra que las empresas y los trabajadores no puedan crear o recibir ingresos, más cerca estaremos de un colapso económico. Los pocos que tienen efectivo y están dispuestos a arriesgar, esperarán para comprar activos, propiedades y acciones de aquellos que en este momento deben pagar sueldos, hipotecas, cumplir con el pago de intereses, y para hacerlo deben vender sus activos cuanto antes a precios de liquidación. El resultado, a gran escala, es el estancamiento económico y una degradación gradual a “Pottersville”. En períodos de pánico y plagas, no hay buenas opciones, solo malas o peores, pero de todos modos tenemos alternativas. La quimioterapia podrá funcionar, pero no obstante está diseñada para matar el cáncer semanas o incluso días antes de que mate al paciente. Sus efectos secundarios pueden durar años. Así ocurre también con nuestra actual política económica antiviral.
Victor Davis Hanson, Senior Fellow del Hoover Institution y profesor de la Universidad de Stanford, en Hoover´s Digest
Es un error perder tiempo debatiendo quién debe “pagar los platos rotos”
Estamos ante una situación económica inédita, pero mucho menos grave que la Gran Depresión u otras grandes crisis, incluidas la nuestra del 82 (…). La naturaleza de este fenómeno es muy distinta a otras grandes crisis. En ellas, la contracción de la demanda y de la producción, la destrucción de fuentes de trabajo, el descalabro de empresas y bancos, fueron por errores involuntarios cometidos por los agentes económicos o por los gobiernos. En cambio, con el coronavirus estamos abocados a una recesión que en cierto sentido es deliberada, producto de las medidas de distanciamiento social… Pero, guardando las proporciones, hay lecciones útiles (de la crisis del 82). Primero, una crisis del sistema de pagos daña mucho a las empresas y puede retardar gravemente la recuperación. No es posible confiar en que los sistemas habituales de cobranza judicial y de quiebra funcionen con fluidez ante un problema tan masivo. La economía no podría operar bien, tras la pandemia, con medio sistema productivo al borde de la quiebra y, por tanto, es imprescindible la ayuda estatal. Segundo, siempre esas medidas generan ganadores y perdedores, pero es un error que se paga caro -como ocurrió entonces- gastar mucho tiempo debatiendo quién debe “pagar los platos rotos” (si el Estado o los particulares, si las empresas, los bancos o sus acreedores nacionales o extranjeros, etc.). Es preferible optar por fórmulas de ayuda general y de aplicación automática, aunque le cuesten plata al Estado. Tercero, las intervenciones deben aplicarse con urgencia, pero diseñarse con mirada de largo plazo: medidas fiscales fáciles de desmontar, apoyos financieros que no fomenten malas prácticas, descapitalicen a la banca o estaticen la economía. Cuarto, que en la hora más oscura -y hoy nos aproximamos a ella- todo se ve muy negro, pero las economías pueden cambiar con sorprendente rapidez.
Juan Andrés Fontaine, exministro de economía de Chile, refiriéndose a las lecciones de la crisis del 82-83 en su país, en entrevista a La Tercera.